La brecha digital agrícola: cuando la innovación no germina

Una reflexión crítica al proceso de apropiación de los avances tecnológicos en el campo colombiano. Una mirada en primera persona sobre los desafíos que tiene la relación entre el uso de la tecnología y su aplicación en las labores de la tierra.

Por María Alexandra Espinosa Carreño

Proyecto Sembrando Bits

publicaciones@unab.edu.co

Mientras estaba realizando mi tesis doctoral sobre transferencia tecnológica para pequeños agricultores en Santander se me dio la posibilidad de entrevistar a varios actores dentro del ecosistema tecnológico-agrícola con el fin de identificar aquellos cuellos de botella que imposibilitan su correcta apropiación.

Recuerdo con especial interés a Diego Meza, un agricultor de limones con 35 años de experiencia en el campo, porque representa perfectamente esa paradoja en el ámbito rural. Aunque domina su teléfono inteligente para comunicarse con su hija y consumir contenido en redes sociales, jamás lo utilizaría en su labor agrícola. «¿Por qué llevaría algo que se ensuciaría tan pronto lo tocara, con miedo a que se dañe, y que no puedo usar sin anteojos?» comentó, señalando además lo absurdo de llevar lentes mientras trabaja en el cultivo del cítrico.

Este testimonio refleja lo que instituciones como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) han advertido: necesitamos menos ‘innovaciones’ y más tecnologías diseñadas específicamente para y por los agricultores. Y es que, a pesar de las diferentes convocatorias que buscan que personas como este campesino se sientan a gusto con su uso, no parecen lograrlo.

De hecho, existen grandes inversiones en proyectos de tecnificación agrícola, pero pocos resultados al respecto. Un ejemplo de ello son los Punto Vive Digital —espacios equipados con computadoras para alfabetización digital rural— los cuales se convirtieron en museos de hardware obsoleto. Como señaló Carlos Meneses, otro trabajador del campo: «Solo sirven para ocupar espacio, salvo cuando vienen políticos a vender sus ideas de campaña».

Los kioscos Punto Vive Digital forman parte del Plan Vive Digital en Colombia, creado en el gobierno de Juan Manuel Santos, cuyo objetivo era masificar el uso de internet en toda Colombia “a través del desarrollo y uso eficiente de infraestructura y la promoción y apropiación de los servicios TIC”, según lo expuesto por el Departamento Nacional de Planeación. De acuerdo con el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones (MinTIC) se invirtieron alrededor de $3,2 billones para la instalación de cerca de 6.548 kioscos, capacitación, entretenimiento y actualización de trámites gubernamentales para poder adecuarlos en línea.

La falla es estructural: se implementan soluciones sin contemplar su sostenibilidad a largo plazo. Los campesinos, lejos de ser tecnófobos, simplemente reconocen cuando una herramienta no está adaptada a su contexto.

La brecha digital afecta de forma desproporcionada a las zonas rurales, donde el acceso a internet y a las tecnologías de la información sigue siendo limitado o, en muchos casos, inexistente. / Foto galería imágenes

Y eso no es todo: los diferentes actores del ecosistema tecnológico-agrícola mantienen perspectivas contradictorias. Héctor Zafra, dueño de una empresa de base tecnológica atribuye el fracaso a la ‘terquedad’ de los agricultores que «no quieren apostar por el desarrollo», aunque reconoce que, una vez finalizada la financiación, pocas soluciones sobreviven. Pero, ¿a qué se debe esa resistencia del campesino a usar una herramienta que, a todas luces, traería bienestar a su vida? 

Una de las principales conclusiones de esta investigación es que la brecha no es simplemente informática sino epistemológica. Desde la academia percibimos el problema como una falta de alfabetización digital, mientras desde el campo se vive como una imposición descontextualizada en donde se les obliga entre elegir la adquisición de una tecnología que no se sabe a ciencia cierta si les va a retribuir la inversión, o dar de comer a su familia. Como desarrolladores estamos cayendo peligrosamente en el colonialismo digital, en donde la herencia cultural de una región se ve lapidada por estos adelantos.

Las universidades y centros de investigación encontramos muchas veces soluciones sin comprender las realidades prácticas de quienes deberían adoptarlas. Pretendemos que los agricultores dominen en meses herramientas que a nosotros nos tomó años conocer, ignorando que sus técnicas tradicionales han demostrado eficacia durante generaciones. Y peor aún, exigimos el uso de herramientas que fueron estudiadas, diseñadas, fabricadas y mejoradas hace más de 40 años para resolver problemas de oficina: hay carpetas para almacenar documentos, un libro de contabilidad (Excel), un libro de escritura de actas (Word) y una papelera de reciclaje. ¿Qué relación tienen estos objetos en un mundo agrícola, en donde el trabajo se concentra con una relación con la tierra y cómo obtener un beneficio al trabajar con ella? 

Varios autores que estudian la relación entre tecnologías digitales con el sector agrícola de pequeña escala, como Jakub Štěpán Novák, magíster en Ingeniería de la Universidad de República Checa, sostienen que ni siquiera existen herramientas para el diseño de aplicaciones que puedan ser empleadas en el campo, porque no entendemos la concepción que ellos tienen con respecto a las actividades que llevan a cabo y cómo es la percepción de su mundo.

La verdadera innovación requeriría un cambio radical: innovar desde el territorio y no desde el laboratorio. Crear escenarios vivos que les permita a los campesinos espacios de participación en donde se unan esfuerzos con el equipo de diseñadores a fin de generar tecnologías. Los investigadores deben abandonar su posición de “salvadores de la humanidad” para poder aprender de los verdaderos maestros de la tierra, con el fin de encontrar soluciones que traigan bienestar a la comunidad.  Necesitamos desarrollar tecnologías que respeten los contextos locales, sean económicamente sostenibles y verdaderamente respondan a necesidades reales de los agricultores. 

La pregunta no es si los agricultores están listos para la tecnología, sino si la nuestra está verdaderamente orientada hacia el campo, y qué debemos hacer nosotros como investigadores para asegurarnos que así sea.

Iniciativas de tecnificación agrícola se quedan a mitad de camino por el desconocimiento del contexto en el que se pretenden aplicar afectando, desafortunadamente, aspectos como la educación, el empleo y la calidad de vida de las personas que viven en áreas alejadas de los centros urbanos. / Foto Erika Díaz

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