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Con los tacones de Bucaramanga

Abr 9, 2007 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por María Astrid Toscano
Mtoscano2@unab.edu.co
Quien crea que los zapatos siempre están hechos de cuero, está equivocado. En los alrededores de la calle 32 con carrera 14 la gente encuentra almacenes con diversidad de sintéticos para calzado.

Las fábricas de San Francisco y La Joya prefieren este material por lo barato. “Uno mira que sea parecido al producto original y que tenga buena calidad, pero lo primero es que sea económico para que los fabricantes puedan tener buenas ganancias”, explica William “Chipa” Uribe.

En los almacenes, los colores llenan los ojos. Las paredes del lugar donde trabaja Yorle Ropero (vendedor) están cubiertas de rollos plateados, negros, con imitaciones de piel de leopardo, vaca y cebra. Nació en el Cesar, pero desde hace 15 años vive en Bucaramanga y trabaja en esa calle. “La gente viene buscando economía y buena calidad”, dice Ropero mientras señala los rollos de sintético.

El pvc o tejido, que son los materiales de más bajo costo, pueden tener un precio de 5.600 pesos a $10.500. El forro coagulado, como se le conoce, es el más caro y puede estar entre los 16 mil y los 26 mil.

El mercado de los sintéticos en Bucaramanga lo tiene Venezuela, la mayoría del material proviene del vecino país, aunque es paradójico pues en Colombia hay marcas reconocidas como Proquinal, que se encargó de la tapicería del estadio de Frankfurt para el Campeonato Mundial de Fútbol Alemania 2006.

Tacón, punta, tacón
Las tacones si se usan altos son símbolo de feminidad y erotismo. Son un invento persa del siglo XII d.C. y responsables de traumas de los pies como juanetes o dedos de martillo, e influyen en enfermedades como la artritis.
 
Rubén Darío Vega conoce su trabajo como pocos en la ciudad. Él administra una fábrica de tacones para calzado de mujeres y explica que la moda se apodera de la industria. Los zapatos existen según tendencias, época, necesidades y demanda del mercado. Los hay deportivos, altos, bajitos, cerrados, tipo sandalia y de colores.

El jefe de Vega, reside en Bogotá y viaja a Europa a traer diseños solicitados. Cuando llega entrega las piezas a los empleados para que elaboren una copia en bronce. Con manos de artesanos el personal moldea el tacón, no importa si tiene una altura de cinco centímetros o si lleva grabados. El resultado, una mezcla a la que le aplican calor para quitarle humedad.

“Los tacones pueden definir si un zapato se compra o no. Hay algunas mujeres que los prefieren altos, bajitos, gruesos o delgados. El tacón ayuda a que un modelo luzca mejor o se vea feo, pasado de moda”, afirma Luz Mary Carvajal, propietaria de una fábrica de calzado para dama. El costo de estas piezas está va de los $1.200 hasta $3.500 por par.

Con los pies en el suelo
La troqueladora que Luis Miguel Remolina Silva tiene por empresa, se encarga de adquirir insumos y elaborar suelas y plantillas, parte que sostiene los zapatos.

Para armar estas piezas se necesitan materiales como la odena, hoja hecha de residuos de piel, shan borrad, especie de cartón muy fuerte que traen desde Brasil, Italia o que compran en el país, y el cambrión, lámina delgada de hierro que da sostén.

La mayoría de empleados no sobrepasa los 25 años. Ellos se encargan de que cada plantilla que cuesta entre 1.000 y 1.600 pesos, cumpla las exigencias de los clientes. Si los compradores quieren, las troqueladoras como la de Remolina, pueden cortar las suelas para facilitar el montaje final de los zapatos.

El material de mejor calidad es el crupón, aunque la gente prefiere el neolite por ser más barato.

El proceso de producción es tan simple como inusuales los verbos con que denominan cada fase: troquelar, repujar, fresar, desbastar y espazolar. Los precios de las suelas varían porque los insumos son traídos desde Brasil, Ecuador, España, Venezuela e Italia. “Hay una guerra de precios en la que Colombia compite con dificultad porque se traen los productos desde fuera, pero eso demora más”, explicó Remolina Silva.

Cuero y sintéticos toman forma
La mayoría de zapatos en Bucaramanga son de elaboración manual. Los materiales llegan a las fábricas y pasan donde los cortadores para que los separen y corten. El armador pega telas, hiladillo y mide las piezas en un bulto con figura de pie. El administrador revisa el trabajo o hace el control de calidad.

Francisco Javier Hernández trabaja coordinando la labor de los empleados en una fábrica del centro, dice que “hay que estar pendientes de cada pieza en todo el proceso. Si devuelven los zapatos de los almacenes, son pérdidas para nosotros. No debe haber desperfectos o al menos, no uno que no pueda remediarse”.

Teresa Rodríguez lleva años trabajando como costurera de calzado. Sus manos y ojos están acostumbrados a unir las piezas más extrañas, delgadas o voluminosas. “Es mejor que estén cocidas porque da seguridad al calzado”.

Las manos del armador vuelven a entrar en juego. Reorganiza el material, corta excesos y termina de pegar. Pasa a la soldadura y así el zapato toma la forma que vemos en las vitrinas de los almacenes. De nuevo hay un control de calidad. Este es el punto final para la producción de los zapatos que son limpiados, les aplican brillo y los empacan entre bolsas y cajas por pares. De las fábricas salen por paquetes para distribuirlos en  almacenes.

Así es el proceso que convierte la piel de una vaca en las prendas que se exhiben en las vitrinas de la ciudad, en otras regiones y dentro y fuera del país. Una producción que hace parte de una industria que en 2006 dejó un poco más 77 mil millones en ventas netas para Santander, 22 mil millones de activos para un sector que tiene 1.068 empresas y 2.879 empleados.

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