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Una crisis necesaria

Jul 9, 2020 | Ciencia e investigación, En la UNAB nos cuidamos

Por Luis Fernando Rueda Vivas*

“Ha tenido que venir una pandemia para situarnos en el siglo XXI”. La frase es del profesor de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación Josep María Duart, en la Universidad Oberta de Cataluña (UOC), quien frente a un auditorio ‘virtual’ de docentes de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) explicó las razones por las cuales, ante una situación de excepcionalidad como la que atraviesa el mundo -la educación no se salva- existe confusión en las modalidades de enseñanza, en los criterios de evaluación y en las metodologías de aprendizaje, entre otras consecuencias, por culpa de una disrupción global inesperada que ha puesto a este sector al borde de la desafección por parte de estudiantes, profesores, padres de familia y, de alguna manera, de sus trabajadores.

El fenómeno, al ser universal, sirve de alguna manera como consuelo para cientos de miles de instituciones de educación en el mundo que no estaban preparadas para asumir un proceso de adaptación, unas más adelantadas que otras, a marchas forzadas. Pero no se pueden quedar de brazos cruzados. Lo que sí está claro es que, como lo advierte el profesor Duart, “tenemos que conseguir quedarnos en el siglo XXI cuando esto termine”. ¿Y cómo se logra esto? La incertidumbre también alcanza para preguntarse hacia dónde va una educación que, por la situación particular de tenerse que replegar a casa en esta pandemia, comprobó que, inevitablemente, está mediada por la tecnología.

“Estamos ante una oportunidad única de reformar la educación” propone en su programa de televisión semanal Efecto Naím su director, el columnista, escritor y analista de la realidad mundial, Moisés Naím, quien reflexiona sobre los efectos de la pandemia para 1.500 millones de estudiantes en todo el planeta. “En teoría estos estudiantes serían educados en casa, a distancia, en muchas partes ocurrió pero eso agotó rápidamente la paciencia de los estudiantes y de los padres de familia, y también mostró las dificultades de hacerlo a distancia, que mezclado con las deficiencias que ya venía acumulando la manera de enseñar del sistema educativo en todos los países en el mundo, crea una crisis que quizás es muy bienvenida”.

Medio mundo ‘desconectado’

El primer redescubrimiento fue comprobar la inmensa brecha digital que todavía hoy existe y es determinante en los países en vías de desarrollo. No se puede obviar. “Los niños no han estudiado por falta de los computadores porque solo un celular no alcanza, un ejemplo: yo tengo cinco hijos y no alcanza para hacer las tareas”, dice Yaleny Ismare, una madre colombiana que reúne todas los inequidades en un solo tirón: no hay un computador en casa, tampoco conectividad a internet, su hogar supera el número promedio de integrantes y la pobreza entró hace rato por la puerta.

El caso puntual de la señora forma parte del 43 % de habitantes del planeta que, según Global Digital, no tiene internet. Gobernantes y administradores de los servicios estatales de educación hacen piruetas para enmendar un problema que es estructural. Mientras los medios de comunicación ponen sus cámaras y micrófonos en las tragedias de los niños que se encaraman a un árbol para lograr conectarse a una señal de internet o que hacen turnos para alquilar un teléfono celular con datos -el periodismo de ‘pobretería’ bien definido por la reportera y escritora Alma Guillermoprieto- los culpables del saqueo a los presupuestos destinados a mejorar las condiciones en infraestructura de miles de escuelas y colegios se pasean frente a sus narices.

Mientras las instituciones privadas reaccionaron rápidamente y lograron continuar ofreciendo los servicios educativos en línea, los colegios oficiales en Colombia han tenido que resolver primero cómo garantizar el suministro de alimentos a sus estudiantes, ante el riesgo de incrementar la deserción escolar, y luego sí sentarse a pensar en cómo asegurar que la población que atienden no se quede aun más rezagada, mientras espantan a los carteles de la contratación que, por décadas, se llevaron los recursos de los más necesitados.

Según el último censo del Departamento Nacional de Estadística (DANE) solo el 43 % de la población tiene acceso a internet y mientras más lejos se esté de los centros urbanos la cobertura se reduce. Un estudio del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana reveló este año que de 2 millones 500 mil estudiantes de colegios rurales tan solo el 17 % tiene un computador y señal de internet.      

Hace unos días la recién posesionada ministra de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, Karen Abudinen, respondía en una entrevista que la meta del actual Gobierno es dejar, dentro de dos años, una cobertura del 70 % en todo el territorio nacional además de servicio gratuito a diez mil comunidades rurales. Pero no todo pasa por la falta de un computador o un servicio de internet, a la brecha digital hay que sumarle el analfabetismo que, en plena pandemia, desnudó las graves carencias de los maestros a la hora de utilizar las herramientas digitales para poner sus clases a tono con una revolución que ya no es 2.0.

El tiempo de los maestros

El Banco Mundial dio a conocer un dato más que preocupante a finales de 2019: el 53 % de los niños en países de ingresos medios o bajos no pueden, a los diez años, leer y entender un texto simple. Los expertos en educación temen que por culpa de la pandemia este indicador se incremente porque, además del riesgo de perder estudiantes por los problemas de conexión, se le sume la dificultad de los maestros para adaptarse a los ambientes mediados por la tecnología que, hoy por hoy, han permitido que este sector se mantenga a flote.

Sería algo así como un cortocircuito en el proceso formativo del estudiante que lo alejaría de forma inexorable del mundo de las oportunidades. Los efectos devastadores de la pandemia se han hecho sentir en la conformación del mercado laboral el cual, en Colombia, perdió en mayo pasado 4,9 millones de trabajos. La reducción en la población ocupada se concentra, según Juan Daniel Oviedo, director del DANE, “en el grupo poblacional que solo tiene un nivel educativo hasta bachillerato”, lo que refleja la importancia que tiene la educación y la profesionalización para la economía de un país.

De ahí el significado que tiene el fortalecimiento de un magisterio, en el caso de la educación básica y media, y de los docentes en el campo de las instituciones de educación superior, en el usufructo de las tecnologías. “El maestro ya no tiene el monopolio de la información” ha dicho Juan Luis Mejía Arango, rector de la Universidad EAFIT en Medellín, haciendo referencia a los retos que enfrenta la educación. A principios de la pandemia fue evidente el atraso de los profesores en el manejo de recursos, la mayoría a la mano en la web, para poner la tecnología al servicio del conocimiento.       

Francisco Cajiao, Licenciado en Filosofía, experto en el área de la educación y asesor del Ministerio de Educación Nacional (MEN) lo explica de esta manera:  “Ni qué decir de los maestros que en esta última década decidieron que la tecnología no era para ellos y prefirieron hacer las cosas como siempre se habían hecho. Sin embargo, habrá aprendizajes y éxitos individuales y grupales que deberían recogerse muy pronto porque esta oportunidad no se repetirá”.

Para el profesor Duart pueden existir resistencias como no entender los nuevos perfiles de los estudiantes, poca habilidad para evolucionar las dinámicas de trabajo docente con el uso de la tecnología y la desconfianza o sospecha hacia ella e internet. “La tecnología es un recurso, apoyo, herramienta a disposición del educador y aprendiz” aclara Duart. El rector Mejía, por su parte, plantea nuevos entornos dentro de los cuales se encuentran las habilidades del siglo XXI y nuevas pedagogías centradas en el aprendizaje.

El papel del maestro será en consecuencia, además de enfrentar a un joven sobreestimulado, hiperconectado, impaciente, con baja tolerancia a la frustración y adulto antes de tiempo, identificar el potencial de cada uno de sus estudiantes. Su voz tiene que ser la de la inspiración y la empatía.

Más allá de la contingencia

Los jóvenes nacidos en la era digital probaron de su propia medicina y, aparentemente, no les gustó. Muy hábiles para desfilar por las pasarelas de las redes sociales, ver series en Netfllix o pasar el tiempo en videojuegos, hicieron ‘pucheros’ con la educación en línea que, de un sábado para lunes, les tocó asumir a la fuerza.

“No pagamos para recibir las clases al frente de un computador” ha sido la queja recurrente entre el estudiantado, frase que ha hecho eco en los padres de familia y, de paso, en un sector de los maestros. De pronto la tecnología nos puso a todos en su sitio y ello obligó a reaccionar desde el sector de la educación, a todo vapor, para no dejar que la barca naufragara.

Desde ese lunes en el que el mundo real, el de la calle, paró, hemos venido escuchando términos que van desde lo remoto, pasando por lo híbrido hasta llegar a lo virtual. Los más puristas responden con enfado que lo que han vivido las instituciones de educación no es la virtualidad propiamente dicha, y tienen razón. Lo presencial y lo virtual se sitúan en los extremos, y en la mitad ha surgido el concepto de lo ‘híbrido’, que combina tiempos espacios y entornos de aprendizaje, acudiendo a las herramientas TIC, para superar las clases remotas que agobiaron en un inicio a todo el mundo y que, en algún momento, rompieron con ciertos estándares de la presencialidad cuando hubo que guardarse en casa.

Más allá de la discusión semántica está el cambio de mentalidad de todos los actores del sistema. “Tres siglos de consolidación de unos modelos educativos basados en la interacción presencial quedaron suspendidos por un tiempo indefinido. Sabemos que el retorno a la normalidad será gradual y que estas serán las últimas instituciones en regresar a su rutina, pues hacen parte de aquellas de alto riesgo de contagio” ha manifestado Cajiao.

Colegios y universidades, cada uno a su ritmo, prepara lo que será la segunda parte de un año absolutamente especial. Se plantean momentos de presencialidad y otros de trabajo en casa. El colegio o la universidad, reconocidos como esos espacios en donde se producen los encuentros físicos con el conocimiento, son lugares “donde sembramos la semilla de la inteligencia”, según lo expresa el rector de EAFIT. Josep Duart, a su vez, manifiesta que “la educación no es lo único que pasa cuando estamos en una clase”.

A eso hay que sumarle la propuesta del MEN de regresar gradualmente bajo un sistema de alternancia, en agosto próximo, que aun despierta más preguntas que respuestas. Si bien ya existen unos protocolos definidos el temor de volver a las aulas, vaya paradoja, sigue siendo un tema de discusión. Para el profesor Roberto Sancho Larrañaga, del programa de Comunicación Social de la UNAB “esta experiencia es un laboratorio sobre los límites de lo digital, esta sigue siendo una experiencia excepcional”. Sin embargo, la trascendencia de este momento va mucho más allá de la contingencia.

 

*Director Oficina de Comunicación Organizacional UNAB

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