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24 horas de trajín en el Centro

Jun 1, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Édgar Alfonso

periodico15@unab.edu.co


Vendedores ambulantes con cara de espanto corren por el Paseo del Comercio desde la carrera 15 con sus mercancías en las manos. Forros para celulares, juguetes y radios despertadores caen pero nadie se devuelve por nada. La gente les abre espacio para que huyan. Los que están más arriba se enteran de lo que pasa y en 5 segundos recogen sus pertenencias y ya están corriendo con ellos.

En esas se ven los policías que no tienen tanto afán. Una camioneta viene calle abajo a encontrarse con los vendedores, que van subiendo. De las calles aledañas aparecen más policías, también sin prisa. ?Varias veces me he salvado; esta vez no creo?, me cuenta Diana Sánchez, quien finalmente pierde toda su empresa y su capital: $180 mil en forros para celular.

Son las 10 y media de la mañana y el operativo termina con éxito. Algunas mujeres que han perdido sus cosas están a punto de llorar. Un hombre viejo reclama por su derecho al trabajo, pero la cosa no pasa a mayores porque todo el mundo sabe que una hora más tarde volverán los ambulantes y tres horas después vendrá otra vez la Policía a perseguirlos.

Este es el Centro de Bucaramanga, en ocasiones sosegado y en otras inclemente, pero siempre una fuente de contrastes. Mientras los vendedores se lamentan de haber perdido sus mercancías, hombres con más suerte se ganan un bingo de un millón de pesos en la calle 37. Mientras justo ahora, en el moderno edificio La Triada, empresarios y funcionarios públicos podrían estar discutiendo el futuro de la ciudad con presentaciones en Power Point y cifras millonarias, en el edificio San Mateo, la antigua plaza de mercado, los tres grupos de recicladores pelean, a grito entero, sobre el espacio que cada uno tiene para guardar sus botellas de vidrio y sus kilos de cartón. Así es todo aquí.

A esta hora es el que todos conocen: ríos de transeúntes y cientos de locales abarrotados. Desde agujas hasta casas se compran y se venden en esta zona, miles de transacciones diarias que lo ubican como el principal polo económico de la ciudad, además de epicentro político, a pesar de que otras zonas como Cabecera le hayan restado protagonismo.

Sin embargo, no todo el Centro mueve dinero. Basta con darse una pasada por los centros comerciales que hace varios años creó la Alcaldía para reubicar a los vendedores informales. En Feghali (calle 34 con 15), la tercera parte de los locales del segundo nivel está sin terminar y del resto la mitad están cerrados. Ni hablar de San Bazar (calle 37 con 14), donde algunos vendedores se entretienen leyendo y una mujer se pinta las uñas de los pies. ?Este lugar abrió hace cinco años y nada que progresa?, dice una vendedora de enseres para el hogar.

Se ve de todo

A una calle de allí, en la 33, el movimiento de la plaza de mercado se extiende hacia el resto del sector, adornado por más comerciantes informales, sólo que estos venden pescado y verduras. Aquí usted encuentra las calles más agrietadas, la mugre más pegajosa y los olores que quiera: desde agua de colonia hasta rata muerta.

Son las 11 a.m. Una niña avanza por la acera de la carrera 16 con calle 33, a un costado de la plaza. No debe tener más de 17 años. Lleva el pelo pintado, botas negras con tacones de 10 centímetros, una minifalda azul rey de licra y una blusa negra con encajes. No es necesario preguntárselo para confirmar que es prostituta. Se dirige hacia un bar cuya entrada es una puerta pequeñita tapada por vendedores de papas y tomates y tiendas de abarrotes. Un hombre de unos 60 años la espera en la puerta. Hablan un rato. Él la acaricia por todas partes y saca de sus bolsillos varios billetes, señal de que tienen con qué pagar. Entran. El tipo sale a los 20 minutos.

Cerca, en el CAI Los Faroles, los policías ven cosas peores. ?Esta calle está llena de prostíbulos, residencias que son utilizadas también como expendios de droga, y la droga atrae a más delincuentes y los delincuentes…?, empieza su retahíla Eliécer Sequeda, el comandante del CAI.

– Comandante, ¿es cierto que por acá hay que andar con guardaespaldas?

– Casi, porque uno ve de todo: hurto, atraco (robo a mano armada), cosquilleo (robo que consiste en meter la mano al bolsillo), fleteo (persecución a quienes retiran dinero de los bancos), paquete chileno (dinero falso que supuestamente se encuentran en la calle), estafa y hasta suplantación de autoridad. Todos los días se inventan algo nuevo.

Pese al listado de crímenes y la poca visibilidad de autoridades como la Policía, el Centro es en general una zona segura. Eso lo compruebo en la cara de tranquilidad de quienes se sientan por horas a discutir cualquier tema en los muchos cafés del Paseo del Comercio y las señoras que vienen de compras a la plaza.

Ya es mediodía y en los buses abarrotados que van por la carrera 15 el calor es insoportable. Aunque llovió esta mañana, el sol y el polvo de siempre reaparecieron. Para los pasajeros, ir a pie sería una mejor opción.

Ahora los restaurantes son los que tienen su chance. Uno de ellos es el Hotel Jericó. Como no hay mesas para escoger, me toca al lado de una mujer de unos 20 años con una cicatriz en el lado derecho de su cara, quien come pescado frito con las manos. En medio del zarandeo de platos, un anciano recién bañado cruza en toalla y chancletas el pasillo donde comen los clientes. Es desagradable. Después de eso ya ni siquiera tengo hambre. Llevo 20 minutos esperando a que tomen mi pedido, así que mejor me largo a la calle: total, restaurantes hay por todas partes y para todo tipo de bolsillo.

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