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“El viaje al infierno” de María Jimena Duzán

Sep 6, 2011 | Cultura y humanidades

Por Javier Ferreira
Si en Colombia hay alguien que pueda asegurar que el periodismo es una profesión peligrosa es María Jimena Duzán. Fue víctima de un atentado cuando llegaba a su casa, en Bogotá, en 1983; sufrió el asesinato de su maestro Guillermo Cano Isaza a manos del narcotráfico, en 1986; vivió el ataque al periódico El Espectador -donde trabajaba en ese entonces-, que destruyó las instalaciones de esta casa editorial, en 1989, y tal vez la que más le ha dolido fue el asesinato de su hermana, Silvia, por parte de los paramilitares, en Cimitarra (Santander), el 26 de febrero de 1990.

Esperó casi 20 años para tomar valor, mirar las cosas desde afuera y emprender un viaje para develar los pormenores de ese trágico evento de su vida. “Mi viaje al infierno” fue el título que le dio al libro en el que narra, con lujo de detalles, los momentos, antecedentes y personajes que tuvieron que ver con la muerte de su hermana y tres líderes campesinos del Magdalena Medio.

La periodista estuvo en Ulibro 2011 presentando su obra y compartiendo con los asistentes su experiencia.

¿Cómo le fue en el infierno?

Creo que hasta ahora voy saliendo. Me ha costado mucho trabajo. Me tomó casi tres años escribir este libro tan cortico. Yo pensaba que eso era lo más difícil, pero cuando terminé me di cuenta que tenía que decantar todo lo que había encontrado. Me enfermé haciendo el libro, pero ya estoy mejor.

¿Por qué esperó todo ese tiempo para emprender la investigación de los hechos del asesinato de su hermana?

Esas son cosas muy difíciles de abordar y son muy pocos los casos en los que quien escribe termine mal como persona. Creo que hay que ver cómo lo hace uno en el momento indicado, por eso siempre he dicho que todavía está por escribirse la novela sobre el secuestro en Colombia, porque está muy cercano el momento. Duré 20 años haciendo esto. No es novela, es una historia personal, pero uno la escribe cuando se siente más tranquila y cuando de alguna forma piensa que puede entrar a ese mundo sin ‘quebrarse’, porque fíjese que hay mucha gente que ha hecho eso y ha terminado pegándose un tiro.

En el caso del asesinato de su hermana no hay sentencia judicial, no hay un preso por este episodio. ¿Los periodistas están condenados a que los crímenes contra ellos queden en la impunidad como pasó con Jaime Garzón y Guillermo Cano?

En este caso, la verdad, la mayoría se han quedado impunes. Una cosa que nos pasa a los colombianos que vivimos el conflicto es que se va perdiendo la dignidad de las víctimas. Aquí la gente se asusta, no se mueve, no denuncia (…) El caso de estas masacres en Cimitarra, no sólo la de mi hermana, sino las tres masacres que se llevaron a cabo en el Magdalena Medio a finales de la década de los ochenta, fueron las que marcaron, de alguna manera, la llegada de los paramilitares a la zona para quedarse… ¡Y quedarse! Porque todavía están ahí.

Y políticos que recibieron apoyo de paramilitares para ser elegidos ahora están presos, sin embargo en esta época electoral sus familiares se han lanzado, quizá para ocupar sus curules…

Eso es lo que más me da furia. Lo que siempre he dicho, y trato de hacerlo desde mis escritos como periodista, es tratar de incitar a la gente a esa reflexión: no elijamos a los mismos que han acabado este país. La política también sirve para cambiar, para llevar a esos puestos de poder a gente que  tenga valores interesantes. Es increíble cómo en Santander Richar Aguilar, hijo de un cuestionado exgobernador que está preso (Hugo Aguilar), hoy es candidato. Cometí el sacrilegio de escribir una columna contra el gobernador Horacio Serpa y casi se me viene el mundo encima, porque también creo que la clase política tradicional, sobre todo liberales y conservadores, tampoco ha llevado este país a buen puerto. Entonces vamos ‘de Guatemala a Guatepeor’.

Además de la detallada narración de los hechos y los responsables de la masacre de 1990, ¿qué hay que esperar del libro?

Es una reflexión de lo que es ser víctima en Colombia. Me he dado cuenta que lo más dramático es que el país no sabe hablarles a las víctimas. Me siento una víctima privilegiada, pero la mayoría no lo es. Hasta ahora, por primera vez en Colombia, la Ley de Víctimas y la Ley de Restitución de Tierras les devuelven a las víctimas un poquito de lo que el Estado debió haberles devuelto hace tiempo, que es decirles: ‘tienen razón en su lucha, a ustedes les quitaron sus tierras y se las vamos a devolver, y los vamos a proteger’. Vamos a ver si esa promesa tan idílica termina siendo cierta o terminamos como en la época de Carlos Lleras: sin el pan y sin el seco.

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