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Crónica vuelo humanitario Panamá – Colombia

May 17, 2020 | La calle del medio

El 23 de Abril de 2020 recordé las palabras del Papa Francisco en la Basílica de San Pedro cuando dio su bendición “Urbi et Orbi” el 27 de Marzo, en medio de la crisis del coronavirus que hoy ha dejado en el mundo más de 200 mil personas fallecidas. 

Fui una de las pasajeras del vuelo humanitario que llegó a Colombia de Panamá el 23 de Abril en horas de la tarde. Formar parte de un vuelo humanitario produce una sensación diferente a la de cualquier vuelo, en especial, porque crecemos con la idea que los vuelos humanitarios sólo existen en las guerras o en situaciones de extrema vulnerabilidad, pero también, porque nunca nos imaginamos quienes somos parte de esta generación, estar en medio de una pandemia en donde los vuelos humanitarios son esenciales para personas comunes y corrientes.

Cuando empezó la cuarentena yo estaba en Panamá, desde hace dos años estoy liderando la expansión de mi empresa en ese país. Al principio lo tomé como todos, algo sorpresivo pero totalmente transitorio, nunca tuve afán de regresar, pues yo tenía vuelo de regreso para el 20 de mayo y esa fecha parecía lejana en ese momento.

A medida que fue pasando el tiempo, las cosas empezaron a complicarse, cada día más casos en ambos países y cada día más medidas extremas para controlar la propagación del virus y aunque Colombia y Panamá han tenido manejos similares para el control del Covid -19, la pregunta hasta cuando quedaba siempre sin respuesta. Ese interrogante empezó a tomar fuerza y el deseo de estar cerca de mi familia fue creciendo.

Acudí al consulado de Colombia en Panamá buscando la forma de regresar y encontré que en mi situación había cientos de colombianos, todos con historias muy diferentes a la mía pero con el mismo deseo de volver a casa para encontrarse con los suyos. Nos informaron que aunque el cónsul Mario Pacheco hacía todos los esfuerzos para que esto fuera posible, no había ninguna fecha clara que pudiera darnos una esperanza. Como veía las cosas, siempre creí que este vuelo se daría en Junio, mes de mi cumpleaños, y me había hecho a la idea de celebrarlo por zoom como varios amigos han tenido que celebrarlo en medio de la cuarentena.

El martes 21 de abril recibí una llamada que nunca olvidaré. El consulado me daba la buena noticia que habían autorizado un vuelo humanitario de Panamá a Colombia para el jueves 23 de abril y que había la posibilidad de incluirme en ese vuelo. Llegué al consulado lo más rápido que pude y luego de que me tomaran la temperatura y llenara algunos formatos informando la dirección donde pasaría la cuarentena en Bogotá, los datos de mi tiquete de regreso y algunos datos personales, me entregaron una carta de AUTORIZACIÓN DE ABORDAJE AL VUELO HUMANITARIO que tenía además del itinerario, el número de vuelo y la hora precisa de llegada al aeropuerto de Tocumen; una advertencia muy importante: “Hay 220 pasajeros preseleccionados y solo 186 puestos. Este es un vuelo humanitario, no comercial y hay 34 pasajeros de relevo esperando que usted les ceda su cupo”. 

A pesar de esa advertencia que me produjo temor, también tuve la certeza de volver y sentí un amor inmenso por mi país, pues entendí que si podía regresar era porque Colombia lo había permitido y porque el cónsul de Colombia en Panamá lo había logrado.

El miércoles preparé todo para mi regreso, no dormí nada esa noche y muy a las siete de la mañana estaba lista para irme al aeropuerto (aunque me habían dicho que debía llegar a las 10), sabía que así aseguraba mi cupo que hasta el último momento estuvo en duda por la advertencia de la carta. Al llegar al aeropuerto me encontré en la entrada, con una fila larguísima de colombianos con mascarillas, todos con la misma ansiedad que yo, habían llegado temprano para asegurarse. En la fila, respetando el distanciamiento social, empecé a hablar con las personas y a recordar las palabras pronunciadas por el Papa Francisco que les mencioné al comienzo de este relato y que tomaré como hilo conductor en el resto de la historia: “nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”. En esas historias vi a cada una de las personas de la barca, vi la necesidad de todos por contarnos lo que no habíamos compartido con nadie en medio de la soledad, vi cómo en medio de esto no importa qué tan vulnerables somos porque todos somos vulnerables.

El vuelo seria operado por Wingo en alianza con Copa Airlines, pasó una media hora cuando tuve frente a mí dos personas más para llegar al counter. Al llegar me encontré con una sonrisa y una alegría compartida por lo que estaba sucediendo, entregué mi maleta y recibí mi pase de abordaje. En ese pasabordo recibí no sólo mi confirmación del vuelo sino a Jesús diciéndome: Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.

A la sala entré casi a las 10:00 am y el vuelo salía a la 1:30 pm, me ubiqué en una silla que encontré lejos de todos, guardando siempre mi distancia con los demás, a esperar que llamaran a abordar. Me emocionó ver a todo el equipo del consulado satisfecho, amoroso y muy feliz por lo que estaba por suceder.

A la 1 nos llamaron a abordar, un abordaje totalmente diferente al que estamos acostumbrados, no había pasajeros impacientes, en ese momento estábamos “todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.

Recuerdo perfectamente los ojos del cónsul, brillantes y llenos de alegría, recuerdo su cariño al despedirnos, con la misma alegría que vemos en los aeropuertos a los papás despidiendo a los hijos que se van a estudiar lejos, así, con ese mismo cariño nos despedía el. Vi en sus ojos la satisfacción de haberlo logrado, de haber puesto su granito de arena para ayudar a construir la historia de cada uno de los pasajeros que partíamos. Era la primera vez que tomaba un vuelo que no había planeado y estaba feliz, la última vez que tomé un vuelo sin planearlo fue cuando murió mi abuela paterna y estaba muy triste. Fue la primera vez en mi vida que conocí las necesidades del pasajero de adelante, de al lado y atrás, nunca antes me había sentido tan humana y tan empática. A todos nos había llegado el momento de volver.

Para entrar al avión nos tomaron la temperatura y entregaron guantes y mascarillas a todos los que lo necesitaran. Me ubiqué en el puesto que me correspondía, ventanilla, gracias a Dios. Cuando el avión empezó a carretear, vi la flota aérea de Copa Airlines estacionada y mis ojos se llenaron de lágrimas. En cada uno de esos aviones vi las empresas detenidas, las personas sin empleo, los niños con hambre y cada una de las familias que estaban separadas pasando cuarentenas lejos de los suyos. “Densas tinieblas se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”.

En ese preciso momento entendí El ruido de las cosas al caer al que se refiere en su libro Juan Gabriel Vásquez, explicado magistralmente por él, pero para mí, era la primera vez que sentía ese ruido ensordecedor en medio del silencio.

La hora y media del vuelo transcurrió lento, traté de quedarme dormida varias veces pero no lo logré. El silencio se interrumpió con la emocionada voz del capitán, manifestando su orgullo por haber estado al mando de este vuelo tan especial y su felicidad de comunicarnos que estábamos a punto de llegar. Como un regalo maravilloso de Copa Airlines y de Wingo el avión se llenó con el sonido del himno de Colombia mientras aterrizábamos. Me emocioné como nunca en mi vida, más que cuando pasamos a cuartos de final en el mundial de Brasil del 2014, se me erizó la piel y se me salieron las lágrimas. Me sentí más colombiana y agradecida que nunca.

La salida del avión fue diferente, debíamos tener un distanciamiento prudente, así que no había ese afán de salir, ni de que el de adelante sacara rápido el equipaje de mano, ni esa preocupación si caminaba lento y no nos dejaba avanzar; acá nadie tenía un interés particular sino todos el mismo. “En esta barca, estamos todos(…). También nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Empecé la fila de migración aproximadamente a las cuatro de la tarde y salí del aeropuerto a las ocho y media de la noche, aunque, el único vuelo que llegaba ese día al Aeropuerto El Dorado fuese el nuestro.

Me llené de orgullo al ver que todo estaba organizado, recordé todas las críticas que había leído sobre lo “mal” que lo estaban haciendo en Colombia y solo quise que llegara el momento de poder escribir lo que sentí y contarles lo bien que lo están haciendo. Fui feliz esas cuatro horas y media que pasaron porque todo ese tiempo valía le pena. Nos tomaron la temperatura unas cuatro veces, nos suministraron alcohol para lavarnos las manos, guantes, mascarillas. Hablé con médicos que de una forma no sólo profesional sino amorosa me preguntaron si tenía alguno de los síntomas, a todos nos unía el mismo sentimiento, a nosotros que llegábamos y a los funcionarios que nos recibían.

Hubo charlas sobre la gran responsabilidad como colombianos que tuvimos la suerte de llegar en un vuelo humanitario, de cumplir estrictamente con la cuarentena. El país hizo un esfuerzo por traernos de vuelta, ahora el esfuerzo es nuestro por proteger a los nuestros guardando nuestras cuarentenas.

Al final de las charlas empezaron a llamarnos como en las rutas de los colegios, pues la Policía Nacional se encargaría de llevar a cada pasajero para cerciorarse de la dirección que habíamos informado en el consulado para pasar la cuarentena. Mi ruta la compartí con otras dos personas que tampoco olvidaré.

Hoy es el día cuatro de mi cuarentena y estoy en total aislamiento como debe ser. Estoy feliz, no he sentido soledad, ni angustia, ni estoy contando los días para poder salir. Sólo he recibido amor y cariño. Todos los días se han comunicado conmigo de la Secretaria de Salud, también lo hicieron de la Alcaldía de Bucaramanga y del Consulado de Colombia en Panamá, haciendo seguimiento no sólo a mi estado de salud, sino a mi estado de ánimo y condiciones en las que estoy pasando estos momentos. Sólo puedo dar las gracias y terminar mi relato con las mismas palabras del Papa Francisco:

“El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, y a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita”. 

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