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El desembarco de Magallanes

Nov 19, 2007 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Pastor Virviescas G?mez

Enviado Especial, Punta Tombo, Argentina

Dotados con la mejor br?jula, uno por uno hasta completar 350.000, van llegando hasta las costas de Punta Tombo los ping?inos de Magallanes que marcan el comienzo de la primavera.

Los primeros for?neos en quedar maravillados con este espect?culo de La Patagonia Argentina, aparte de los abor?genes tehuelches, fueron el pirata ingl?s Francis Drake (1578) y el cient?fico Charles Darwin (1833).

Hoy por hoy, los ping?inos de Magallanes se han convertido en una de los principales atractivos tur?sticos de la Provincia de Chubut, 1.567 kil?metros al sur de Buenos Aires, a donde cada temporada llegan m?s de 80 mil turistas ya que es la atracci?n de vida silvestre m?s conocida de toda La Patagonia.

Despu?s de recorrer 112 kil?metros desde la ciudad de Trelew -los ?ltimos 30 sin pavimentar-, el viento marino indica que se ha arribado a la reserva de Punta Tombo, donde no hay que preguntar por los ping?inos porque 800 metros antes empiezan a asomarse inquietos y extenuados.

No es para menos. Los spheniscus magellanicus acaban de completar una traves?a en zigzag de cientos de kil?metros por el Oc?ano Atl?ntico, que iniciaron desde abril en las costas de R?o de Janeiro (Brasil) o en las remotas Islas Malvinas, y han llegado no s?lo a la misma playa en esta pen?nsula de roca volc?nica, sino que tan pronto pisan tierra se dirigen con lentitud pero con certeza al mismo lugar donde el a?o anterior hicieron su nido.

En este inmenso hogar, reconocen el agujero escarbado entra arena, tierra y diminutas piedras, descansan no m?s de una hora y luego se levantan a esperar la llegada de su pareja. Los ping?inos de Magallanes, a diferencia de un considerable porcentaje de seres humanos, s? son mon?gamos, entonces se inquietan si no aparece con rapidez la ping?ina con la que se han puesto esta cita para reproducir la especie.

Con el paso de los minutos la mayor?a queda satisfecha al atisbar a su pareja, pero no falta el animal que despu?s de muchos llamados -por ciento estridentes-, descubre que su compa?era desapareci? en el camino, v?ctima del cansancio o de un lobo marino que la engull?.

El cortejo abarca bailar en c?rculo, batir las aletas y luego viene la c?pula, en la que el macho se convierte en un equilibrista que se encarama sobre la hembra, pisa sus patas y hace vibrar su pico sobre el de su compa?era. Tambi?n algunos expertos han descubierto se?ales en las pupilas dilatadas de los ping?inos en celo.

Los vocalistas se estiran lo m?s que pueden y gritan con todo el coraz?n, es una armon?a discordante, una estupenda cacofon?a de melanc?licas trompetas, dice el conservacionista William Conway, quien se ha recorrido palmo a palmo esta inmensa estepa en la que ?rbol es una palabra desconocida.

Los coqueteos duran hasta comienzos de octubre, cuando la hembra pone uno o dos huevos y tras 40 d?as de incubaci?n compartida con el macho nacen los pichones cubiertos de plum?n gris oscuro, que m?s se asemejan a pollos que a ping?inos. La pareja defender? el nido y alimentar? a sus cr?os con anchoas y calamares. En febrero mudar?n a plumaje juvenil, les dir?n adi?s a sus padres y realizar?n sus primeras incursiones en el mar en busca de alimento. En 2009 adquirir?n el plumaje de adultos tras otra muda.

Estas aves, consideradas expertas nadadoras y escaladoras, no miden m?s de 45 cent?metros y llegan a pesar hasta cinco kilogramos, cuatro m?s los machos que las hembras. Su c?mico andar y la impresi?n de su permanente traje de etiqueta, causan simpat?a y despiertan la curiosidad, ya que se asemeja al de aquellas personas que han ingerido un trago de licor de m?s en la fiesta; tan s?lo que los ping?inos de Magallanes s? saben a d?nde van.

Este a?o la vigilia de los ping?inos ha sido seguida durante 72 horas continuas de transmisi?n a trav?s de un canal local de televisi?n y de un lugar en Internet -www.chubut.gov.ar/ping?inos-, que ha acaparado la atenci?n de m?s de 200.000 navegantes, no s?lo de Argentina sino de pa?ses como Espa?a, Estados Unidos e Israel.

Este sistema de posicionamiento global natural que poseen les permite ubicar con precisi?n su nido en una extensi?n de 210 hect?reas hoy bajo el cuidado de las autoridades ambientales argentinas, que han convertido este territorio en un laboratorio de investigaci?n, en convenio con la Sociedad Zool?gica de Nueva York, Estados Unidos.

Claro que no falta el ping?ino despistado o astuto que se equivoca de destino, pero a los pocos minutos debe deshacer sus pasos ya que "el ofendido" ha apelado a su fuerte pico, con el que esta mansa ave se defiende. Entonces, ba?ado en sangre y en todos los casos turulato, regresa a su nido.

En esta colonia reina la vanidad y el cuidado de la figura. Gran parte del d?a lo invierten en tareas cosm?ticas, frot?ndose con el pico para mantener la estructura de sus plumas y contribuir de esta manera a su permeabilidad.

Son tantos los ping?inos que tienen como destino esta especie de superficie lunar repleta de cr?teres -nidos de 90 cent?metros de profundidas y 1,5 metros de largo-, que desde el primer d?a del desembarco Punta Tombo se convierte en una gran mancha blanca y negra, en la que de vez en cuando aparece un grupo de cuatro o cinco guanacos -camelidos parecidos a la llama o la alpaca-, liebres, zorros, martinetas, cormoranes, gaviotines, unos cuantos armadillos y cuises que parecen cobayos.

Ping?inos por donde se mire. Por algo esta es la mayor colonia de ping?inos de Magallanes del mundo. Y el pr?ximo a?o este espect?culo de la naturaleza ser? el mismo o mejor, siempre y cuando no haya un derrame de petr?leo -como el que ocurri? a finales del siglo pasado que provoc? una enorme mortandad-, no arrecie la pesca comercial que los obligar ir a pescar hasta a 500 kil?metros de sus madrigueras o que el clima acabe de enloquecerse por obra del hombre y estas aves terminen vagando por La Patagonia.

El siguiente destino ser? el avistaje de ballenas de la familia franca austral en la Pen?nsula de Vald?s, no m?s de 200 kil?metros al norte de este lugar. Sin embargo existe el riesgo de regresar a esta ciudad fundada por exploradores galeses en 1884 y desviar el curso hacia los r?os que descienden de los Andes repletos de salmones y truchas, o seguir las huellas de Butch Cassidy y Sundance Kid, los famosos bandoleros inmortalizados por Robert Redford y Paul Newman que huyeron a comienzos del siglo XX del Medio Oeste de los Estados Unidos para intentar rehacer sus vidas en estos incomparables parajes de La Patagonia.

Al fondo se escucha el eco de los gru?idos de 175.000 bar?tonos que en la imaginaci?n de Conway le recuerdan el canto que Caruso brind? en 1906 al ser arrestado en el zool?gico de Nueva York por pellizcarle el trasero a una dama. En la ping?inera de Punta Tombo jam?s reinar? el silencio

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