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UNAB beca a un triunfador

Jun 30, 2009 | Institucional

Por Pastor Virviescas Gómez

Carlos Andrés Quintero Badillo no puede ocultar su doble satisfacción; tampoco sus hermanos Manuel Eduardo y Angie Marcela, así como sus padres, Hortensia y Andelfo, y su novia María del Mar Díaz, con quien ya lleva ocho meses de ¿traga¿.

Este joven que el 7 noviembre cumplirá 18 años de edad, oriundo de Zapatoca (Santander) y apasionado del requinto, no sólo es el nuevo ¿rey¿ del festival Mono Núñez, sino que a partir del segundo semestre de 2009 lo veremos en los pasillos y aulas de clase como estudiante de la Facultad de Música, gracias a una beca gestionada por el decano Jesús Alberto Rey y otorgada por el rector Alberto Montoya Puyana, quien así reafirma uno de los principios de la Institución como es el de incentivar a los talentos que vienen de la provincia.

De esta manera Carlos Andrés podrá dedicarse de tiempo completo al estudio de la música y de este instrumento que puede ser considerado un ¿hijo¿ del tiple. Su sueño es perfeccionar sus dotes, dar a conocer el requinto a nivel nacional e internacional, y seguir los pasos de Hamilton de Holanda, un maestro brasileño de la mandolina a quien tiene como la figura a imitar, sin ignorar al veleño Jorge Ariza y al manizalita Gilberto Bedoya, quien ha innovado con un requinto más clásico colombiano.

Bachiller del Instituto Técnico Santo Tomás de Zapatoca, Carlos Andrés estaba cursando el primer semestre de Historia en la UIS, que no alcanzó a concluir debido a las dificultades que atraviesa esa institución pública. Pero de lo que está seguro, es que si se dedica con alma, vida y sombrero a estudiar y mantiene el promedio -propósito que no le va a costar trabajo porque su rendimiento y dedicación son altos-, dentro de cinco años se estará recibiendo como Maestro en Música de a UNAB, una opción que él consideró en 2008 pero que se escapaba del presupuesto de su familia.

¿En la UNAB voy a estudiar mucha improvisación y teoría, para poder salir así como Hamilton de Holanda, y presentarme en escenarios del mundo, orgulloso de nuestra música¿, confiesa.

Modesto a pesar de su consagración en el festival de festivales que cada año se realiza en el municipio de Ginebra (Valle del Cauca), Carlos Andrés dialogó con Vivir la UNAB, habló de su vida, de sus aspiraciones y hasta revivió el momento en que en plena final del certamen, se le reventaron dos cuerdas a su instrumento y en lugar de amilanarse o dejarse llevar por los nervios, sonrió para sus adentros y continuó con el pulso firme, terminó la primera pieza, interpretó la segunda y se ganó no sólo la cerrada ovación del público sino el reconocimiento de un jurado que reconoció en él al mejor de los concursantes y lo premió con un trofeo y un cheque de siete millones de pesos que está por llegar y con el que Carlos Andrés anhela comprarse un requinto que encargará a un luthier colombiano que reside en Estados Unidos.

Desde pequeño, su papá fue quien le inculcó el amor por la música, como una forma de explorar y afirmar su identidad como santandereano y como colombiano.

¿La música es muy bonita¿, dice Carlos Andrés, quien manifiesta que es un joven como los demás, que saca tiempo para jugar fútbol, adentrarse en cuevas o para ir de paseo a saborear un sancocho, pero que cuando se trata de preparar un festival o de sentarse a ensayar mínimo una hora al día, no hay quién lo pueda distraer.

Su primer requinto lo adquirió de manos de Santiago Díaz, el peluquero del pueblo. Luego le compró el instrumento a su primer profesor, Luis Felipe Guarín, y ahora tiene uno fabricado en Bogotá, que le costó un millón de pesos.

A quienes no tienen la más remota idea, les explica que un requinto se diferencia de un tiple en cuanto a que es más pequeño y todas sus cuerdas son de igual calibre. Además, explica, el requinto se utiliza únicamente para puntear, mientras que el tiple sirve para acompañar y de vez en cuando para puntear.

Como lo hace su hermano Manuel Eduardo, de 14 años, quien desde hace seis años se inició en la música y fue su coequipero en el desafío de Ginebra, mientras sus padres hacían fuerza en primera fila.

Carlos Andrés recuerda con orgullo el primer evento en el que puso a prueba sus cualidades. Fue en un restaurante de Zapatoca donde organizaron un concurso y él a los nueve años de edad llegó, tocó y dejó con la boca abierta a más de uno. De esa ocasión aún guarda un trofeo pequeño que no se ha oxidado y que forma parte de las 16 estatuillas y reconocimientos, entre los que sobresale el de Mejor Solista Instrumental y el Gran Mono Núñez por haber superado en la recta final a 14 grupos instrumentales de todo el país.

Para poderlo tener entre sus manos, él debió montarse a un bus durante 16 horas y al día siguiente apearse a interpretar en una primera sesión cerrada ante el jurado los bambucos ¿Los doce¿, de Álvaro Romero, y ¿Bochicaniando¿, de Luis Uribe Bueno. Después, ante la multitud, tocó un tema obligatorio, el pasillo ¿Myriam¿, de Jorge Olaya; ¿Vuela más que el viento¿, de Jesús Alberto Rey, y ¿Santa Cecilia¿, de Gilberto Bedoya.

En la final interpretó ¿Estrella del Caribe¿, de Luis A. Calvo, y ¿Río Cali¿, de Sebastián Solari, la pieza más difícil y más rápida. ¿Con las dos cuerdas reventadas hice maromas para que no se escuchara desafinado y ahí salió lo mejor que se pudo¿, afirma Carlos Andrés, sin oportunidad de suspender su presentación porque sabía que el jurado podía tomarlo de buena manera, como también decirle: ¿¡de malas!¿.

En el intermedio su papá y algunos asistentes le aconsejaban cambiar las cuerdas, pero Carlos Andrés afinó las que le quedaban y siguió pensando que nada había ocurrido.

Como invitado especial a la próxima versión del Mono Núñez, sabe que el año entrante deberá hacer gala de sus condiciones y presentarse con algo aún mejor para dejar en alto una vez más el nombre de su tierra y de paso decir que estudia Música en la UNAB.

Otro de sus mentores es Roberto Villamizar, su padrino musical, quien desde los diez años lo ha apoyado y acogido en su propio hogar.

Por ahora Carlos Andrés comparte con tres amigas de Zapatoca una casa en el barrio San Alonso y alista su cuarto para albergar a su primo Miguel Ángel Quintero, quien se trasladará de Barrancabermeja a estudiar en Bucaramanga. Cada día seguirán turnándose quién prepara el almuerzo y él, con la comprensión de su novia, seguirá dedicado a su requinto.

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