Queridos colegas y amigos:

Hoy nos reúne una tristeza profunda, de esas que nos sacuden el alma y nos obligan a detener el ritmo del día para recordar lo verdaderamente esencial: las personas que dejan huella, no por lo que tuvieron, sino por lo que fueron.
Y Nina Cabra fue, sin lugar a dudas, una de esas personas.
Llegó a nuestra Universidad con una energía distinta, de esas que se perciben sin necesidad de palabras. Desde el primer encuentro, nos mostró que su liderazgo no se imponía, sino que se tejía desde lo humano: con la escucha atenta, la mirada empática y esa serenidad que solo tienen quienes creen que educar también es cuidar.
Era una mujer de convicciones firmes, pero de trato dulce; de ideas profundas, pero de palabra sencilla. Su paso por la Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes no fue el de una administradora más, sino el de una presencia transformadora que se comprometió con cada proyecto, con cada programa, con cada persona.
Como decana, defendió nuestras causas con lealtad y convicción. Supo reconocer el valor de cada área —de la comunicación, de la educación, de la música, del arte audiovisual, de la literatura, de la gastronomía— y entender que todas, en su conjunto, eran expresiones de una misma búsqueda: darle sentido humano al conocimiento.
Nina nos enseñó que la gestión también puede ser un acto de amor; que liderar no significa ordenar, sino inspirar; que un equipo solo florece cuando se siente mirado con respeto.
Y así lo hizo: con una sonrisa constante, con palabras de aliento en los momentos difíciles, y con la convicción de que nuestra Facultad debía ser un lugar donde pensar, crear y sentir fueran una misma cosa.
Su vida académica fue brillante, pero su legado más grande no se mide en títulos ni en logros administrativos. Se mide en la huella emocional que deja en nosotros, en las conversaciones que aún resuenan, en los proyectos que soñó y que hoy nos corresponde continuar.
Porque sí, su paso fue corto, pero su impacto fue inmenso.
En medio del dolor, elegimos recordarla como vivía: con alegría, con compromiso, con esa mirada que abrazaba sin necesidad de palabras.
Nos deja la tarea de seguir construyendo la Facultad que imaginó: una donde el conocimiento no esté separado de la sensibilidad, donde la academia respire humanidad.
Gracias, Nina, por habernos enseñado tanto en tan poco tiempo.
Gracias por tu sonrisa franca, por tu ética inquebrantable, por tu defensa constante del propósito que nos une.
Y gracias, sobre todo, por recordarnos que la mejor manera de ejercer el liderazgo es desde el corazón.
Que tu luz siga inspirando nuestras decisiones y acompañando, silenciosamente, cada paso que demos.
Descansa en paz, querida Nina. Aquí seguimos, honrando tu promesa, con amor, con esperanza y con la misma sonrisa con la que tú enfrentabas cada nuevo día.
Escrito por Vladimir Quesada Martínez, director del programa de Música UNAB.






