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Lo peor está por venir

Abr 16, 2020 | En la UNAB nos cuidamos, Salud y tecnología

Por Pastor Virviescas Gómez*

Suena apocalíptico, ya lo sé, pero si entre los pitos y matracas del 31 de diciembre pasado el más avezado de los científicos nos hubiese advertido una cuarta parte de lo que hoy está aconteciendo con la pandemia del nuevo coronavirus, seguramente lo habríamos tildado de deschavetado.

Y es que esta bomba que detonó en la ciudad de Wuhan (China) hace menos de 100 días, ahora tiene al planeta entero de rodillas, frente a la que ha sido catalogada por la Organización de Naciones Unidas (ONU), como la crisis más desafiante que haya enfrentado la Humanidad desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Para quienes desestimaban su gravedad diciendo que “esta es un gripa más” -entre los que se cuentan presidentes como Jair Bolsonaro de Brasil-, o para aquellos que al día de hoy insisten en ver detrás el fantasma de una conspiración entre laboratorios farmacéuticos y agencias de espionaje, las cifras son demoledoras: 852 mil contagiados en el mundo, 42.500 fallecidos y 172 mil curados (al día 1 de abril), en un reloj que en la tarde hace ver desactualizadas las cifras de la mañana.

Como un tsunami del que nos advierten con meses de antelación, pero que aún así desatendemos el sonido de las alarmas, este covid-19 galopa a un ritmo endemoniado saltando de Asia a Europa, donde hemos visto escenas dantescas como la de la ciudad italiana de Bérgamo, en la cual el número de cadáveres desbordó a las funerarias y tuvieron que acudir los militares para cargarlos en camiones, cremarlos sin que las familias pudieran despedirlos y sepultarlos con prisa. O cuadros desgarradores como los 362 ancianos que han muerto en casas para la tercera edad en Catalunya, muchas veces sin despedirse de sus hijos.

De Europa el covid-19 rebotó a América, donde un Donald Trump lucía más preocupado por la economía y los grandes capitales que por el rango de 200 mil a más de un millón de muertos arrojado en las proyecciones de los expertos. Los 190 mil diagnosticados y los cuatro mil muertos le están diciendo al todopoderoso mandatario que se dejó tomar una enorme ventaja.

¿Y de Colombia qué? Ya está más que desgastada la excusa de que nadie calculaba y mucho menos podía estar preparado para enfrentar la magnitud de lo que venía.

Así las cosas, y atropellados por esta especie de volcán en erupción, presidente, ministros, gobernadores, alcaldes, congresistas y gremios, le han salido al paso al covid-19 con decretos y recomendaciones, haciéndose evidente la falta de un accionar conjunto, en medio de contradicciones y descalificaciones, cerrando tardíamente los aeropuertos del país para que no llegaran más casos importados o no implementando rigurosos controles para quienes debieron entrar en cuarentena y en su lugar fueron contaminando a diestra y siniestra hasta superar la cifra de mil positivos y una veintena de muertos.

En lo que ni siquiera es el primer capítulo sino el prólogo de una hecatombe, algunas autoridades apenas se están percatando que no cuentan con suficientes ventiladores mecánicos respiratorios –que algunos periodistas confunden con aquellos que se utilizan para calmar el calor– o que las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) llegado el momento de alcanzar la cima serán insuficientes para atender la demanda.

En cuántos departamentos como Santander –que en casos detectados está sospechosamente por debajo de otros territorios menos poblados como Risaralda, Huila y Quindío– se sigue dependiendo de tomar las pruebas, enviarlas a Bogotá y esperar una ‘eternidad’ para conocer los resultados. Hace cuántas semanas no se consigue una botella de alcohol antiséptico o cuánto hay que pagar por un tapabocas de los ordinarios, porque los óptimos se convirtieron en artículos de lujo.

Entonces se echó mano del aislamiento preventivo obligatorio desde el pasado 24 de marzo hasta un plazo inicial que culminará el próximo 13 de abril, pero que a los ojos de los que saben de la materia tendrá que extenderse porque lavarse las manos cada dos horas o permanecer en casa, no quiere decir que el virus no esté en la baranda del bus, en el asiento del taxi o en la saliva de quien sintiendo malestar se pasa por la faja las advertencias.

A eso hay que sumarle la indisciplina y la ignorancia de quienes sigue comportándose a sus anchas, poniendo en riesgo no solo su vida y la de sus parientes, sino la de los vecinos que no tienen porqué pagar los platos rotos de tamaña irresponsabilidad.

Esos estudios y cálculos hablan de cuatro millones de colombianos que, a pesar del caudal de información que pareciera incomodar a algunos sectores, podrían resultar infectados.

El consuelo, si sirve de algo, es que médicos, enfermeras y paramédicos no se han movido de la primera línea de batalla, en agotadoras jornadas en las que a cada instante están arriesgando su integridad.

¿Qué vendrá? El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ya admitieron que esta crisis rebasará la de 2008 y que probablemente superará a la gran recesión que se vivió por allá en 1929 y de la que pocos se han dado la tarea de repasar.

Hoy el pulso se da entre quienes argumentan -como es obvio- que la salud está primero, y aquellos que defienden sus grandes capitales y le dan más valor a que no se paralice la producción y por lo tanto las máquinas registradoras.

Pero aunque el covid-19 ataca sin distingo de razas, credos o estratos, no hay que tener una bola de cristal para saber que sobre quienes recaerá el mayor impacto serán los sectores vulnerables, aquellos que no tienen para pagar una afiliación al sistema de salud y mucho menos una medicina prepagada.

El día que pase -si es que pasa-, habrá que afrontar las consecuencias psicológicas y meditar seriamente si como individuos, como ciudad, como país y como arrendatarios del planeta vamos a asumir una actitud más coherente. De aquí a ese día, se dispararán la violencia intrafamiliar, el desempleo, el hambre, la angustia, la protesta social y con ellos la represión.

*Jefe de Medios Impresos UNAB

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