Seleccionar página

Se confiesa el iluso que logró la paz en Centroamérica

Nov 1, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Pastor Virviescas Gómez
Enviado Especial San José de Costa Rica
pavirgom@unab.edu.co
El artífice del fin de la guerra en Centroamérica, que en Guatemala dejó más de 100 mil muertos, presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz (1987), Óscar Arias, afirma que en Colombia no existe voluntad para sentarse a dialogar y explica bajo qué presiones debió hacer un trabajo que nunca sospechó que recaería sobre sus hombros.

En su casa esquinera del sector de Rohsmoser, ubicada al lado de un lote baldío y donde despacha a diario sin la necesidad de escoltas armados hasta los dientes ni cordones de seguridad, Arias abrió las puertas de su oficina para esta entrevista exclusiva con el Periódico 15, en la que sostiene que Tirofijo y Fidel Castro no se han dado cuenta que el mundo cambió.

Durante una hora y 12 minutos, Arias aceptó explorar su corazón y su conciencia, y aunque no bostezó pese a que el reloj marcaba ya casi la una de la tarde, sí estuvo a punto de derramar una lágrima cuando recordó su encuentro con una indígena que se le arrojó a sus brazos para darle gracias.

¿Cómo una persona nacida en un hogar con comodidades y que no tuvo que aguantar hambre, se convirtió en un obrero de la no violencia?

La inclinación por la política nace desde mi infancia. En los años de escuela primaria yo soñaba con participar algún día en la política nacional.

Ya como adolescente leí mucha biografía de políticos importantes. En 1953 Winston Churchill ganó el Premio Nobel de Literatura por su reseña de la Segunda Guerra Mundial y para mí fue muy apasionante porque pienso que es el estadista más grande que ha tenido el siglo XX.

Me preparé, estudié para incursionar en la política, pero nunca imaginé de adolescente ni cuando fui ministro que iba a tener que luchar por la paz en Centroamérica. Sencillamente la situación evolucionó hacia una región muy llena de conflictos durante los años 80 y todo vino desde cuando el presidente (Ronald) Reagan llegó a Washington y los sandinistas habían tumbado a la dictadura somocista.

La gran mayoría de los costarricenses vio con simpatía que derrocaran a un dictador como (Anastasio) Somoza, sin embargo nunca pensamos que el sandinismo había llegado para quedarse toda la vida.

De tal manera que cuando decidí aspirar a una candidatura en 1984, estábamos en plena guerra. Estados Unidos apoyaba la “contra” nicaragüense y a los Gobiernos democráticos de Guatemala y El Salvador, y la Unión Soviética y Fidel Castro hacían lo propio con las guerrillas marxistas y el Gobierno sandinista. Entonces tomé como bandera buscar una solución diplomática a los conflictos en Centroamérica.

Las elecciones tuvieron lugar en febrero de 1986 y yo gané. Para la toma de posesión vinieron nueve presidentes de América Latina.

Nunca me imaginé en mayo de 1986 que yo algún día iba a presentar una iniciativa de paz propia, pero cuando fracasó la iniciativa de paz de Contadora sólo quedaba la alternativa de la guerra y eso yo no lo quería.

Y en parte no lo quería porque le había ofrecido a los costarricenses muchas cosas y entre ellas estaba lo que aspira cualquier presidente de cualquier país: un mayor crecimiento económico para generar empleo, para crear un mayor bienestar, y tenía un programa muy agresivo en el campo de la vivienda de interés social, quería luchar por una mayor igualdad entre hombres y mujeres.

Pero para poder lograr un crecimiento por encima de un cinco por ciento, como lo había prometido, Costa Rica tenía que aislarse de la violencia centroamericana. Sin embargo, para el resto del mundo Centroamérica era una zona de conflicto y costaba mucho aislar a Costa Rica y convertirla en una islita de paz, democracia, libertad y estabilidad.

Entonces decidí que para que nadie viniera a Costa Rica a predicar la guerra, yo tenía que ir a predicar la paz al resto de Centroamérica y así nació en febrero de 1987 la iniciativa de paz. Estados Unidos por supuesto estuvo en contra y los sandinistas también.

El plan de paz se firmó en agosto de 1987 en la Ciudad de Guatemala y nadie apostaba un peso a que se pudiera firmar. Sin embargo, nos metimos en un hotel y yo había leído de Franklin D. Roosevelt que la única manera para que los ministros se le pusieran de acuerdo cuando estaban en desacuerdo era encerrándolos en un cuarto hasta que lo hicieran, así que yo les dije a mis colegas, “bueno, de aquí no salimos hasta que decidamos aprobar este plan de paz porque la alternativa es continuar con la guerra y eso nadie lo quiere.

Es nuestra responsabilidad histórica darle a 30 millones de centroamericanos la oportunidad de vivir en paz”.

Entonces se firmó y después vino la segunda etapa, que era cumplir con lo que habíamos firmado, hasta que por fin en febrero de 1990 se realizaron elecciones en Nicaragua que perdieron los sandinistas y el pueblo eligió a doña Violeta Chamorro.

Después en El Salvador y Guatemala se duró un poco más de tiempo para silenciar las armas, pero lo hicimos, lo logramos.

En su discurso en Oslo el día que recibió el Premio Nobel usted decía que había quienes lamentaban que las tropas soviéticas se retiraran de Afganistán y la “contra” nicaragüense se haya desmovilizado. ¿Usted cree que hoy en día haya quien lamente que la paz haya llegado a Centroamérica?

Los centroamericanos ya pasamos esa página y creo que todo el mundo se alegró con que hubiéramos silenciado las armas aquí en la región.

Hoy las preocupaciones son otras: desarrollo económico, desarrollo social, cómo mejorar el nivel de vida los pueblos centroamericanos, pero ciertamente la guerra en las montañas es un triste recuerdo del pasado.

Precisamente el presidente Álvaro Uribe a raíz del reciente atentado dinamitero contra la Universidad Militar en Bogotá, decidió echar reversa y en su lugar declarar una ofensiva frontal contra la guerrilla de las Farc. ¿Hasta dónde pueden llegar sus esfuerzos y voluntad por ayudar a los colombianos?

Para que uno pueda mediar en cualquier conflicto se requiere de la voluntad de ambas partes y eso nunca ha existido en Colombia. Cuando el presidente (Andrés) Pastrana asumió el Gobierno, yo estuve en la toma de posesión y le dije que estaba en la mejor disposición de ayudar en lo que pudiera, pero la guerrilla colombiana jamás ha pensado en esa posibilidad, ni de mí ni de nadie más.

De tal forma que ningún latinoamericano, ni Óscar Arias ni nadie, dejaría de hacer lo que estuviese a su alcance para ayudarle al pueblo colombiano a terminar con esa guerra y poder disfrutar algún día de la paz, pero no están las condiciones para eso.

¿Qué es lo que hace diferente al conflicto colombiano? ¿Será que mientras esté de por medio el narcotráfico, que ha salpicado a tantas instituciones y seducido a tantas conciencias, es un imposible soñar con una solución?

Son muchas cosas pero en buena parte sí es el narcotráfico, y el otro factor es que hay tres o cuatro generaciones de colombianos peleando.

El mundo cambió y en Colombia no se han dado cuenta. Es un poco lo que le pasa a Fidel Castro, que todavía está en 1959 en la Sierra Maestra, pero el mundo cambió, ya no existe la Unión Soviética, se desintegró, el marxismo no es ninguna alternativa.

Hoy tenemos un país que crece a un promedio del 10 por ciento anual de manera sostenida desde 1980 y es el país en la historia de la Humanidad que más ha logrado distribuir la pobreza debido a ese crecimiento y que pronto llegará a ser una de las economías más poderosas del mundo.

(Manuel) Marulanda (Tirofijo) no se ha dado cuenta de eso, ni siquiera Fidel Castro, pero Marulanda posiblemente es que nunca ha salido de Colombia, aunque Castro sí ha salido de Cuba y conoce el mundo entero, y sin embargo su soberbia y su terquedad lo llevan a no querer cambiar.

¿Un pacifista que se atreve a afirmar que “cada soldado que marcha gallardo buscando ser aplaudido, le cuesta la mundo 20 estómagos vacíos”, logra entender que todavía haya mandatarios en América Latina que sigan derrochando enormes cantidades de dinero en armarse como ocurre en el caso venezolano con Hugo Chávez en lugar de salir del analfabetismo o disminuir las tasas de mortalidad por paludismo o física hambre?

Es la mayor insensatez que un mandatario puede hacer.

Desde 1997, en mi condición de simple ciudadano y Premio Nobel de la Paz, junté a otros galardonados para lanzar un código de ética sobre la transferencia de armas.

Eso lo hicimos en Nueva York y por medio de la Fundación Arias para la Paz, que yo establecí con el dinero del Premio, impulsamos esa idea.

Eso nos llevó, entre otras cosas, a incursionar en Panamá para abolir el ejército, cosa que logramos en tiempos del presidente (Guillermo) Endara y en Haití, en tiempos del presidente (Jean Bertrand) Aristide. Hoy hay dos países a la par de Costa Rica que no tienen ejército, nosotros desde 1948.

Con respecto a la nueva carrera armamentista que se está dando en América Latina, lo único que puedo decir es que lo lamento muchísimo y me duele como latinoamericano, y todo comenzó cuando el presidente Clinton levantó la prohibición de venderle armas a países latinoamericanos.

Esa prohibición la había introducido el presidente Carter 20 años antes y tanto él como yo tratamos de persuadir al presidente Clinton para que no levantara esa prohibición.

¿Cómo no aborrecer a los traficantes de armas? ¿Qué siente cuando ve que en el cielo colombiano “llueven” 10.000 fusiles para la Farc con la complicidad del entonces dictador Alberto Fujimori y su secuaz Vladimiro Montesinos, mientras la comunidad internacional no se inmuta?

Es uno de los negocios más grandes y asquerosos del mundo. Cuando con mucho cinismo un congresista estadounidense me dice que “si nosotros no vendemos las armas, alguien más lo hará”, yo siempre le digo “y qué pasa si usted le dice a un boliviano que deje de enviar coca a Estados Unidos”, qué tal si le responde “si yo no les vendo drogas alguien más se las va a vender”.

Mi respuesta es que el hecho de que el comercio de drogas sea ilegal y el de armas legal, eso no quita que el tráfico de armas siga siendo inmoral y que ustedes sean capaces de poner las utilidades de las empresas antes de los principios y valores de lo que debe ser la ética del pueblo norteamericano.

Esta es una triste realidad. Casualmente en septiembre ese fue uno de los temas que planteé en la ONU y se lo dije a Koffi Annan: vamos a impulsar este tratado y ese va a ser uno de los elementos importantes de mi política exterior en este cuatrienio.

El hombre que sostiene que “Costa Rica es un pueblo sin armas donde nuestros niños nunca vieron un avión de combate ni un tanque ni un barco de guerra”, ¿en qué considera que se debe gastar el presupuesto de un país?

Qué sentido tiene ante un mundo con tanto desafío en el campo de la pobreza, de la desigualdad, del analfabetismo, de las enfermedades, de las drogas, de la destrucción del medio ambiente, que gastemos más de un trillón de dólares en armas y soldados.

Qué sentido tiene para los norteamericanos que la mitad de ese gasto sea hecho por Estados Unidos.

Qué sentido tiene que Estados Unidos gaste en armas y soldados 25 veces más de lo que da en ayuda externa a los países en vías de desarrollo para mitigar su pobreza.

A esa viuda que la guerrilla colombiana le secuestró a su esposo, a ese padre que los paramilitares le descuartizaron a su hijo con una motosierra, a ese niño que militares le desaparecieron a su padre, ¿a ellos les puede entrar en la cabeza esa receta mágica de reparación-perdón-olvido o están condenados al odio?

Se requiere un esfuerzo sobrehumano para poder pasar la página y perdonar. También se necesita mucho liderazgo. El mejor ejemplo es Nelson Mandela.

Yo viví con mi colega Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, los juicios en Johannesburgo, y ví a la gente clamando por venganza después de tanto tiempo de apartheid, y ví a Mandela y a Tutu decirles “no señores, no es así”.

Recuerdo el discurso de don Patricio Aylwin en la primera elección después de la dictadura de (Augusto) Pinochet y recuerdo a ciudadanos clamando por venganza y él diciendo “un minuto, vamos a tratar de pasar esta página”. Aquí en Centroamérica igual.

En Guatemala y El Salvador hubo comisiones de paz y reconciliación. De tal manera que para el pueblo colombiano va a ser muy difícil pero tendrá que hacerlo.

Si como usted dice, “son los que perdieron la esperanza los que disparan las armas”, ¿la injusticia social sigue siendo el caldo de cultivo para que haya hombres que estén dispuestos a empuñar un fusil?

Hay conflictos que posiblemente no se pueden resolver si no es mediante el triunfo militar. Toda la teoría del apaciguamiento hacia Hitler fue una equivocación y lo único que se hizo fue perder tiempo, pero hay otros conflictos que no tienen sentido y lo que hay que hacer es encontrar la voluntad para sentarse a negociar y acabar con ellos en la mesa de negociación.

Este es el caso de Colombia y el del Medio Oriente. Lo que pasa es que vivimos en un mundo demasiado irracional y miren lo que está haciendo Corea del Norte, un país con hambrunas y un juguetito nuclear, e Irán va siguiéndole los pasos.

Este es el mundo en el que nos toca vivir.

En ese nuevo orden en el que se hace lo que ordene Estados Unidos y punto, el TLC será la “salvación” para los países de Latinoamérica o la palada de tierra que los acabará de sepultar?

Esa pregunta está sobrando porque si usted me ve defender el TLC como lo estoy defendiendo, verá que estoy seguro que para Costa Rica es vital el TLC.

Este es un país diferente a Colombia en un sentido porque somos demasiado pequeños, 4,5 millones de habitantes, y nuestro motor de crecimiento es el comercio. El mundo de hoy es radicalmente diferente a los años 80.

En esa época yo fui capaz de renegociar la deuda externa de Costa Rica. Teníamos US$150 millones de ayuda de Estados Unidos y no tenemos gasto militar desde 1948. Hoy el perdón de deuda es para los países más pobres, no para los de ingreso medio, de tal manera que en América Latina sólo se han visto beneficiados Bolivia, Guyana, Nicaragua y Honduras.

No creo que eso sea justo y los organismos internacionales y el Grupo de los Ocho deberían premiar al que gasta con ética y lo hace el que invierte más en educación y salud y menos en armas y soldados.

En África subsahariana uno ve que les perdonan la deuda y el ahorro del servicio de aquella deuda lo utilizan para comprar más tanques, aviones y helicópteros artillados. Eso se va a llamar el Consenso de Costa Rica.

Por último, piense que este ejemplar del Periódico 15 llega a manos del Mono Jojoy o de Vicente Castaño, ¿qué les dice?

Que lo único sensato que pueden hacer por el pueblo es sentarse a negociar el fin de la guerra colombiana. De que no existe justificación para esa guerra y que nadie entiende por qué luchan.

Ir al contenido