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Desenmascarando el miedo: el rostro de la covid-19

Jun 11, 2020 | Ciencia e investigación, En la UNAB nos cuidamos

Por Luis Fernando Rueda Vivas*

Disparar una bala en la oscuridad. Así se vive, más o menos, la ‘guerra’ que médicos, enfermeras, laboratorios farmacéuticos, científicos y personal de la salud enfrentan, cada segundo, contra un nuevo virus, el SARS-Cov-2, que hasta el momento ha dejado cerca de siete millones de personas infectadas confirmadas -el número debe ser muchísimo mayor-en el mundo, alrededor de 400 mil muertos y un porcentaje de recuperados que bordea el 45 % de las cifras globales.

El tablero digital de covid-19 del Centro de Ciencias e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, que lleva el conteo minuto a minuto de casos confirmados de contagio en 188 países, muestra en su página web un mapamundi que, todos los días, se torna más rojo como si fuera un gran termómetro que indicara un planeta en alto estado febril. El mundo, hace seis meses, depende de las cuentas de ese tablero.

Ese ejército de combatientes libra varios frentes de batalla, al mismo tiempo, en una carrera contra el reloj en la que su fin será el día en que se confirme la efectividad de una vacuna que proteja a toda la población, el virus mute hacia una menor virulencia o se compruebe un tratamiento médico que posibilite la atenuación o erradicación de las manifestaciones de la enfermedad producida por el virus.

En este último frente la ciencia médica reconoce que si bien nadie estaba preparado para librar un combate de tal magnitud ante un enemigo de alguna manera desconocido, el mundo obvió alertas tempranas. “Prepararse para algo que no se sabe cuándo va a suceder pero que requiere una gran inversión, no nos pareció necesario”, se lamenta el médico internista infectólogo Edgar Augusto Bernal García, profesor asociado del programa de Medicina de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB).

Para Bernal “la ciencia sí conocía bastante desde antes, lo que sucede es que el mundo no estaba preparado para algo así, a pesar de haber documentos científicos, incluidos los llamados hechos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde hace varios años, de que algo así podía suceder, pero no nos preparamos”, advierte.

El rostro del enemigo

Las primeras noticias sobre la presencia de una enfermedad en la provincia china de Wuhan, reconocida previamente como una neumonía atípica, alertó al mundo. Desde ese momento hasta hoy el papel que ha jugado la ciencia ha marcado un derrotero para desenmascarar los efectos que el coronavirus produce en el cuerpo de una persona contagiada. Esa es la oscuridad a la que se enfrentan los profesionales de la salud cuando reciben un caso de covid-19 con complicaciones clínicas: cuál es el rostro de la enfermedad.

“Los síntomas más habituales de la covid-19 son la fiebre, la tos seca y el cansancio muscular o debilidad muscular con dolor.  Otros síntomas menos frecuentes que afectan a algunos pacientes son los dolores y molestias generales, la congestión nasal, el dolor de cabeza, la conjuntivitis, el dolor de garganta, la diarrea, la pérdida del gusto o el olfato y las erupciones cutáneas o cambios de color en los dedos de las manos o los pies. Estos síntomas suelen ser leves y comienzan gradualmente”, explica Gustavo Adolfo Parra Zuluaga, médico internista y profesor asociado del programa de Medicina de la UNAB.

Un informe de mediados de mayo pasado en CNN en español da cuenta sobre las revelaciones del médico Scott Brakenridge, profesor asistente del equipo de cirugía de cuidados agudos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Florida: “Una cosa que es curiosa, evolutiva y frustrante es que esta enfermedad se manifiesta de muchas maneras diferentes”.

Efectos sobre la capacidad de respiración del paciente, eventos trombóticos, accidentes cerebrovasculares, embolias pulmonares, enfermedad de kawasaki en niños, insuficiencia orgánica multisistémica, hinchazón roja o púrpura en los dedos de los pies son, entre otros, desarrollos de una enfermedad cuyos síntomas más obvios de la infección son los respiratorios clásicos: fiebre, neumonía y síndrome de dificultad respiratoria aguda.

Médicos, enfermeras y personal de la salud se enfrentan a un virus que, a diferencia de otras infecciones que tienen síntomas clásicos y fácilmente reconocibles, varía mucho de persona a persona. Las cifras demuestran que, a lo largo de esta pandemia, algunas tendrán una enfermedad leve y otras complicaciones más severas y potencialmente mortales. “En el caso del covid-19 una de las maneras para saber si puede haber mayor complicación es con el pulsooxímetro y viendo la saturación del oxígeno al medio ambiente. Otra manera es haciendo el seguimiento de la frecuencia respiratoria, que si aumenta es signo de alarma, la otra es la frecuencia cardíaca, que si aumenta es bandera amarilla o roja, otra es las cifras -la tendencia a la disminución- de la tensión arterial, otra es el gasto urinario, otros son marcadores biológicos como PCR, VSG, Dímero D, Ferritina que se eleva”, un panorama complejo como lo describe Parra Zualuaga.

De allí la necesidad de salvaguardar la vida de quienes, ante el avance del contagio, resultan más vulnerables: las personas mayores y quienes padecen alguna enfermedad de base o patologías crónicas, como hipertensión arterial y diabetes, así como los pacientes inmunodeprimidos.

La lámpara de Diógenes

Así como el filósofo griego Diógenes de Sinope caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida buscando hombres honestos, la ciencia es esa luz de la que se prende la humanidad para encontrar verdades aplicables. El periódico bogotano El Tiempo, en un editorial del 19 de abril pasado, interpretaba esa esperanza argumentando que “los aportes de la comunidad científica y académica son bienvenidos y fundamentales en un momento tan apremiante como el que vivimos. Pero en este escenario hay que tener la sabia modestia de entender que el mundo está aprendiendo, por lo que trabajar cooperativamente el conocimiento se convierte en imperativo en la carrera de hallar resultados con los que se puedan salvar vidas y retomar el necesario equilibrio social”.

Megan Ranney, doctora de emergencias y profesora asociada de Medicina de Emergencias de la Universidad de Brown, en Providence, estado de Rhode Island, compareció en la última semana de mayo ante el Congreso de los Estados Unidos para hablar sobre el avance del coronavirus que ha golpeado sobremanera a ese país. Allí dijo, entre otras cosas, que “todavía no sabemos completamente qué medicamentos funcionan y para quién. Hay algunos ensayos muy prometedores y hay algunos estudios de ciencia básica prometedores. Es esencial para nosotros equilibrar el riesgo potencial con el beneficio potencial… buenos ensayos científicos nos ayudan a hacer eso”. Y sobre el trabajo científico en busca de respuestas agregó: “han estado trabajando para tratar de mejorar nuestro conocimiento sobre el virus. Literalmente, las personas han estado trabajando las 24 horas para tratar de definir el virus, identificar posibles objetivos terapéuticos y de vacunas, definir patrones de transmisión y crear nuevas formas de mantenernos a salvo a todos. Pero la buena ciencia lleva tiempo”.

El epidemiólogo Juan Carlos Villar Centeno, médico egresado de la Universidad Industrial de Santander (UIS), especialista en Medicina Interna y doctorado en Epidemiología Clínica, profesor de Medicina Interna de la UNAB y director del Centro de Investigaciones de la Fundación Cardioinfantil (Bogotá), lo resume en tres palabras: “Poder aprender haciendo”. Villar es un entusiasta tuitero que comparte sus opiniones con conceptos científicos. “Necesitamos identificar tratamientos (quiero decir probados) para covid-19. No contribuimos haciendo cosas aisladas, desesperadas o anecdócticas. En esta situación, como las otras en medicina, se necesitan asignación aleatoria y grupo control (ensayos clínicos) para avanzar”.

Ante un virus desconocido la medicina trabaja para ilustrarse, saber primero cómo diagnosticarlo, y segundo, qué tratamiento seguir. Sobre esta premisa el médico epidemiólogo Víctor Mauricio Herrera Galindo, docente del programa de Medicina de la UNAB, afirma que “este reto ofrece la oportunidad para demostrar la importancia del trabajo colaborativo entre redes de investigadores a nivel global, que empleando diferentes metodologías (desarrolladas en algunos casos para afrontar otra clase de condiciones) y compartiendo sus datos en la medida en que estos se recolectan y estrategias de análisis en repositorios digitales, han permitido acertar una respuesta sin precedente en la comprensión del problema y la formulación de soluciones que van desde la secuenciación del virus, pasando por la determinación de predictores de riesgo de eventos, hasta el modelamiento matemático del impacto de políticas de salud pública en el curso de la pandemia”.

 Sin embargo, el médico Edgar Bernal advierte que “otra característica de esta pandemia son los medios de comunicación en tiempo real a través de internet, las redes sociales, la ciencia abierta, la publicación de papers científicos por cientos, muchos de ellos sin revisión por pares. Esto tiene dos caras de la moneda, una es el hecho de tener acceso a información científica en tiempo real, pero también a mucha información de mala calidad, y qué decir de noticias claramente falsas. Entonces realizar lectura crítica de toda la evidencia científica que aparece todos los días para tomar decisiones, se convierte en una labor difícil, pero supremamente importante. ¡Nunca habíamos estado tan informados, pero también nunca habíamos sentido tanto ruido!”, asegura Bernal.

En la cara oculta de la luna

Desde una receta casera que combina limón, jengibre, cebolla y ajo, con supuestas propiedades para neutralizar el coronavirus, pasando por tratamientos con hidroxicloroquina (HCQ), Remdesivir o famotidina, hasta el uso de plasma de convaleciente son, entre todas las probabilidades, tratamientos de los cuales se informa por todos los medios con la esperanza de encontrar la fórmula que, en este frente de exploración, allane el camino sobre un terreno desconocido: la cura de la covid-19.

Salvo la receta del limón y jengibre, desmentido por la OMS, la ciencia médica trabaja “en medio de una pandemia donde muchas cosas son enloquecedoramente poco claras”, como lo describe la periodista científica Ángela Posada-Swafford. El médico Bernal es cauto cuando se le pregunta por la efectividad de cuanto tratamiento va apareciendo: “Hay un dicho dentro del gremio médico que dice que cuando hay tantos tratamientos para una misma enfermedad es que ninguno sirve. Realmente tratamiento específico para esta enfermedad no hay, todo lo que hay es manejo de sostén mientras el organismo logra superar la infección. Todas estas propuestas terapéuticas que usted nombra y muchas otras más, se sabe que funcionan in vitro contra el virus, pero de ahí a que sean efectivas para tratar esta enfermedad en humanos hay mucho trecho”.

Según el doctor Villar “conocemos pero no estamos seguros aún que la HCQ posiblemente no y Remdesivir probablemente sí mejoraría desenlaces pero, por esto mismo, se deben estudiar mejor. En el caso de la HCQ nos faltan todavía reportes de ensayos clínicos aleatorizados”. Su concepto fue atinado. Hace una semana este medicamento, que había sido asociado inicialmente con una aparente influencia en el aumento de la tasa de mortalidad, volvió a ser tenido en cuenta por la OMS para el desarrollo de ensayos clínicos.

Ya van seis meses desde cuando la China alertó al mundo con la aparición de esta enfermedad que, por ahora, nos cambió la vida de forma abrumadora. El doctor Herrera cierra este informe con un sabio consejo: “La información es un insumo necesario para tomar decisiones en nuestras vidas, sin embargo, no toda la información disponible corresponde con la realidad o al menos ha sido el producto de un ejercicio serio de análisis y reporte. En medio de la pandemia nos hemos visto inmersos en una enorme cantidad de mensajes provenientes de gran variedad de fuentes, contradictorios en algunos casos, acerca, por ejemplo, del curso de este fenómeno global, de la predicción de su evolución, de cuáles personas están en mayor riesgo de verse afectadas e incluso del tipo de acciones que podemos tomar para prevenir la infección o sus complicaciones. Frente a esto, la recomendación es acudir a fuentes reconocidas y confiables”. La ciencia médica espera la bala de plata que logre, por fin, iluminar el camino y dar en el blanco. Ese día la máscara del miedo se caerá entre miles de millones de abrazos.

*Director Oficina de Comunicación Organizacional UNAB

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