
El Banco de Germoplasma Semillas del Futuro, en Palmira, contiene alrededor de 6.000 muestras de yuca recolectadas en 28 países para garantizar que no falte en el plato de más de 500 millones de personas a pesar de las amenazas climáticas.
Por Pablo Correa Torres
Exeditor ambiente, salud y ciencia del periódico El Espectador (2010-2021). Knight Science Journalism Fellow at MIT (2012-2013).
A pocos minutos del aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón, en Palmira, Valle del Cauca, por la carretera que se abre paso entre los monótonos cañaduzales, existe algo parecido a la bíblica Arca de Noé. Para los animales no hay cupo pero sí para el material genético de plantas esenciales para la seguridad alimentaria. Unas letras negras que cuelgan de su estructura le aclaran a los visitantes dónde están parados: “Semillas del Futuro”.
El año pasado se inauguró este sueño compartido por los científicos del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) y Bioversity International. El banco de germoplasma es la nueva casa para las colecciones más grandes de fríjol, yuca y forrajes tropicales del mundo. Más de 67.000 materiales vegetales recolectados en 140 países reposan aquí como una copia de seguridad de estos alimentos por si se presenta alguna catástrofe futura y para suministrar las mejores variedades a agricultores alrededor del mundo.
“Este edificio intenta ser árbol, bosque, dosel… Lo construimos con los materiales más amigables con el entorno”, se lee en una de las placas de metal que van contando la historia de esta bóveda a los visitantes. Unos metros afuera del edificio uno siente el calor valluno. Bajo este edificio diseñado con parámetros bioclimáticos el aire es fresco, la temperatura unos grados más baja. Pero esta es apenas la virtud arquitectónica y ambiental más evidente. Tiene otras: el 100 % del agua que se consume dentro proviene del sistema de recolección de aguas lluvias; las aguas negras y grises son tratadas y filtradas allí mismo; el aire dentro de las salas proviene de un sistema de renovación de aire filtrado; durante la construcción se reciclaron o reutilizaron más del 90 % de los residuos generados; y más del 40 % de la energía que consume el proyecto viene de paneles solares.
La idea surgió en 2014 en varias conversaciones entre el botánico belga Daniel Debouck, quien dirigió el banco de germoplasma del CIAT por casi veinte años, y su colega Joe Tohme, entonces director de investigación en agrobiodiversidad.
Pensando en un futuro cada vez más incierto por cuenta del cambio climático y la crisis ambiental, querían asegurar un mejor lugar para las colecciones de germoplasma creadas desde hace cincuenta años. Casi ocho años después se hizo realidad con una inversión cercana a los 15 millones de dólares, aportes del gobierno colombiano y la Fundación Santo Domingo. El centro también aspira a impulsar el desarrollo de la bioinformática y ser un espacio pedagógico.
En una de sus salas unas “yucas-bebés” (Manihot esculenta) crecen alimentándose de un gel nutritivo bajo la vigilancia de los expertos. Es como una escena de la película Matrix, solo que no se trata de humanos, sino de miles de plántulas de esta raíz tan apetitosa. La dieta de más de 500 millones de personas en el mundo depende de la yuca.
En el banco de semillas más grande del mundo, la Bóveda Global de Semillas escondida en el frío subsuelo de Svalbard, Noruega, no existen copias de germoplasma de yuca. La razón es sencilla: la conservación de yuca requiere de un “banco vivo” como este de Palmira o el que existe en el Centro Internacional de la Papa en Perú donde se conservan también copias de seguridad de yuca.
“En términos reproductivos la yuca es como los seres humanos”, explica Norma Constanza Manrique, coordinadora de Conservación de Cultivos Clonales, “las semillas son hijos producto de dos padres genéticamente diferentes. Todos los hijos son diferentes. Se parecen, pero son diferentes. Es lo que llamamos polinización cruzada. En el caso del fríjol y los pastos el proceso es diferente porque la planta se autopoliniza y las semillas son 90 % idénticas a la planta original”.

Más de 67.000 materiales vegetales recolectados en 140 países reposan en Semillas del Futuro. / Foto: Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) y Bioversity International.
Como el objetivo es conservar generación tras generación una variedad con ciertas características, los agricultores aprendieron hace miles de años a propagar cultivos como la yuca a partir de estacas que provienen del tallo de plantas maduras. “Ese pedacito de tallo crece igualito a la planta original. Es un clon”, comenta la investigadora.
Así es que los científicos tienen el reto de cultivar y multiplicar in vitro las plántulas de yuca. Cada dos años deben reemplazar cada planta porque van muriendo. En total la colección de yuca consiste en 5.693 clones de 28 países. Más del 39 % de esta diversidad de yuca proviene de la propia Colombia, un 26 % de Brasil, 18 % de otros países sudamericanos, 8% de Centroamérica y el Caribe y 6 % de Asia.
“Cuando se creó el CIAT no teníamos mucho conocimiento sobre la yuca”, cuenta Debouck al tiempo que recuerda el trabajo de su colega colombiano Víctor Manuel Patiño quien a finales de la década del 60 fue contratado para reunir la primera colección de variedades de yuca. Una tarea que lo llevó a recorrer Colombia, Panamá, Venezuela, Ecuador y Perú, entre otros países. Otro momento importante en la historia del centro fue el aporte de William Roca, un fisiólogo egresado de la U. de Cornell, que a finales de la década del 70 logró convertir esa colección de campo en una colección in vitro. “Esto permitió comenzar a distribuir material libre de plagas y enfermedades. Ellos hicieron un trabajo fantástico”, señala.
Pero todo este esfuerzo científico por conservar la yuca nos revela al mismo tiempo una historia de descuido y cierta torpeza de nuestra sociedad. El precio que pagamos los humanos hoy por comer yucas más suaves, por tener plantas de fríjol más productivas o pastos más nutritivos, es que fuimos dejando de lado otras variedades. Menos diversidad siempre equivale a mayores riesgos. Esas variedades abandonadas a su suerte silvestre corren el riesgo de desaparecer.
“La domesticación, sin embargo, trajo efectos a largo plazo, como la erosión genética”, explica una vocera del CIAT. Tal vez la mejor analogía sea pensar en bibliotecas enteras que se van desvaneciendo y con ellas el conocimiento acumulado. “Las semillas son más que la posibilidad de una planta. Condensan largas historias evolutivas e incontables esfuerzos, tradiciones y conocimientos. Son memoria”, dice en algún rincón otra de las placas.
“La mayoría de los que trabajamos en bancos de germoplasma nos sentimos guardianes. Estamos desarrollando una tecnología para conservar esta diversidad que se puede usar. Es un trabajo que no se ve el fruto en corto plazo”, reflexiona Norma Manrique. Uno de los próximos retos para asegurar el futuro de la yuca es implementar la metodología de crioconservación, es decir, lograr almacenarla en nitrógeno líquido, a una temperatura cercana a los -196 grados Celsius. De esta manera se tendría un nuevo sistema de copias de seguridad.
Durante el último siglo los científicos estiman que se ha perdido aproximadamente el 75% de la diversidad de cultivos. Los humanos estamos extrayendo el 95% la energía que necesitamos de cinco cultivos básicos. “Si queremos tener mejor futuro para nuestros hijos necesitamos conocer este patrimonio de diversidad biológica, porque así tendremos más opciones para responder a los retos climáticos que se avecinan”, reflexiona Debouck.
Sería una tragedia pensar que la yuca desapareciera del mundo por un descuido. En el mundo, eso significaría que los 500 millones cuya alimentación depende de ella necesitarían un sustituto. Aquí en Colombia habría que borrar del menú varios manjares: el pandeyuca, las empanadas de yuca, la yuca frita, los enyucados y las carimañolas, sin olvidar la buena compañía que la yuca le hace a un chicharrón, a la carne asada u oreada. Ni pensar en la posibilidad de que desaparezca la yuca al vapor con un chorrito de ají casero.

Semillas del Futuro fue construido a 1.20 metros del nivel actual del suelo para evitar pérdidas por inundación. En 2009 esta zona se inundó por desbordamiento del Río Palmira tras un fenómeno de La Niña. / Foto: Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) y Bioversity International.
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