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La Sierra que vivió Margarita Martínez

Dic 1, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Óscar Mauricio Olarte O.
Periodico15@unab.edu.co
La Sierra queda al oriente de Medellín pero en realidad está en
muchas partes. Su imagen se ve casi idéntica en los barrios más
pobres de cualquier ciudad latinoamericana, incluida Bucaramanga. Puede que
falten las guerras en las calles, con muchachos armados con fusiles y corriendo
como locos, pero están presentes la falta de oportunidades para la gente
y la ausencia total de Estado. Y con semejantes ingredientes, llegar a la violencia es sólo dar un paso.

La periodista Margarita Martínez, de la agencia norteamericana de noticias
Associated Press (AP), plasmó en este documental, que hizo con el estadounidense
Scott Dalton, una realidad con nombre propio que se repite en muchos asentamientos
marginales del país. El resultado: un trabajo de casi un año,
grabado en 122 cassettes de 45 minutos cada uno, que muestra la vida cotidiana
de unos jóvenes y trata de descifrar los orígenes de la violencia
cultivados desde la miseria.

Fue transmitido en Colombia por el canal Caracol, pero ya es ampliamente conocido
en varios lugares del mundo gracias a canales internacionales. Ha ganado varios
premios como el de mejor documental en el IFP de Nueva York, mejor documental
en el Festival de Cine de Miami y mención de honor en el Festival Slamdance
(Estados Unidos).

Margarita y Scott aprovechaban cada fin de semana que tenían libre para
viajar de Bogotá a Medellín y grabar en La Sierra. El costo del
documental lo asumieron de sus propios bolsillos. Unos días se quedaban
en aquel barrio y otros en casa de algunos amigos que tenían en la capital
paisa. Lo importante para ellos era buscar un día libre de su agitado
trabajo en la AP para programar viaje y seguir ‘arañando’
poco a poco las historias de ese barrio sin oportunidades.

Margarita Martínez, abogada con maestría en periodismo, estuvo
en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) invitada por el ciclo
de Cine y Periodismo, que organiza la Oficina de Prensa de la institución
y el periódico 15. Ahí presentó la versión larga
de su documental (de 84 minutos) y dialogó con los asistentes que llenaron
un auditorio y que en 2 horas no dejaron de hacerle preguntas. Aquí,
su diálogo con este periódico.

¿Cómo surgió la idea de realizar este documental?
Scott Dalton me convenció. Nosotros nunca diseñamos un
proyecto, lo que hicimos fue llegar con una cámara y ver lo que pasaba,
es decir, dejar que la realidad se fuera contando por sí misma, era algo
observacional.

¿Cuál fue el proceso para acercarse a las personas del
barrio para que le entregaran parte de su vida de la manera en que se ve en
este documental?
Hubo un trabajo previo larguísimo que no tenía como intención
el documental sino la labor periodística rutinaria de nosotros. Era la
época dramática de las masacres en que los jefes paramilitares
estaban hablando mucho en los medios y nosotros teníamos contacto con
ellos por nuestro trabajo.

El contacto que importó en este documental fue un jefe paramilitar que
influía en Antioquia y que le decían ‘Doble Cero’,
quien después fue asesinado. Scott me preguntó si podíamos
pedir permiso para entrar al barrio porque llegó de allá y me
dijo: ‘Acabo de ir y es una cosa impresionante, una cantidad de niños,
de jóvenes, con unas armas enormes y son los dueños del barrio’.

Llamé a ‘Doble Cero’ y dijo que sí, y así
entramos. Tuvimos una cita un miércoles afuera de la parroquia de La
Sierra, nos estaban esperando y así empezó. El primero y segundo
días fue un poquito como ‘ya hicieron todo, lárguense’,
pero llegó un momento no tan largo en que ellos empezaron a abrirse y
fuimos conociendo a más personas hasta hacer una semblanza de la vida
de este barrio.

¿Hay más ‘Sierras’ en Colombia?
Sí, son los mismos jóvenes que hay por toda Colombia
pertenecientes a diversos grupos armados, lo que cambia es el bando al que pertenecen.
Ellos están al servicio del que llegue a dominar el territorio. Por eso
este documental es una radiografía sociológica de lo que ocurre
en muchos sitios del país.

¿Convivir tanto tiempo con los protagonistas del documental
le permitió estrechar lazos de amistad con ellos?
Nos comunicamos todo el tiempo, cada semana por lo menos. Si no es
con el sacerdote, converso con algunas de las familias. La gente de esos barrios
ha conocido treguas pero nunca la paz. Ahora hay una paz que, espero, sea duradera.
En este documental se mostró la juventud de la violencia. Cuando comenzamos
el rodaje no conocíamos la dimensión de la marginalidad, de una
cultura arraigada durante años a darse y recibir bala. En muchos casos
moría gente a la que la bala no iba dirigida.

Según la experiencia que le dejó el documental, ¿qué
lectura hace usted de los orígenes de la violencia en Colombia?
La persona que busque combatir la violencia tiene que entender que
en Colombia hay una transmisión generacional de un modelo de vida que
incorpora actos violentos dentro del núcleo familiar. Todo es aprendido,
los niños ven lo que los adultos hacen. Incluso, durante el año
que filmamos nunca escuché algún tipo de ideología o discurso
que dijera por qué peleaban, simplemente luchaban por un territorio.

¿Sacar este documental en pleno proceso de paz con los paramilitares
no da la impresión que es propaganda política?
Hay mucha gente que lo ve en términos ideológicos y políticos.
Nosotros no lo vemos como una película sobre paramilitares sino sobre
jóvenes armados, como hay en toda Colombia, que pertenecen a todos los
grupos armados. Sentimos que es la problemática de mucha gente, independiente
de en qué grupo estén inscritos.

Ese mismo barrio, por ejemplo, tuvo antes milicias independientes y más
atrás eran del Eln. Y los otros barrios también: sólo han
cambiado las denominaciones. Sentimos que aunque estaban al servicio de un grupo,
antes lo estuvieron de otro y si llega otro distinto, seguro lo estarán.

¿Cómo los impactó a ustedes como realizadores
la muerte de Édison?
Era el que más conocíamos y como lo seguíamos
tanto teníamos una cierta relación personal aunque no dejamos
de tener unas barreras propias de cuando se es periodista. Pero le conocíamos
al papá, la mamá, las mujeres, los hijos, los líos de las
platas y cosas muy personales.

Me han preguntado si nosotros esperábamos que lo fueran a matar y ahora,
viéndolo en perspectiva, pienso que habían matado a tantos de
ellos, del otro barrio y del otro de más allá, que morir era casi
como una cosa matemática de probabilidades porque había unas balaceras
enormes y mucha guerra. Pero no lo vivíamos así sino que era ir
con una cámara y grabar.

Cuando él muere, yo ni me lo podía creer. Había bajado
un poco por el barrio porque había una fiesta y me aburrían terriblemente
las fiestas. De pronto me llama Quico, a quien después matan, y me
dice que habían matado a ‘La Muñeca’. Yo no alcanzo
a subir porque el Ejército tapa la única entrada. Scott, que estaba
arriba del barrio, alcanza a bajar y coge las imágenes que se ven, que
son casi las únicas que tenemos.

Yo no quería volver nunca más, no quería saber más
de eso ni conocer a nadie más que fueran a matar. Scott me dijo que teníamos
la obligación de terminar la historia y que el final no podía
ser con su muerte.

¿Qué representó para ustedes la figura de Édison
como personaje principal?
Él tenía un sentido de fatalidad enorme, como la mayoría
de ellos. Sentía que en cualquier momento podía morir. Lo mataron
y entendimos con Scott que teníamos la obligación de terminar
esta historia, porque ésta era la historia de él, no en vano nos
entregó su vida. Es como si él quisiera trascender a través
del documental. Édison nos escogió a nosotros, como nosotros a
él.

 

¿Qué pasó con los protagonistas?

El barrio
Dos años después de filmado el documental, el barrio respira paz
pero continúa en la marginalidad. Hay pocas oportunidades de trabajo,
incluso algunas niñas venden sus cuerpos a los tenderos para conseguir
algo de mercado. Hasta hace poco la Alcaldía de Medellín llegó
con algunos programas de atención.

Sus habitantes
No tienen oportunidades de trabajo. Muchos sobreviven con los 10 mil pesos diarios
que dejan las ventas ambulantes. Hay serios problemas de prostitución
y de niñas embarazadas (varias no superan los 14 años): aunque
conocen métodos de planificación, algunas se dejan embarazar pues
consideran que tener un hombre seguro les garantiza un futuro a ellas y a sus
hijos.

Jesús Martínez
Se desmovilizó en el mes de julio con el Bloque Héroes
de Granada, de las autodefensas. Actualmente recibe ayuda gubernamental, realiza
trabajos comunitarios en el barrio y tiene dos hijos: Steven, de 2 años,
y Estefanía, de 2 meses.

Cielo
Vive en el Urabá antioqueño. Acaba de tener una niña
a quien llamó Luisa. Ella y su esposo (al que en el documental le peina
el pecho) están desempleados y desean un trabajo para salir a delante
con sus dos hijos.

Las mujeres de Édison (el protagonista)
Sueñan con terminar sus estudios. Algunas sólo llegaron hasta
quinto de primaria, como Marleny y Yurani. Dicen que es muy bonito ser madres
pero no a su edad: tener hijos limita sus posibilidades laborales y de estudio.

Jairo Flórez (papá de Édison)
Colabora aún con la iglesia del barrio y ayuda en el cuidado de sus 7
nietos llamados Esteban, Yuliza, Xiomara, Yoiner, Válery, Sebastián
y Camilo.

Los paramilitares
El 25 de noviembre pasado se cumplieron 2 años de la desmovilización
de 868 miembros del Bloque Cacique Nutibara de las autodefensas (la entrega
de armas aparece en el documental).

La Alcaldía de Medellín y la Corporación Democracia, que
agrupa a esos excombatientes, dicen que el proceso ha sido benéfico pues
han bajado los índices delictivos en la ciudad y mejoró la convivencia
ciudadana. Un total de 610 desmovilizados están estudiando o realizando
labores sicosociales en los barrios.

Organizaciones nacionales y extranjeras han criticado este proceso porque dicen
que muchos crímenes quedarán en la impunidad y que no habrá
reparación para las víctimas. Algunos ciudadanos de Medellín
han denunciado que reinsertados siguen cometiendo delitos, en especial extorsiones.

En el barrio La Sierra, así como en otros sectores esa ciudad, continúan
haciendo presencia pero como grupos de seguridad ahora legalizados por el Estado
pues incluso tienen radios de comunicación legales y visten chalecos
grises.

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