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Óscar Arias, presidente de la paz

Sep 2, 2013 | Institucional

El Premio Nobel de la Paz en 1987 y expresidente de Costa Rica en dos periodos, Óscar Arias Sánchez, fue el invitado principal a la undécima versión de la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro 2013, que se cumplió en la UNAB del 26 al 31 de agosto.

Por considerarlo de interés para toda la comunidad universitaria, Vivir la UNAB reproduce el discurso “Fe en el diálogo para tener paz, juventud para tener futuro y libre comercio para tener progreso”, que pronunció durante su participación en la Feria.

 

Amigas y amigos: Al ser las seis en punto de esta mañana, un joven bumangués despertó de un largo sueño, con el olor de un magnífico café en la cocina de su casa. En San José (Costa Rica), un muchacho realizó la misma labor cotidiana. Hoy al caer la tarde, las notas de la cumbia y del vallenato explotaron en cada fiesta colombiana. Y mi país se inundó también con las notas del merengue y de la salsa. No importa si uno usa chonete o sombrero paisa; si come gallopinto o arepa de maíz pelao: esas diferencias no existen en el centro del alma. Dos pueblos viviendo el mismo sentimiento, dos naciones compartiendo la misma esperanza. Bucaramanga y toda Colombia hablan un idioma que Costa Rica entiende más allá de las palabras. Es el idioma de la vida que estalla en cada esquina. Es el idioma de la ilusión y de la perseverancia. Es el idioma del trabajo duro y del esfuerzo. Y es el idioma de la búsqueda de la paz, por sobre cualquier amenaza.

Para mí siempre es un placer volver a Colombia. Venir a Colombia me llena de emoción por la relación que existe entre nuestros pueblos y por la amistad tan profunda que durante siglos nos ha unido. Muchas gracias por brindarme la oportunidad de acompañarlos en esta XI Feria del Libro de la UNAB. Los organizadores de este evento me pidieron que les hablara sobre paz, juventud y progreso. Tres temas que son de gran importancia para el pueblo colombiano.

 

“Fe en el diálogo”

Empecemos por la paz. Colombia ha comenzado a escribir un nuevo capítulo en su historia. Se ha iniciado un proceso de diálogo para alcanzar la paz. Un encomiable esfuerzo por dar fin a uno de los más largos y dolorosos episodios de violencia en la historia de América Latina. Independientemente de la opinión que cualquiera pueda albergar sobre el conflicto que durante décadas ha atormentado al pueblo colombiano, lo cierto es que la noticia de una negociación merece más que interés o aquiescencia: merece fe y esperanza, apoyo y colaboración. Algunos objetan que otros esfuerzos han fracasado en el pasado. Esa es una historia común. Si permitiéramos que los intentos fallidos se convirtieran en obstáculos válidos para volverlo a intentar, no existiría más que una oportunidad para la paz.

Ninguna negociación está ungida de certeza. Lo que interesa es que se ha iniciado un diálogo que puede significar el fin de una guerra. En este proceso de negociación no se trata de decidir qué pensamos sobre las Farc, sobre los paramilitares o sobre el Gobierno colombiano. Se trata de decidir si estamos a favor o en contra de un acuerdo de paz en Colombia. Sólo si lo expresamos en estos términos, podemos entender la magnitud de lo que está en juego.

Creo que la negociación debió haberse iniciado con el tema más controversial, que es también el más complejo: el cese de todas las hostilidades. Pienso que no tiene sentido discutir sobre plazos, condiciones, amnistías, si no existe un acuerdo para poner fin a toda forma de violencia. Esa es, quizás, la principal lección que se desprende del proceso de pacificación de Centroamérica. Acordar un alto al fuego, a los secuestros, a los asaltos, a los atentados, hubiera sido una demostración elemental de buena fe de las dos partes en conflicto y también una de las mejores maneras de aumentar las probabilidades de que se sintieran comprometidas a llevar la negociación hasta el final. Para que un proceso de negociación tenga éxito, todos deben sentir que tienen participación en el resultado y que tienen mucho que perder en caso de desistir.

El cese a las hostilidades hubiera galvanizado presión de parte de la comunidad internacional. Un punto en el que el proceso de paz en Colombia difiere significativamente del proceso de paz en Centroamérica, es que durante la década de los ochenta, las cinco repúblicas centroamericanas negociábamos en contra de la voluntad de las dos superpotencias de la Guerra Fría, que siempre se opusieron al Plan de Paz que yo había propuesto. Francamente dudo que algún actor internacional se atreva ahora a boicotear el proceso de paz en Colombia. Esto representa una oportunidad invaluable para las Farc de obtener una salida similar a la que obtuvo el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que hoy forma parte de la institucionalidad política de El Salvador.

Junto con la necesidad de iniciar con los temas más controversiales, creo que es importante no darle largas a la negociación. Muchas veces he dicho que la paz no es fruto de la impaciencia. Pero mucho menos es fruto del perfeccionismo y la postergación. Las partes deben sentir que tienen tiempo para decidir, pero que ese tiempo no es ilimitado. El conflicto centroamericano nos enseñó la importancia de aprovechar el moméntum. La atención del mundo es breve, los recursos son escasos y otras prioridades compiten siempre con la búsqueda de la paz.

Estoy consciente de que muchas personas opinarán sobre la forma en que deben conducirse estas negociaciones. Se requiere humildad y flexibilidad. Se requiere hidalguía y sentido de responsabilidad histórica. Lo que nos enseñan procesos como el de Irlanda del Norte, como el de Suráfrica, como el de Centroamérica, es que la paz no es la obra de héroes ni titanes, sino de hombres y mujeres imperfectos, luchando en tiempos difíciles, por un resultado incierto. Pero eso, lejos de desalentarnos, debería alimentar nuestra esperanza en el diálogo. Tengo fe en que éste puede ser el principio del fin de la larga pesadilla del terrorismo en Colombia. Guardo la esperanza de que la paz llegará a esta tierra; de que la paz liberará a este pueblo. Guardo la esperanza de que la paz reinará en las montañas, en las plazas, en los colegios y en las universidades de toda Colombia.

Que hermosa coincidencia que me correspondiera hablar sobre la paz en una Universidad, ya que anhelo un mundo que se parezca cada vez más a un campus universitario, y cada vez menos al infierno de un conflicto armado. En muchos sentidos, un campus universitario es lo opuesto a un campo de guerra. En la universidad se promueve el disenso y el pensamiento crítico; en la guerra se promueve la uniformidad y la sumisión irreflexiva. En la universidad se defiende el derecho de cada quien a construir la vida que sueña; en la guerra se le impone el deber de entregar su vida por orden ajena. En la universidad se admira el pensamiento; en la guerra se admira la fuerza. En la universidad son héroes quienes obtienen buenas calificaciones y ayudan a sus compañeros; en la guerra son héroes quienes acumulan muertos y persigue a sus enemigos.

 

Para los jóvenes

Conocer un país a través de sus estudiantes, es como como conocer al mismo tiempo su pasado y su futuro. Es como encontrarse al mismo tiempo entre la historia de un pueblo y los sueños de sus habitantes. Es, en última instancia, el mejor lugar para palpar el presente. Y eso es así, porque los estudiantes universitarios son en su mayoría jóvenes. Por esa razón, el segundo tema del que hoy quiero que reflexionemos es sobre nuestra juventud. Sobre quienes tomarán las riendas de nuestros gobiernos en los próximos 10 o 15 años.

Para empezar, estamos hablando de las generaciones mejor preparadas de la historia de nuestra región. Estamos hablando de abogados, ingenieros, científicos sociales, administradores de empresas, periodistas, entre muchos otros profesionales, que recibieron una educación casi siempre de calidad, que además de hablar español hablan inglés u otro idioma, que fueron a especializarse a Europa, a Estados Unidos o a otros países del continente, que dominan las redes sociales y los smartphones. Generaciones de millones de jóvenes criados bajo condiciones ideales para formar estadistas.

Pero esos jóvenes hoy miran desde la barrera el espectáculo que montan muchos de nuestros políticos actuales. Están informados y tienen una opinión, pero la comparten sólo con sus amigos. Tienen novedosas ideas para combatir la pobreza o para mejorar la infraestructura, pero no se atreven a proponerlas a las autoridades políticas. Sueñan con naciones más ricas y más justas, pero nada los motiva a salirse de la zona de confort en que se encuentran. Aun así, las cosas han ido cambiando. Hoy más que nunca sabemos también lo que nuestros jóvenes piensan y demandan, gracias en gran medida a las redes sociales.

El ágora ancestral donde los griegos se reunían a discutir, hoy tiene la forma de una computadora o de un teléfono celular. La tecnología en las manos de los jóvenes les concede un poder inmenso. Pero eso no significa que los jóvenes tengan licencia para vivir aislados en el mundo cibernético. No significa que puedan volver la mirada para no ver lo que no quieren ver. La información es un deber sagrado de todo ciudadano. Saber lo que acontece en su país y en su comunidad, saber las necesidades que se tienen, saber los recursos de los que se dispone, estudiar las posibilidades, aprender sobre las soluciones, son obligaciones ciudadanas.

Uno de los problemas actuales, es que hasta ahora las redes sociales han sido mecanismos legítimos de denuncia y de protesta, pero pocas veces de propuesta y de acción. Sin embargo, para que un sistema político sea efectivo, y en particular para que un sistema democrático sea efectivo, es fundamental que los jóvenes comprendan que el desarrollo económico, la equidad social, el progreso científico, el refinamiento artístico, no son únicamente tareas del Estado, ni responsabilidades exclusivas de los funcionarios públicos. Todos los que tenemos un interés en el bienestar social, compartimos también una obligación de promover ese bienestar social. Esto quiere decir que nuestros ideales, nuestros sueños y nuestras esperanzas, son mandatos colectivos.

Muchas veces, también, las redes sociales facilitan el anonimato, con lo que se desvirtúa cualquier intento de participación ciudadana democrática. Nuestros jóvenes deben salir de la burbuja en que se encuentran, pero deben hacerlo responsablemente. El poder de las redes sociales, el poder de la comunicacón tal y como la conocemos hoy en día, conlleva también una enorme responsabilidad. Parafraseando a Khalil Gibran: no usemos la tecnología para matar las horas, usémosla para vivir las horas. Para hacer más apacible la existencia, para hacer más dichoso nuestro acápite en la historia.

Y para esto verdaderamente vivimos en una era privilegiada. Nunca antes había sido posible recaudar, en cuestión de días, millones de dólares para ayudar a las víctimas de un terremoto; miles de firmas para protestar en contra de un régimen autoritario; cientos de voluntarios para construir casas, para plantar árboles, para dar tutorías en escuelas marginales. El reto está en poder combinar la energía de la juventud y el poder de las redes sociales, con el carisma, la honradez, la claridad intelectual y el compromiso que se requiere para participar en política.

Algunos pensarán que los jóvenes no tienen suficiente madurez para pensar en cambiar el mundo. Tal vez. Pero John F. Kennedy tenía 29 años cuando fue electo congresista. La Madre Teresa de Calcuta tenía 18 cuando ingresó a la Orden de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto. Martin Luther King tenía apenas 35 años cuando ganó el Premio Nobel de la Paz. Mahatma Gandhi tenía 24 cuando inició la defensa de los derechos civiles de los ciudadanos indios que trabajaban en Sudáfrica. Ciertamente, no hay una edad para los sueños.

Les corresponde a los jóvenes descubrir cuál es la causa que los apasiona. Les corresponde determinar cuál es el equivalente, en su tiempo, de lo que para mí fue la guerra civil en Centroamérica. Les corresponde encontrar su quimera. Deben atreverse a escuchar sus propias emociones y descubrir, en la lumbre del corazón, la llama que aviva sus sueños. ¡Hay en el mundo tantos molinos esperando quijotes, y hay también tantos quijotes buscando escuderos!

No llevan razón quienes afirman que la juventud debe tener siempre una actitud combativa o “anti-sistema”. Con esto no quiero decir que los jóvenes deben aceptar el sistema político tal y como está; tan solo, que se pierde muchísimo si se destruye, pero se gana muchísimo si se reforma. Y eso, el cambio, sí es una cualidad innata de los jóvenes. Los problemas de nuestros países no se solucionan sustituyendo una democracia representativa disfuncional, por una democracia de las calles anárquica y caótica.

 

Progreso

El último tema del que quiero hablarles es que si aspiramos a la prosperidad, no debemos bajarnos del tren del libre comercio. Esta es una afirmación que, sin embargo, algunos países de la región entienden de una manera y otros de otra. Por un lado, tenemos a los países de la Alianza del Pacífico: Colombia, Chile, Perú, México y muy pronto Costa Rica, y quizás Panamá y Guatemala. Por otro lado, tenemos a los países de Mercosur, liderados por Brasil. La integración en ambos bloques comerciales difiere no sólo en la igualdad de condiciones en que esas naciones participan en la toma de decisiones y en el intercambio comercial, sino también en el sentido de urgencia para conquistar nuevos mercados y competir efectivamente.

Los miembros actuales de la Alianza del Pacífico son economías abiertas y defensoras de la globalización, con una amplia red de tratados de libre comercio y fuertes lazos comerciales con Asia. Su Producto Interno Bruto conjunto es de cerca de $2 trillones de dólares, lo que equivale a un 35% del total del Producto Intrno Bruto de América Latina, y no mucho menor que el de Brasil. Resalta la revista The Economist, también, que el sector privado ha jugado un rol fundamental en permitir el rápido avance de la Alianza, lo que incluye la creación de una bolsa de valores común entre Chile, Colombia y Perú y la armonización de reglas de origen para facilitar el comercio de bienes. Poco a poco, los gobiernos se han propuesto solucionar el “spaghetti bowl” de tratados de libre comercio que habían señalado los expertos, enfocándose en la negociación de reglas comunes para el intercambio comercial y la atracción de inversión extranjera.

A la Alianza del Pacífico la antecede otro esfuerzo integracionista regional que, sin embargo, lleva más de dos décadas tratando de despegar: el Mercosur. En 1991, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay proclamaron una región comercial abierta y una profundización de sus economías con el resto del mundo. Proclamas que se han quedado en el papel debido a la politización del organismo y al peso abrumador que tiene Brasil en sus decisiones. El año pasado, Mercosur le dio la bienvenida a Venezuela, un país que lo único que ha hecho por el libre comercio ha sido condenarlo. Asimismo, mientras los pequeños países de Centroamérica durante mi segundo gobierno terminamos de negociar en un par de años un acuerdo de asociación estratégica con la Unión Europea, Mercosur lleva más de 24 años negociándolo, particularmente por la oposición de Argentina.

Parece que el único gran ganador del Mercosur es Brasil, cuyas compañías obtienen ganancias millonarias con contratos en Venezuela y en Argentina, mientras las economías de estos países crecen poco y la inflación aumenta. Hay que dar tiempo para ver en la realidad el potencial que tiene la Alianza del Pacífico frente al Mercosur. Por el momento, podemos augurar que sus resultados serán no solo mayores, sino que ocurrirán más pronto de lo que hasta ahora han ocurrido con el Mercosur. Quisiera, sin embargo, ver a los países de la Alianza integrarse con Brasil, un gigante cuyo peso en la región es indiscutible. Evidentemente, para que ello suceda Brasil tendrá que aceptar que las reglas del libre comercio sean iguales para todos.

 

“Sentimos lo mismo”

Amigas y amigos: En la antigua Grecia existía un filósofo griego llamado Diógenes, quien habitaba feliz en una pequeña choza y no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. Cuenta una historia que una vez le visitó el gran emperador Alejandro Magno, quien se colocó al frente del sabio y le dijo que si deseaba alguna cosa, él se la daría. Diógenes contestó: “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”. Nuestros pueblos aspiran a una vida más próspera que la de Diógenes, pero no por ello tienen por qué sacrificar su libertad, sus derechos o sus leyes. Confío en que, como el filósofo griego, estaremos claros en los preceptos elementales para una vida en sociedad: fe en el diálogo para tener paz, juventud para tener futuro y libre comercio para tener progreso.

Esta noche quiero decirles que no tengan temor a escribir con letras grandes este nuevo capítulo en la historia colombiana; que no tengan temor a poner palabras fuertes, compromisos serios ni metas atrevidas. Que no sólo quieran un futuro de menos violencia para su pueblo, sino un futuro de paz consagrada. Que no sólo quieran un futuro de mayor desarrollo para suseconomías, sino un futuro de desarrollo consolidado. La timidez no debe apoderarse de ustedes; ni el temor ni la reserva deben poner límites a sus sueños, a ustedes les corresponde ser dignos herederos de una tradición de utopías.

Me gustaría terminar mencionando a un hijo de esta tierra. Un artista incomparable que resumió la fortaleza de su país, y de su región, en uno de los discursos más hermosos jamás pronunciados, nos dijo: “Ante esta realidad sobrecogedora, que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas, que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”

Nunca me podré separar del espíritu perseverante que Gabriel García Márquez expresó, el mismo espíritu que esta gran nación nos muestra todos los días: el espíritu de la vida. Nunca renunciaré a los sueños y a las ambiciones que una vez se vislumbraban tan distantes, y que hoy son más posibles. Las tragedias que hunden a nuestra región en la desesperanza, son los puntos de referencia para soñar todo lo contrario. Tenemos las claves para construir una utopía inversa: la utopía de la paz, del desarrollo, de la competitividad. La utopía de una Colombia renovada y no condenada, redimida y no victimizada. La utopía de una segunda oportunidad.

Dije al iniciar mis palabras que Colombia y Costa Rica eran dos pueblos viviendo el mismo sentimiento, dos naciones compartiendo la misma esperanza. Estoy seguro de que llegará el día en que Colombia y Costa Rica compartan más que la búsqueda de la paz. Llegará el día en que compartan la paz consolidada. El día en que las selvas colombianas sean tan tranquilas como los bosques de mi tierra. El día en que los fusiles de esta guerra se guarden en los museos y en las vitrinas, como se guardan en mi patria. Y ese día está cada vez más cerca. En su última proclama, en Santa Marta, Bolívar dijo: “No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia”, refiriéndose entonces a la Gran Colombia que había imaginado su mente libertadora. Hoy les digo que yo no aspiro a otra gloria más que a la paz de Colombia, que habrá de llegar con el candor de la madrugada del mejor día que ha vivido esta tierra bendita: el día de mañana.

Muchas gracias.

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