Es ingeniera mecatrónica de la UNAB y durante  los últimos 15 años se ha dedicado a desarrollar robots autónomos. Desde la Universidad de Luxemburgo se enfoca en crear máquinas capaces de interactuar con el ambiente de otros planetas y que eventualmente ayuden a eliminar la basura espacial.

Por Daniela Quintero Díaz

Periodista y socióloga. Escribe en el periódico El Espectador y en el blog El Río.

@danielaquinterd

Llegar de la Tierra a la Luna puede tomar entre tres y cinco días a bordo de una nave espacial. Pero, para la ingeniera mecatrónica Carol Martínez Luna, puede tratarse de una cuestión de segundos.

Solo tiene que moverse de un edificio a otro en la Universidad de Luxemburgo, donde trabaja como investigadora senior y coordinadora de proyectos del Grupo de Investigación de Robótica Espacial, SpaceR, para pasar de su oficina a la superficie lunar. Cruza un par de puertas y se encuentra con un espacio de casi 80 metros cuadrados, cubierto con 20.000 kilogramos de basalto, que simula el paisaje de nuestro satélite: polvo lunar, rocas, cráteres y rovers parecidos al famoso “Perserverance”, de la NASA, que llegó el pasado 18 de febrero a Marte. Se llama el LunaLab.

Desde niña supo que lo suyo era ser científica. Quería ser como esas personas que veía en televisión, que usaban batas blancas y pasaban muchas horas en el laboratorio. Era buena en ciencias y matemáticas y, sobre todo, le gustaba arreglar, o intentar arreglar, cada cosa que se rompía en casa.  A los 16 años, cuando terminó su secundaria en el colegio La Presentación de Piedecuesta, tenía claro que quería estudiar robótica.

Sin embargo, en Bucaramanga, donde nació y creció, no existía esa carrera. La Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) lanzaba justo en ese año, 1999, algo que se le parecía: ingeniería mecatrónica. Por lo que pasó a formar parte de la primera promoción de un pequeño grupo de nuevos ingenieros en el que Martínez Luna era una de las dos mujeres de su clase.

“Nunca me planteé estudiar otra cosa. Me fascina la robótica, me encanta la programación y pasar horas en un laboratorio. Realmente es una pasión”.

Carol Martínez Luna / Foto suministrada

Su curiosidad y perseverancia, como los rovers en Marte, le fueron guiando el camino. En el 2006 salió rumbo a España a hacer su maestría en Automatización y Robótica en la Universidad Politécnica de Madrid. Allí se ganó la beca para realizar el doctorado y se quedó, dos años más, haciendo un post-doctorado. En 2015 regresó a Colombia, donde trabajó durante cinco años como profesora en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.

En 2020 llegó la oportunidad que había soñado: le ofrecieron unirse al centro de investigación de la Universidad de Luxemburgo y apoyar la creación de un grupo enfocado en robótica espacial. Así que, en plena pandemia, no dudó en empacar su vida en un par de maletas y reacomodarse con su esposo y sus tres hijos en el ducado a más de 20 horas en avión de Bogotá.

“Cualquier ingeniero mecatrónico sabe que le dicen la Luna o el espacio y son esas áreas que, aunque las ves como lejanas, siempre has querido trabajar en ellas”, dice. Miss Luna, como le dicen ahora sus colegas, ya tenía experiencia en ayudar a que los robots pudieran ver, sentir y ubicarse autónomamente. El nuevo reto consistía en aplicar lo aprendido en robótica terrestre al espacio.

Carol Martínez Luna en LunaLab de la Universidad de Luxemburgo / Foto suministrada

Crear robots independientes

Muchas de las misiones espaciales empiezan por enviar robots fuera de la Tierra. Estos son los que exploran la zona y brindan información para conocer el terreno y saber a qué irían a enfrentarse en el futuro los humanos. “Tener humanos haciendo estas tareas es costoso. La hora de astronauta es bastante cara y, sin duda, se enfrentan a muchos riesgos. Entonces necesitamos que alguien vaya y explore primero, y haga esas tareas que el humano no hace”, explica la investigadora. 

Para hacerlo, los rovers encargados de la exploración tienen que estar en la capacidad de interactuar y analizar su entorno. Eso que para nosotros es un proceso casi natural e inmediato, en el que no tenemos que intervenir mucho, en ellos hay que desarrollarlo y programarlo. Por ejemplo: si entramos a un cuarto oscuro nuestros ojos  van a tomarse unos segundos en adaptarse y, al cabo de un rato, podremos ver mejor. Los robots, en cambio, necesitan cámaras que les permitan ver a diferentes horas del día, que les permitan saber dónde hay un objeto y, si se mueve, que puedan seguirlo. Que sepan qué tipo de objeto es y envíen toda esa información a la Tierra.

También necesitan brazos robóticos con los que puedan extraer muestras del lugar, agarrar algo o reparar otras máquinas. Detrás de eso hay cientos de algoritmos y tecnología para que puedan ser independientes. Carol Martínez se ha dedicado, precisamente, a trabajar en temas de percepción y autonomía para robots. “Si se dañan, no podemos ir a rescatarlos, entonces es necesario desarrollar muchas cosas para que, una vez estén allá, estemos seguros de que puedan cumplir su misión”, asegura.

La manera de probarlos en tierra, cuenta la investigadora, es con los laboratorios. El LunaLab, por ejemplo, cuenta actualmente con seis robots móviles, o rovers, que usan los estudiantes en la asignatura de robótica del espacio, pero también el grupo de investigación para desarrollar algoritmos de navegación. El ZeroGLab, otro de los laboratorios de la universidad, simula situaciones en órbita y una microgravedad en 2D con la que pueden hacer ejercicios de interacción entre satélites para tareas de reabastecimiento, reparación o mantenimiento.

Carol Martínez Luna y su equipo de trabajo / Foto suministrada

¿Por qué? Otro de los grandes proyectos del grupo de investigación tiene que ver con los servicios en órbita. Según el Índice de Objetos Lanzados al Espacio Exterior, elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior, hay casi 5.000 satélites fabricados por el hombre orbitando la Tierra. Más de la mitad ya no se encuentran activos. “Muchos de ellos tienen una vida útil estimada, fija, y una vez que terminan su operación quedan ahí deambulando como basura espacial”, asegura Martínez Luna. “Eso es un problema enorme, porque no es fácil enviar a un astronauta para repararlos”, agrega.

Carol Martínez Luna realizando pruebas en el LunaLab / Foto suministrada

Actualmente el grupo de investigación tiene un proyecto con una empresa que quiere ofrecer el servicio de limpieza de basura espacial en órbita. “Ellos proponen usar un satélite pequeño que se encargue de esta tarea, y nosotros lo que estamos haciendo es desarrollar un sistema mecatrónico que ayude a la captura de esa basura espacial”.

Y es que ahora no solo las grandes agencias espaciales como la ESA o la NASA se encargan de estas tareas. El boom de la exploración espacial también ha hecho que las empresas privadas decidan invertir en robótica espacial y hacer historia. “Ha iniciado una nueva línea de negocio alrededor del espacio”, afirma Martínez. “A medida que el sector privado empieza a jugar un rol importante en toda esta nueva carrera espacial, lo que queremos es que estos espacios, además de entrenar a los estudiantes, puedan prestar también ese servicio de desarrollo y prueba a las empresas”.

Una de sus metas a corto plazo es que algunas de las tecnologías que están desarrollando desde el grupo de investigación puedan implementarse en una misión real. “Nosotros queremos ser parte de una misión, y que los algoritmos y desarrollos que estamos haciendo los podamos ver allí, en acción. Esperamos que en un periodo de tres o cuatro años podamos estar alcanzando esa meta con los proyectos que tenemos”.

Carol Martínez Luna y uno de los robots de LunaLab / Foto suministrada