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Un rebelde dedicado a la música y la pedagogía

Ago 10, 2009 | Institucional

Con el mismo placer que disfrutaba un trago de jerez y el entusiasmo con que se encerraba en la cocina a preparar pacientemente los callos a la madrileña, el maestro Jesús Alberto Rey Mariño se gozó sin mezquindad los 52 años y siete meses de existencia.

Una vida dedicada tanto a la música y la pedagogía como a la gestión cultural y el rescate de nuestro patrimonio de bambucos, pasillos y torbellinos. Una vida guiada por la inteligencia de un ser temperamental, rebelde con causa, inquieto como el que más, un soñador que encontró en Gaby -su compañera de la Pedagógica,- el ¿polo a tierra¿ para seguir soñando.

El maestro Chucho se dio a querer por su espontaneidad e ingenio, por no quedarse quieto, por el apunte y el mejor ánimo aún en medio de las peores tormentas.

Eso fue lo que sedujo a Diana Gabriela un mayo de hace ya 29 años, cuando de buenas a primeras la convenció para salirse de clase, la subió a una flota en la Avenida Caracas y la llevó a dar un paseo por Sopó, como si se tratara de dos adolescentes que cometen su primera pilatuna.

Lo demás correría por cuenta de Armando Manzanero, de quien siempre le gustaba interpretar al piano su ¿Contigo aprendí¿, para iniciar una gala romántica, una noche de bohemia o una intervención relámpago, contando para ello con la complacencia de Raquel, la cacatúa que durante más de una década le marcó el compás, después de esperarlo todo el día para jugar con su bigote.

Su amor y pasión por la música se lo debió en parte a su padre, Carlos Rey, quien dirigía la banda del Colegio Provincial San José, de Pamplona, mientras su hijo seguía la partitura con la trompeta.

Y así, con vocación y entrega, con fundamento y prodigio, incursionó en un mundo que le depararía tantas y tantas satisfacciones, como aquella de dirigir a centenares de niños y niñas de las comunas de Medellín, a quienes les regaló una ilusión de futuro en medio de tanta miseria y violencia.

Una lista interminable de talleres en los lugares más recónditos de la geografía nacional, presentaciones, realizaciones y triunfos que supo llevar con modestia sincera, sin acartonamientos. La arrogancia iba por la acera del frente, mientras él prefería la informalidad. Se aparecía donde menos lo esperaban y al final de cada conversación, en medio de risas, siempre tenía un libro que recomendar, un artículo que sugerir.

Desde el primer instante se tomó a pecho su labor como decano de la Facultad de Música de nuestra UNAB, sin por ello dejar de ser humilde. Generaba ideas, gestionaba recursos, se movía como una hormiga, acomodaba sillas en los conciertos, servía de maestro de ceremonias y luego se refundía entre el público.

Ese estilo singular fue el que le permitió crear un equipo de trabajo sólido y armónico, afinado como la mejor orquesta.

Puso la cara por los derechos de sus profesores, luchó por más espacios para sus estudiantes, y en el fragor de un debate en el que compartimos banca, se levantó a explicar con el lenguaje más sencillo posible, que sin arte la vida se convierte en un pentagrama aburrido, que sin música y cultura solo podemos desquiciarnos con los afanes que nos imponen el materialismo y la rutina.

Sensibilidad y calidez que lo llevaron a quedar hechizado por el cielo azul de Zapatoca, el pueblo tranquilo que tanto anheló para pasar su vejez componiendo más canciones infantiles, más pasillos como ¿Valentina¿ y más bambucos como ¿Vuelamásqueelviento¿, que hemos escuchado esta mañana del requinto de Carlos Andrés Quintero, el joven que le deparó uno de los días más felices cuando se alzó con el Gran Mono Núñez precisamente después de interpretarla.

Días antes, el 24 de junio pasado, el maestro Chucho no se cambiaba por nadie. A mediodía subió a mi oficina y entre ambos le dimos la buena noticia a Carlos Andrés de que estaba siendo becado para forjarse como músico y como ciudadano integral en la UNAB.

El recuerdo que conservaremos de este hombre de bien, de este artista consumado, perdurará por siempre en esta Institución que lo acogió con cariño y que se siente orgullosa de haber contado con su chispa que abrió tantas puertas¿ con su tesón para no desfallecer en una causa como la Facultad de Música que ha llegado a sus 15 años de realizaciones y éxitos como el reciente doble triunfo del Coro UNAB en la península ibérica.

Hoy sus amigos le rendimos este homenaje, con el que le estamos manifestando también nuestra solidaridad a su señora madre, a sus hermanos y familiares, a su Gaby del alma y a sus hijos Ana Luisa, Jean Pierre, Valentina, Ángela María, Alejandro y Mariana. A ellos nuestra gratitud por permitirnos disfrutar y aprender del maestro Jesús Alberto, quien desde la eternidad nos debe estar observando complacido al saber la huella imborrable que ha dejado.

Atrapados por sus sueños, estamos en el deber de continuar su gesta y darle forma a esas piezas de cedro y canelo que se quedaron sin tallar en su banco de carpintero. De allí saldrán las ventanas que nos dejarán ver una luz de esperanza, mientras usted, maestro Chucho, seguirá sentado al piano, obsequiándonos su encanto.

¡Paz en su tumba!

 

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