En el año 2000 la UNAB apoyó la creación del Registro Poblacional de Cáncer. Gracias al exhaustivo trabajo hoy se sabe con precisión qué tipos de cáncer están afectando a los santandereanos.

Por Sergio Silva Numa

Escribe sobre salud, ambiente y ciencia en el periódico El Espectador.

@SergioSilva03

En La enfermedad y sus metáforas, la célebre escritora estadounidense Susan Sontag recordaba cómo durante siglos la humanidad había usado decenas de comparaciones para referirse al cáncer. Desde que Hipócrates, en el año 400 a.C., había visto a un cangrejo al observar los vasos sanguíneos que se forman alrededor de un tumor, la invención de metáforas no había cesado. Casi siempre, apuntaba Sontag, lo mostraban como un enemigo letal e insidioso. “Una enfermedad sobrecargada de mixtificación” y “agobiada por la fantasía”, decía.

Cuando escribió aquel popular ensayo a finales de la década de los 70, ella esperaba que a medida que se comprendiera mejor al cáncer y se descubrieran nuevos tratamientos, ese lenguaje también evolucionaría. No implicará, vaticinó, los usuales “diagnósticos mortales” ni las descripciones de corte militar que lo habían acompañado por siglos. 

La doctora Uribe es una de las personas que ha seguido de cerca aquellos esfuerzos por entender mejor el comportamiento del cáncer. Desde hace veinte años está al frente de una de las iniciativas que buscan conocer y monitorear de manera exhaustiva la incidencia de esa enfermedad. Los “Registros Poblacionales de Cáncer” (RPCs), los llaman. En Colombia hay seis y ella dirige el del Área Metropolitana de Bucaramanga (AMB). Los otros están en Cali, Pasto, Barranquilla, Medellín y Manizales. 

Para utilizar términos un poco técnicos, sintetizaba el año pasado la epidemióloga Esperanza Peña Torres, en la editorial de la Revista Colombiana de Cancerología, estos RPCs “son sistemas de información imprescindibles para los programas de control de cáncer (…) Permiten determinar frecuencias, incidencias, mortalidad y tendencias, tras recoger, analizar y difundir información de los casos de cáncer que ocurren en una población específica”. 

Sontag, que murió de leucemia mielógena en diciembre de 2004, se había equivocado. El cáncer, como escribió la patóloga Claudia Janeth Uribe Pérez, es una palabra que genera temor y aún está asociada al sufrimiento y a la muerte, entre otras cosas por la detección tardía de la enfermedad. Sin embargo, Sontag tuvo razón en un punto: el entendimiento del cáncer cambiaría radicalmente en las siguientes décadas.

Si en su libro Sontag pedía más información y mayor claridad para despejar los “misterios” del cáncer, estos registros han hecho justamente eso: recopilar los mejores datos para analizar cómo se comporta un mal de múltiples caras en una población específica. Es como tomar una fotografía absolutamente impecable y detallada en un período y lugar precisos.

«Gracias a este trabajo se pueden establecer prioridades en términos de salud pública».

Claudia Janeth Uribe Pérez / Foto: Erika Díaz

La compleja tarea de recopilar datos

La idea de crear registros de cáncer que tomaran esa “foto” nació, en realidad, hace más de setenta años. En 1946 un grupo de expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) la promovió y, poco a poco, varios países empezaron a considerarla entre sus planes. En Colombia, el primer equipo en hacerlo fue el de la Universidad del Valle en 1962, antes, incluso, de que fuese fundada en Tokio, Japón, la sociedad que hoy los reúne a todos: la Asociación Internacional de Registros de Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés). Desde que nació en 1966 hasta hoy ha logrado agrupar 300 centros. Once están en América Latina. 

Si hubiese que elegir una actividad para comparar la labor de la doctora Uribe y su equipo, la más adecuada, tal vez, sería la de un grupo de detectives. Tomar la mejor fotografía del cáncer en el Área Metropolitana de Bucaramanga implica ir a un largo listado de centros de salud, conversar con muchas personas y analizar enormes bases de datos, autopsias y certificados, para identificar casos nuevos de cáncer.

Érika Meza, la enfermera que está al frente de la Coordinación del trabajo de campo del grupo, tiene una buena manera de resumir esa tarea: “Nuestro rol fundamental es tener un dato de calidad porque no podemos permitir que exista información equivocada”. “No somos una simple estadística”, complementa la profesora Uribe. “Nosotros recopilamos las cifras más confiables sobre el comportamiento del cáncer en nuestra región. Todo dato nuestro tiene un riguroso análisis de calidad”.

Para lograrlo siguen una serie de pasos. Primero, explica Meza, deben hacer un censo de las instituciones de salud que pueden aportar información. En ese grupo hay desde laboratorios de patología y hematología o centros de tamizaje y de oncología, hasta hospitales y oficinas de la Secretaría de Salud Departamental donde reposan las autopsias y los certificados de defunción.

De izquierda a derecha: Érika Eliana Meza, Claudia Janeth Uribe Pérez, Dayana Andrea Meza Ortiz y Leidy Johana Lindarte Rodríguez / Fotos: Erika Díaz

El siguiente paso es convencerlos a todos de aceptar participar en ese proceso y de autorizar a alguien del grupo de la UNAB para que explore sus bases de datos. Si tienen éxito, la “rondadora o recolectora de información”, como la llaman técnicamente, se sienta horas o días enteros a revisar todos los reportes de cáncer que hubo ese año. 

Lo que buscan, en términos sencillos, es que esos casos cumplan con dos requisitos fundamentales. El primero es que pertenezcan a personas que residan en el Área Metropolitana de Bucaramanga o que hayan vivido allí en los últimos seis meses previos al diagnóstico de la enfermedad. El segundo es que cada caso debe obedecer a una neoplasia maligna o a alguna benigna del Sistema Nervioso Central.

Una vez recopilados los casos, en el laboratorio vuelven a verificar su autenticidad. Revisan, por ejemplo, que el diagnóstico realmente pertenezca a un residente del Área Metropolitana, que no sea un caso registrado anteriormente o que no sea una metástasis.

Solo se incluyen los casos de cáncer que aparecen por primera vez. De ahí en adelante viene otra detallada tarea de codificación de acuerdo con la Clasificación Internacional de Enfermedades para Oncología y una sistematización en un software especial diseñado por la IARC. CanReg5 es como se le conoce en el mundo médico. 

“Es un proceso dispendioso, pero es lo que nos ha permitido ser hoy un registro de calidad y publicar nuestros datos en el libro Incidencia del cáncer en cinco continentes”, dice Uribe. “Gracias a este trabajo se pueden establecer prioridades en términos de salud pública”.

También se pueden trazar estrategias de promoción y prevención enfocadas en la situación específica de Bucaramanga y su Área Metropolitana. Son útiles, por ejemplo, para saber que los casos de cáncer colorrectal están incrementando, aunque los tipos de cáncer más frecuentes continúen siendo el de próstata, en hombres, y el de mama, en mujeres.

Una célula de cáncer de hueso rastrero (osteosarcoma) que muestra haces de filamentos de actina en la laminilla / Foto: Dr. Dylan Burnette / 2014 Photomicrography competition Nikon

El cáncer en el área metropolitana de Bucaramanga

Quienes están detrás de los Registros Poblacionales de Cáncer recopilan y depuran los datos sobre la enfermedad para que puedan ser usados por los gobiernos en sus decisiones sobre salud pública.

Una de las últimas publicaciones del equipo del RPCs de Bucaramanga es, de hecho, una completa “fotografía” sobre la situación del cáncer en la ciudad y en el área metropolitana que muestra qué posibles medidas deberían adoptar las autoridades de salud. Fue publicada en 2018 y resume los datos recopilados entre 2008 y 2012. 

Hay algunos que vale la pena destacar. Por ejemplo, en ese período se registraron 8.775 casos incidentes de cáncer en el AMB (excluyendo cáncer de piel no melanoma). El 57.2 % se presentaron en mujeres y en ellas los tipos de cáncer más frecuentes fueron el de mama (26.1 %), el colorrectal (9.1 %), el de tiroides (9.1 %), el de cuello de útero (8.3 %) y el de estómago (6.9 %). En el caso de los hombres, los más usuales fueron próstata (26.1 %), estómago (11.4 %), colorrectal (9.4 %), tráquea bronquios y pulmón (6.7 %), linfomas y mielomas (6.2 %).

El orden cambia si se mira en detalle los tipos de cáncer que más fallecimientos ocasionaron. En mujeres fueron los de mama (13.3 %), estómago (11.8 %), colorrectal (9.4 %), pulmón (8.7 %), cuello de útero (7.1 %), hígado (4.8 %), leucemias (4.7 %) y linfomas (4.7 %). En los hombres fueron el cáncer de estómago (15.9 %), pulmón (14.1 %), próstata (12.4 %), colorrectal (8.0 %), hígado (5.4 %), leucemia (6.0 %) y linfoma (5.4 %).

¿Cuáles son las conclusiones?

Una de las principales es que el cáncer de mama es el más frecuente en el AMB.

En el quinquenio anterior, el cáncer de cuello uterino dejó de ser el segundo más frecuente. Pasó al cuarto «lugar».

Hay una tendencia al aumento de cáncer colorrectal en ambos sexos, así como una alta frecuencia del cáncer de estómago.

Igualmente, hay un aumento en la mortalidad por cáncer de colon y recto en hombres.

Este tipo de cáncer comparte con el de mama varias medidas de prevención como mantener el peso corporal, el aumento de la actividad física y la disminución del consumo de alcohol, de carnes rojas, de carnes procesadas y de tabaco.

Infortunadamente la situación de Santander no es la mejor. En el departamento, escribieron, el consumo de frutas y verduras es muy bajo (94.9 % no alcanza el consumo diario recomendado), y la prevalencia de sobrepeso u obesidad es del 50.1 %. Además, la obesidad abdominal también se encuentra en niveles inquietantes: 46.6 % en mujeres; 40.11 %, en hombres.