En febrero de 1994, Aida Ortega Tarazona empezó su camino laboral en nuestra Universidad, sin imaginar que permanecería aquí durante más de tres décadas, tejiendo relaciones, aprendizajes y memorias que hoy son parte del alma de la UNAB.

Su primer cargo fue en servicios generales, y fue reubicada junto a otras tres compañeras en distintas áreas de la Universidad. A Aida le correspondió UNAB Ambiental, lugar que se convertiría en su segundo hogar. Desde entonces, ha estado allí como Auxiliar Académica, trabajando de la mano con ingenieros, estudiantes y profesores.
Aida no tiene estudios formales más allá del quinto de primaria, pero eso no le impidió aprenderlo todo: el nombre de cada implemento del laboratorio, el lugar exacto donde va cada frasco o tubo de ensayo, y cómo hacer que todo esté impecable para quienes llegan a trabajar o aprender.
Su labor ha sido silenciosa pero esencial, mantener el laboratorio en orden, limpio, funcional y listo para la enseñanza, la investigación y la práctica académica. Su misión, cuidar de quienes comparten el espacio con ella. Y su legado, la calidez, el respeto y la dedicación. “Las personas son lo que más me llevo de la UNAB. Siempre me trataron como a una igual, nunca hubo distancias ni jerarquías; siempre fui parte de una gran familia”, dijo Aida con la voz entrecortada, sabiendo que se acerca el momento de cerrar este capítulo.

Y es que durante estos 31 años ha recorrido gran parte de la Universidad. Cuando estaba en servicios generales, cambiaba de dependencia cada seis meses o cada año, lo que le permitió conocer a muchas personas, algunas de las cuales ya no están. Pero todas, dice ella, la recuerdan y la saludan con cariño cuando se cruzan por los pasillos.
Ahora, a pocos días de su retiro el próximo 4 de julio, Aida siente una mezcla de emoción, nervios y nostalgia. “Parece mentira que ya llegó el momento, a veces una piensa que no va a alcanzar la pensión, pero el tiempo pasa volando. Lo importante es no perder la esperanza y tener fe en que las cosas llegan”, comentó.
Gracias al beneficio educativo del 50 % que ofrece la Universidad, su hija pudo estudiar Administración de Empresas Dual, y hoy tiene junto a su esposo una fábrica de calzado femenino. Aida planea tomarse un merecido descanso y luego, si la necesitan, apoyar en lo que pueda desde allí.
Quienes han trabajado con ella no ahorran palabras para describirla: comprometida, organizada, amorosa, atenta, consejera, guía, amiga. “Aida es como una segunda mamá laboral”, dijo su compañera Yohana Castro Hernández entre risas y cariño quien ha compartido con ella por nueve años la rutina diaria del laboratorio. “Siempre está pendiente de todo, nos consiente, y si algo no está bien, nos lo dice con respeto y experiencia. Su presencia nos dio armonía y confianza”.

Hoy, Aida se despide con orgullo. El mismo que siente por haber sacado adelante a su familia y por haber entregado lo mejor de sí en cada jornada. La Universidad no solo fue su lugar de trabajo: fue su escuela, su red de apoyo, y su casa.
Gracias, Aida, por cada día, por cada detalle, por enseñarnos que el amor por lo que se hace y el respeto por las personas son, al final, lo más importante.