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Discurso del Rector en los Grados UNAB

Sep 28, 2013 | Institucional

Palabras pronunciadas por Alberto Montoya Puyana, rector de la UNAB, en las ceremonias de grados de profesionales y especialistas efectuadas el viernes 27 de septiembre de 2013

Discurso Grados

Septiembre 27 de 2013

Me da mucho gusto poder felicitarlos hoy por este logro que alcanzan, después de esfuerzos, desvelos e incluso algunas angustias que inevitablemente hacen parte de la vida universitaria. Felicitaciones entonces a ustedes, graduandos y graduandas, y felicitaciones también a sus padres y madres, novios y novias, por haber aguantado hasta este punto.

En momentos con alto valor simbólico como este, la mente humana es más propicia que de costumbre a hacerse consciente de elementos de la realidad que en la cotidianidad son fácilmente relegados a un segundo plano. Demasiado ocupados en las necesidades del día a día, en asuntos supuestamente urgentes, supuestamente importantes, poco tiempo nos queda libre para pensar en asuntos como cuál es el sentido de todo eso que hacemos, o cuál es el tipo de sociedad en la queremos vivir.

La educación, en la tradición filosófica occidental de la que somos en parte herederos, y en muchas de las tradiciones filosóficas no occidentales, ha sido considerada desde la antigüedad un fin en sí mismo. Es decir que la educación es mucho más que un medio para alcanzar algo, es un fin en sí misma porque potencia en el humano todo aquello que constituye su condición de humanidad, lo que lo hace humano, y propicia en el que se educa una existencia cada vez más humana. ¿Qué significa esto de una existencia cada vez más humana? Desde Aristóteles, hemos entendido que la característica propiamente humana que nos diferencia de las demás especies de la naturaleza es el logos, que algunos traducen como razón, pero que más específicamente significa pensamiento racional o lenguaje con sentido. El logos es lo que permite al ser humano reflexionar sobre las nociones del bien y el mal, la justicia y la injusticia, la belleza y la fealdad. El logos ha permitido al ser humano hacer juicios de valor, definir una idea del bien, una idea de lo bello, una idea de lo justo.  

El logos nos ha permitido, a partir de la formación reflexiva de una idea del bien y de una idea de la justicia, vivir en sociedad con los demás. Es el logos el que nos dice que matar esta mal, que robar está mal, que mentir esta mal, y es el logos el que nos hace capaces de contener nuestros eventuales impulsos de matar, de robar o de mentir. Esto no lo hacen las demás especies. Controlar un impulso de robar o de matar y actuar de acuerdo con una idea del bien, es lo que se llama acción moral, que no es otra cosa que la acción orientada por valores y no por instintos o impulsos. Los seres humanos, gracias al logos, somos capaces de acción moral, somos capaces de tener valores y de actuar de acuerdo con ellos. Lo que no significa que no tengamos también instintos y pulsiones biológicamente determinadas. Las tenemos, como todas las especies de la naturaleza las tienen, pero nosotros somos capaces, con un esfuerzo, de domesticarlas y adecuarlas a nuestra idea de lo bueno y de lo justo.

Esto es lo que los griegos llaman el control de las pasiones, que no significa reprimirlas sino domesticarlas para que sea posible la vida en sociedad. Por ejemplo, la vida en sociedad no sería posible si cada vez que alguien siente ira hacia otra persona ejerce la violencia física contra esa persona. El ser humano puede contener su ira, dominarla, y utilizar el lenguaje para resolver conflictos a través del diálogo, de manera pacífica, sin recurrir a la violencia.

El afán de lucro y el ansia de poder son pasiones humanas, y son susceptibles de ser controladas y domesticadas por la acción moral. Ambas pasiones están relacionadas, porque el dinero es poder en la sociedad en que vivimos, así que en esta reflexión que les comparto hoy me refiero a esas dos pasiones como si fueran una sola. La educación no es entonces simplemente un medio para acceder al dinero y al poder, uno no estudia solamente para tener dinero o poder. Uno estudia para ser más humano, para utilizar mejor el logos. Cuando alguien se pasa un semáforo en rojo, uno piensa “qué bestia”, deberían encerrarlo. Decimos que una acción es una bestialidad cuando esta acción no responde ni a una idea del bien, ni a una idea de la justicia, ni a una idea de la belleza, es decir, cuando no es una acción moral. Parar en el semáforo en rojo es un ejemplo de acción moral: aún cuando me hace demorarme un poco más –lo que afecta mi interés individual-, yo paro porque soy consciente de que esta acción beneficia al conjunto de la sociedad y de que el tráfico sin semáforo sería inviable, porque yo no soy el único en la calle. Esto aplica en todos los ámbitos de la existencia humana.

La sociedad en que vivimos ha construido una idea del éxito definida por el consumo y el lujo que ha exacerbado hasta el exceso la pasión humana del afán de lucro. Esa pasión desatada es la causa de problemas sociales y psicológicos profundos. Por ejemplo, muchas personas están dispuestas a robar no para comer –que es una necesidad básica- sino para acceder a bienes de lujo que nada tienen que ver con la satisfacción de necesidades básicas. Algunas personas en la calle roban para poder comprarse un teléfono celular de última generación o ropa de marca, otras personas en las esferas más altas de la política están dispuestas a robar para comprar trajes de 5 millones de pesos o casas de 3.000 con dinero del erario público, es decir con dinero de todos los colombianos.

La presión social está jugando en contra de la acción moral, pues se nos dice que participar en la sociedad es como jugar monopolio, apropiarse de todo lo que se pueda hasta que todos estén quebrados menos el ganador, el exitoso. El que gana en monopolio, en la vida real no podría vivir en sociedad porque no tendría con quién hacer negocios, no podría ni salir de su casa porque los demás, muertos de hambre y sin casa para dormir, seguramente tendrían problemas para dominar su ira, pasión que vuelve salvaje y violento al ser humano bajo condiciones de amenaza a la propia supervivencia.

La vida real no puede convertirse en una versión magnificada del monopolio si queremos vivir en una sociedad en paz, y la educación no puede dedicarse únicamente a mostrarnos cómo hacer para ganar más dinero. La educación debe servir para potenciar y alimentar nuestra capacidad de acción moral y de reflexión crítica, pues sólo una sociedad con personas moralmente responsables y conscientes vale la pena como proyecto de futuro, como sueño y faro. Una sociedad en que cada quien persigue solamente el lucro personal por encima de lo que sea, por encima de la ley, de la lealtad, de la familia, de la amistad, de la propia salud, no es un sueño no una pesadilla.  Profesionales como ustedes son privilegiados, pues van a poder ganarse la vida en oficios honestos y seguramente tendrán lo necesario para llevar una vida digna. Per la felicidad no es proporcional a la cantidad de dinero que uno gana.

La felicidad, aunque evidentemente pasa por tener las necesidades básicas satisfechas, depende en su mayor parte de factores que poco o nada tienen que ver con el dinero. El amor, la amistad, el goce artístico, el sentimiento religioso, el deporte, la creatividad, todo esto hace parte de la felicidad, y no se compra con dinero.

Muchas personas en el mundo, demasiadas, no han tenido la suerte de acceder a la educación superior. La pobreza y la desigualdad son realidades que nos impactan y que debemos solucionar. Esto no lo vamos a cambiar de la noche a la mañana, ni va a ser fácil. Todos los remedios se han intentado, todos los modelos de desarrollo, todos los tipos de gobierno, todas las formas de tributación, todos los enfoques de políticas públicas. Pero hemos olvidado que el problema está adentro de cada uno de nosotros, y que por lo tanto las soluciones también.

Desde hace más de dos mil años se habla de dominar las pasiones, de controlar la ambición, de actuar de acuerdo con una idea del bien, de amar al prójimo, de no robar, de no matar, de no juzgar. La educación debe ayudarnos a lograr el gobierno de nosotros mismos. Si logramos esto, si actuamos moralmente, si somos más humanos en nuestra forma de vivir, de pensar, de sentir, de desear y de soñar, seguramente contribuiremos a que la sociedad sea más justa, seremos felices y, aunque no sea ese el fin último ni la fuente de la felicidad, también seremos exitosos.

Una reflexión de amigo y de ciudadano, que espero recuerden en el futuro que ya es presente, cuando experimenten el éxito que merecen y que de seguro les llegará. Mis mejores deseos para todos ustedes, que sean felices y logren todo lo que sueñan.

 

Alberto Montoya Puyana

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