“Dios me dio el don del servicio y no solo lo he prestado con personas con discapacidad visual, sino con personas que lo necesiten. El primer y mejor ingrediente que hay es el amor con el que usted hace las cosas. Mi mayor orgullo son mis hijos porque los saqué adelante y son personas de bien”.
Así se describe Martha Lucía Bastos García, una mujer de 59 años que actualmente estudia tercer semestre de Licenciatura en Educación Infantil en la Universidad UNAB. Su vida inició en Bogotá, pero a los ocho años se vino a vivir a Bucaramanga junto a su madre y su hermano mayor.

Aunque desde muy pequeña padece baja visión, una discapacidad que va de moderada a grave y limita sus actividades cotidianas, los ojos de Martha han logrado ver cómo su actitud frente a la vida sirve para ayudar a que personas con igual limitación, tengan una vida digna Pero para llegar hasta acá, y estar en proceso de convertirse en una licenciada en educación,ha tenido que ver y vivir muchas otras cosas.
“Yo entré a estudiar en el colegio Nuestra Señora del Pilar acá en Bucaramanga porque me gané una beca, pero cuando estaba en décimo me enamoré de un muchacho, que es el papá de mis cuatro primeros hijos. Ahí me fui con él y terminé en la Escuela Normal Superior de San Juan Nepomuceno, un municipio al norte de Bolívar, donde aprendí las bases de la enseñanza, a hacer planeadores académicos, y fue una época donde obtuve muchos conocimientos hasta mi grado en 1996”, contó la hoy estudiante.
Antes de comenzar su trayectoria como docente, Marta trabajó en una caseta de víveres en la vía a la Costa, entre San Alberto y La Esperanza (Norte de Santander). En 1997 un político de la zona le ofreció trabajo en la escuela rural La Ciénaga.
“Trabajé en distintas escuelas: El Caraño, Las Quebradas, otra que se llamaba Los Musgos donde tenía que caminar seis horas de trocha camino a San Pablo para poder llegar a dar clases, y en otra que se llamaba escuela rural Buenos Aires donde por cosas del destino fui víctima de la violencia armada y desplazada”, recordó.

Víctima del conflicto armado
Según Bastos García, el 8 de mayo de 2008 asesinaron a tres jóvenes en la vereda Buenos Aires, ubicada en el municipio El Peñón, al sur del departamento de Bolívar. Martha, que por esos meses se había quedado sin trabajo, vio cómo les quitaban la vida.
“Fue una época dura porque ya habíamos comprado una casa, teníamos algo ya constituido, pero nos dejaron una carta pidiendo un desalojo del pueblo en menos de ocho horas porque yo tuve que ver cómo mataban a esas personas. Sacamos lo que pudimos, ropa y papeles, y nos devolvimos a Bucaramanga. Perdimos todo, porque como estaba sin contrato, no me reubicaron”, detalló Martha quien pasó a ser parte del Registro Único de Víctimas (RUV).
Un incentivo económico, más no un sueldo, era lo que acompañaba a la normalista meses después de su llegada a Bucaramanga, cuando trabajaba en la Escuela Taller para Ciegos (carrera 13 #30 – 33). Pero como ella subraya, “la verdad es que soy una persona que nunca ha tenido límites”.
“Eran otros tiempos, yo salía los viernes de trabajar en el taller y me iba en bus para Bogotá. Viajaba toda la noche, llegaba en la mañana a comprar ropa en El Madrugón y me devolvía ese día al finalizar para estar el domingo en Bucaramanga. Al llegar, organizaba todo en maletas y me iba con mis hijos, los turnaba, para venderla en los pueblos cercanos. Yo he trabajado en floristería, he vendido postres, he cuidado enfermos, me he defendido en muchos campos”, afirmó.
Su hoja de vida habla por sí sola. Es experta en todas las áreas tiflológicas: braille, ábaco, orientación y movilidad, habilidades de la vida diaria. Capacita a personas con o sin discapacidad en estas áreas y en tifloinformática para aprender a manejar herramientas como Magis, un amplificador de imagen o algunos sistemas de hablado que explican a la persona lo que está escribiendo.
Durante estos casi 30 años, desde su grado como normalista, Martha ha hecho una trayectoria que hizo que el destino la colocara en la UNAB. Se separó, volvió y se enamoró, tuvo dos hijos más para completar seis, y a su vez, trabajó en instituciones como la Fundación Progresa, NeuroArte en Bogotá y la Secretaría de Educación de Barrancabermeja, entre otras.
Intentó estudiar en la Universidad Francisco de Paula Santander y la Universidad de Pamplona, pero no pudo seguir. Fue su hijo menor, que actualmente estudia Matemática en la Universidad Industrial de Santander (UIS), quien le contó sobre una beca por ser víctima de la violencia.
“Mi hijo fue la persona que me convenció de intentarlo porque a veces uno vive con el estigma, pero él ha sido una ayuda importante, me explica cómo funcionan las plataformas que usamos acá con los ‘profes’, y ellos también han sido de gran ayuda al igual que mis compañeras. Recuerdo mi primer día, ellas creían que yo era la profesora, pero en realidad era su nueva compañera”, contó con emoción y risas.

Nuevas oportunidades de trabajo y educación en la UNAB
El año pasado Martha consideró claudicar en su sueño de ser profesional. “Es difícil para mí, porque aunque vivo con dos de mis hijos y ya están grandes, pues tengo responsabilidades. Hablé con la directora Laura y algunos profesores sobre mi decisión de dejar la UNAB, pero ella me escuchó y me brindó una mano. Pidió mi hoja de vida y conseguí un trabajo por dos meses con la Gobernación de Santander, en un proyecto de caracterización de población con discapacidad visual donde he conocido personas maravillosas en San Gil, Los Santos y Lebrija”, relató.
En palabras de Laura Milena Palacios Mora, directora del programa de Licenciatura en Educación Infantil. “Marthica es una estudiante muy especial para nosotros. Nos ha enseñado muchas cosas a mí como líder y a los profesores. Es una persona muy juiciosa y ha sido un reto para nosotros porque como Universidad tenemos que brindarle las mejores oportunidades a nuestros estudiantes y ella es un ejemplo claro de eso”.
Este año, la estudiante renovó su contrato por siete meses y ahora el programa, junto a su cuerpo docente, le brinda la oportunidad de asistir a clases de manera virtual para que ella pueda trabajar y continuar con su sueño de convertirse en una maestra con sello UNAB.

“La Universidad ha sido mis ojos para poder ver mi sueño de estudiar, acá me han explicado y han tenido paciencia. Los campus son lugares inclusivos para las personas con discapacidad y quiero resaltar que los profesores no solamente se esfuerzan en enseñarme, han estado muy pendientes de mi situación académica y laboral porque no quieren que pare. Sin duda es una gran institución”, finalizó la estudiante que en este 2025 cumple 60 años.
La UNAB continúa trabajando para ofrecer una educación superior de carácter inclusivo que garantice la protección, cuidado y reconocimiento de toda su comunidad académica.