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Celadores que ganan según la buena voluntad de la gente

Oct 15, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Maribel Calderón
mcalderon2@unab.edu.co
Jesús Antonio Jaimes trabaja hace cuatro años en 2 cuadras
del barrio Diamante II. Es un campesino que viene de Guapotá (Santander).
Tuvo que dejar su tierra por una deuda que no pudo pagar y porque su hija menor
se accidentó y quedó inválida. Aunque está afiliado
a una empresa de seguridad privada, no tiene prestaciones sociales, ni seguridad
social.

“Como la Superintendecia de Vigilancia no permite que trabajemos independientes,
tuve que afiliarme a una empresa. Me cobran 12 mil pesos mensuales y si no los
pago a tiempo vienen hasta aquí a cobrármelos”, afirma.
El pago de Jesús Antonio depende de la buena voluntad que tengan los
vecinos. Lo mínimo que recibe por casa es 5 mil pesos, aunque en ocasiones
le dan 15 mil pesos. Con tinto en mano, asegura que al mes llega a ganarse $380
mil pesos, pero que no le alcanzan porque algunos residentes no le pagan a tiempo
y tiene que esperar hasta cinco meses para que le cancelen el servicio.

Dice que para estar a la altura de un guardia de seguridad, el sueldo lo debe
invertir en estar bien dotado de implementos. Tiene un radio para comunicarse
con sus otros compañeros de cuadra, que le valió $70 mil. El bolillo,
la cachucha, el uniforme, los zapatos y los escudos de la empresa le costaron
$80 mil. Cada 6 meses debe cambiar alguno de estos implementos para que los
habitantes del lugar no se lleven una mala imagen de él.

“Lo que no me gusta de este trabajo es que hay gente que no paga y quiere
que uno esté pendiente del carro y de la casa para que no les pase nada.
Ni siquiera le dan el saludo a uno”, sostiene el vigilante.

Para Jesús Antonio, la profesión se asemeja al trabajo que hace
una empleada doméstica: “Si pasa algo en la casa, ella siempre
va a tener la culpa. Así nos pasa a nosotros: si alguien llega y roba
una casa o un apartamento, de una vez dicen que nosotros somos los cómplices
y que no servimos para nada”.

Aunque su lugar de trabajo es una pendiente que recorre de 6 de la mañana
a 6 de la tarde, la gente agradece su trabajo ofreciéndole onces y hasta
almuerzo por los mandados que hace. Tiene un compañero que lo releva
en las otras 12 horas de turno. Jesús Antonio suspende sus labores sólo
después del mediodía del domingo, porque si quiere descansar más
debe pagarle 15 mil pesos a otra persona que lo reemplace.

De sector en sector, desempeña su trabajo
Gilberto Peña lleva 13 años como vigilante y hoy es el único
que tienen los residentes de los dos sectores del barrio Los Naranjos. Trabaja
de 6 de la mañana a 6 de la tarde, 5 días de la semana. El sábado
descansa de día y viene a las 6 de la tarde para amanecer el domingo.

Tiene que comprarse sus propios uniformes. Recibe $501 mil mensuales por trabajar.
Le pagan las primas de mitad de año y diciembre, y las cesantías.
“Yo soy de los pocos vigilantes que no vive arriado porque me pagan puntual,
no tengo que molestar a la administradora cada mes para que recuerde que yo
estoy prestando un servicio”.

Aunque no tiene radiocomunicador, ni saca de su plata para pagar cursos de
vigilancia porque no se los exigen, expresa que es mejor trabajar independiente
aunque no esté permitido por la ley, porque no tiene encima a un jefe
que reduzca su sueldo a través de retenciones fraudulentas, como le pasa
a otros colegas.

 

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