
Por Carolina Cardona Londoño
Profesional en Estudios Literarios UNAB (2024), correctora de estilo y editora.
Recientemente en el mundo literario —en ferias, en presentaciones y en boca de autores y editores— se oye mencionar con mucha frecuencia la expresión “edición independiente”: edición independiente aquí, edición independiente allá, edición independiente esto o lo otro. Pero ¿de qué hablamos exactamente cuando hablamos de edición independiente?
Para explicarlo debemos remontarnos al mundo editorial en Francia en la década de los 80 del siglo XX, momento en el cual los entonces líderes del mercado del libro dieron un paso hacia la conformación de los conglomerados más grandes a nivel mundial en tema de publicaciones: nos referimos a Hachette, Gallimard y Editis. Operaciones de fusión, compra de catálogos de editoriales más pequeñas y ciertamente prometedoras, e inyecciones inmensas de capital lograron crear el oligopolio de la edición en ese país. De manera casi análoga y por la misma época, Penguin Books, líder de la publicación de libros del mercado anglófono tomó decisiones similares para consolidar su expansión al convertirse en el gigante Penguin Random House, y con estas movidas el tablero editorial mundial quedó establecido. Actualmente, los sellos que pertenecen a estos conglomerados editoriales son los que más títulos publican con el mayor número de ejemplares y con los índices de ventas más altos.
A la luz de este contexto, los pequeños editores franceses, que siempre habían existido pero que hasta ahora se veían en total peligro de desaparecer, comenzaron a gestar un movimiento de resistencia, la hoy llamada edición independiente, que se fue expandiendo lentamente en todos los mercados del libro hasta llegar a Latinoamérica. En Colombia, a la par de Latinoamérica, la edición independiente ha venido presentando un auge hace un par de décadas y una consecuente reconfiguración del entorno editorial tal y como lo conocemos.
Declararse como editorial independiente implica tomar ciertas posiciones en el campo editorial, que, contrario a una creencia difundida ampliamente —y realmente sin fundamento alguno—, no se opone a lo comercial, sino que se opone a la homogeneización del mercado, a la anulación de la bibliodiversidad, a la corrección política y a todos aquellos aspectos que los grandes conglomerados parecieran perseguir: estandarización, masificación y maximización de las ganancias para el conglomerado —y no para el autor, que es, irónicamente, el que menos gana de todos en la cadena—.
Vemos entonces que la edición independiente es un fenómeno editorial de pequeñas empresas que se atreven a publicar libros diferentes, audaces, arriesgados, fuera de la tendencia y de las modas; que producen libros estéticamente bellos, con propuestas materiales cuidadas, innovadoras y atractivas, y cuya supervivencia se fundamenta precisamente en encontrar un nicho de lectores que valoren estas actitudes y que distingan ese sello identitario como un signo de calidad en las publicaciones.
Así, vemos entonces en las librerías independientes colombianas —aliadas indiscutibles del editor independiente—, propuestas muy interesantes ya consolidadas, como Laguna, Tragaluz, Himpar o Rey Naranjo, o proyectos editoriales más recientes e igualmente notables como La Jaula, Lazo, Sincronía, Salvaje o Palm Press. Mencionar solo a unas es necesariamente injusto: hay muchas editoriales independientes en el mercado colombiano con propuestas extraordinarias y generosas.
Pero, por supuesto, no todo es color de rosa en este lado del “ecosistema editorial” colombiano. Las dificultades de una editorial independiente, sea cual sea su tamaño, están a la orden del día. Al ser coherentes con su discurso, algunos buscan pagos más justos para sus autores, correctores y diagramadores, por lo que las ganancias, muchas veces, se ven sacrificadas. La distribución es limitada: en Colombia solo hay un par de distribuidoras que se dedican a lo independiente; de lo contrario, la distribución debe asumirse como propia, por lo que llegar a las librerías se hace costoso y logísticamente muy complejo. Los estímulos del gobierno local y nacional son pocos, con rubros presupuestales del sector cultural que tienden siempre a ser los que primero recortan en momentos de “crisis”. Por último, como lo mencioné anteriormente, el espacio físico en las librerías lucha a muerte con la cantidad ingente de publicaciones de conglomerado.
Pese a esto, la edición independiente en Colombia, aunque es un fenómeno aún en etapa crecimiento —a diferencia de mercados como el mexicano o argentino que van mucho más adelante— está viviendo un gran momento, aunado a la aparición de otras manifestaciones editoriales como la autoedición, la edición comunitaria y la publicación de fanzines que, en algunos casos, se van a márgenes incluso más lejanas de la edición convencional. Ahora, alcanzada cierta madurez sectorial, la misión es procurar la sostenibilidad en el tiempo, la normalización de prácticas editoriales justas para todos, la consolidación como subsector con una vocería tal vez más notoria, activa e incluyente, y la tenacidad por mantener espacios ya ganados, como por ejemplo la feria La Vuelta Independiente o el Pabellón 17 de la Filbo.
Ya para finalizar, quisiera dejar aquí dos reflexiones. La primera, creo que los conglomerados no son el villano de la película: no todo lo que publican necesariamente atenta contra el criterio del lector o la diversidad. En todo catálogo hay joyas y buenas lecturas para disfrutar, sea cual sea el género que más nos guste. Lo importante es tener la mente abierta para salir a buscar más allá, lo que nos lleva a la segunda reflexión, que es, además, una invitación. La próxima vez que quiera buscar algo para leer, pásese por la librería, y si es una librería independiente, mejor aún. Pregunte allí por libros de editoriales independientes, déjese llevar por la recomendación del librero y seguro se llevará una grata sorpresa.