
El psicólogo Juan Carlos Riveros Rodríguez lidera en la UNAB el semillero de investigación de comportamiento animal y cognición comparada. Uno de sus objetivos es estudiar los beneficios terapéuticos de las mascotas.
Por Gloria Correa
Ese instante en que regresamos a casa, después de una extenuante jornada laboral, y nuestro perro se lanza sobre nosotros batiendo la cola, mordiendo juguetón los zapatos, lamiéndonos o revolcándose en el piso, se traduce inmediatamente en nuestros cerebros en una liberación de un cóctel de sustancias, como endorfinas y oxitocina, relacionadas con sensación de bienestar y placer.
Además, como lo indican múltiples estudios, acariciar a nuestras mascotas se asocia a una disminución de hormonas del estrés como cortisol y adrenalina, lo que potencia ese bienestar.
En pleno siglo XXI, mientras el número de mascotas asciende significativamente en los hogares, las relaciones humano-mascota han atraído la mirada de científicos que buscan comprender con más precisión los beneficios de ese vínculo y la posibilidad de integrarlos como parte de entornos terapéuticos. Juan Carlos Riveros Rodríguez, profesor del programa de Psicología de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), es uno de ellos.
Atraído por las relaciones sociales entre los animales, durante su formación como psicólogo de la Universidad Nacional y más adelante en su Magíster en Psicología, realizó trabajo de campo con codornices estudiando su conducta sexual. Más tarde, en su doctorado en neuroetología en la Universidad Veracruzana de México se adentró en los bosques de Costa Rica para estudiar las relaciones sociales de los monos araña.
Ya en Colombia, y vinculado con la UNAB, creó el semillero de investigación dedicado al comportamiento animal y la cognición comparada. En marzo de este año, durante el Primer Congreso Interuniversitario de Semilleros de Investigación, presentaron los resultados de un estudio comparativo en el que evaluaron si la presencia de perros contribuye con la disminución de los niveles de estrés en estudiantes universitarios.
Los estudiantes UNAB María Angélica Rojas, Danna Silva y Jonathan Palomino García, junto al docente UNAB Juan Carlos Riveros Rodríguez y Thor, canino que participó en la investigación / Foto Erika Díaz Rangel
En dicho trabajo, cuyas conclusiones preliminares están en las memorias del congreso, se evaluó la variación de la frecuencia cardíaca como indicador de estrés de 19 estudiantes a quienes se les aplicó un test de estrés social en cuatro situaciones diferentes: unos estudiantes vivieron la experiencia totalmente solos, otros con su propia mascota, otros acompañados de un amigo y los últimos con un perro desconocido pero entrenado.
Los análisis preliminares mostraron que quienes estaban en compañía de su mascota tuvieron una menor elevación de la frecuencia cardíaca y mejor desempeño en la prueba de estrés social, en comparación con quienes estuvieron solos, con un amigo, o con un perro desconocido.
“Puede que el efecto antiestrés sea mayor al lado de la mascota propia porque ya se tiene un vínculo. También llama la atención que quien estaba con su amigo tenía más elevación de la frecuencia cardíaca. Según la literatura puede ser porque los estudiantes se sienten en situación de evaluación junto a sus amigos, pero al estar con el perro este no los juzga”, señaló Riveros.
Aunque se trata de un estudio con algunas limitaciones como una muestra pequeña, sienta las bases para más trabajos. “La idea es evaluar a futuro otros factores fisiológicos en diferentes entornos de estrés, así como otros beneficios de las mascotas y en otras poblaciones como adultos mayores”, recalcó Riveros.
Las investigaciones en esta área cada vez son mayores, en un estudio hecho en Suecia, publicado en 2017 en la revista Nature, siguieron por doce años a más de tres millones de personas y concluyeron que tener un perro parece estar asociado a una menor mortalidad en la población general y a menor riesgo de enfermedad cardiovascular en hogares conformados por un solo adulto. Pero esa relación humano-mascota parece que influye en ambas direcciones, también en Nature en 2019 señalaron en otro estudio, que los niveles de cortisol, hormona del estrés, se sincronizan entre los dueños y su mascota a largo plazo.
Riveros es cauteloso con las conclusiones que se pueden derivar en este punto: “no se trata de lanzar el mensaje de si tiene estrés, o desea mayor bienestar, ponga un perro o un gato en su vida, como si de un juguete o un tratamiento se tratara. Necesitamos investigación más rigurosa. Y antes de tener una mascota es importante considerar tres aspectos clave: recursos económicos, disposición de tiempo y espacio”.
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