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Del infierno de la mediocridad al jardín de las delicias

Ago 15, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

La lectura puede ser una condena al infierno de dolorosos trabajos forzados y a la mediocridad eterna, o un camino al jardín de las delicias y a las fuentes del conocimiento. En un sentido trágico, ese sería el dilema shakesperiano al que debieran enfrentarse los padres y maestros frente a su responsabilidad de, además de enseñarles la mecánica del leer, infundirles a los niños el don de la buena lectura, con la condición indispensable de que los buenos libros no son malucos ni aburridores ni pesados, ni pérdida de tiempo, si no mal ofrecidos y peor leídos.

Condena infernal
A todos aquellos que piensan que la lectura y la literatura son actividades
aburridoras y pérdidas de tiempo, les doy la razón, pues ellos
mismos son condenados del infierno, en primer lugar por el tradicional prejuicio
de que la lectura enajena y crea mentes soñadoras ajenas a la realidad,
lo que es completamente falso.

Pero, es que ellos no llegaron a esa situación gratuitamente, también
fueron víctimas de aquellos infiernos de trabajos forzados en los que,
de niños, fueron obligados a leer sin ninguna ayuda o estímulo,
al mismo tiempo que fueron amenazados con el terror de los peores castigos:
padres que nunca tuvieron el más mínimo tiempo para compartir
la lectura de un cuento infantil, o profesores, también ellos pésimos
lectores, que mediocremente cumplen su función obligando a los estudiantes
a leer los libros estipulados y a presentar la respectiva tarea con la amenaza
de sacar una mala nota. Como puede verse, ese es un camino al infierno de los
trabajos forzados.

Pero, peores son las consecuencias. Al impedir que los niños desarrollen
ese don natural de la curiosidad por los buenos cuentos, de los que la lectura
es la puerta ancha y dichosa, lo único que se está logrando es
formar personas con serias limitaciones para adquirir conocimientos y desarrollar
su propia sabiduría, pues, bien se sabe, por una parte, que de la lectura
que se haga de la realidad, depende la supervivencia y, por la otra, gústenos
o no, la memoria del conocimiento de la humanidad está escrita, trátese
de libros impresos en papel o en cualquiera otro sistema por avanzado que sea:
los conocimientos científicos o la historia o los simples cuentos, hay
que leerlos.

Así pues que, a los niños que se les ha negado la oportunidad
de ser buenos lectores se les ha condenado, en primer lugar, a leer con dificultad
y aburrición, por más esfuerzos que realicen para leer cualquier
texto del que necesiten aprender, así sea éste materia de formación
o trabajo profesional. Y en segundo lugar, a esos niños se les ha condenado
a la peor de penas: ser mediocres, consigo mismos y ante los demás, pues
quien carece de las habilidades para conocerse a sí mismo a través
de los demás, así como las de saber conocer, aprehender y comprender
la memoria de la humanidad, es prisionero de su propia ignorancia y los prejuicios…
el peor de los infiernos.

El jardín de las delicias
En confrontación, si leer es una actividad mecánica que apenas
ocupa y usa una mínima parte del cerebro y sólo para actos inmediatos
y con mínimas huellas para su utilización futura, la lectura es
un don que, a partir del acto mecánico de leer, compromete la totalidad
del cerebro y crea un estado mental de infinitas potencialidades y perspectivas
para la vida inmediata y futura.

Leer es saber identificar, recordar y repetir los signos idiomáticos
escritos de acuerdo con las reglas del idioma, así como a sus meros significados
y apenas establece un pensamiento rutinario y repetitivo.

La lectura es el salto al infinito que se sigue después de leer, pues
una vez que la mente ha sido estimulada adecuadamente para ver que más
allá, en los signos y palabras escritos, existen ideas e imágenes
dinámicas, significados y significantes que se disuelven y mezclan para
crear unos nuevos, en fin, imaginación y creatividad desatadas y cuyo
límite es el universo, se ha alcanzado el don de la lectura, esa que
va creando en la mente una visión totalizante del asunto que se lee,
trátese de puras matemáticas, ciencias físicas o químicas,
sociales, humanidades, o esos deliciosos cuentos en que la literatura explora
las tinieblas interiores del corazón humano para hacer que nos conozcamos
mejor a nosotros mismos, y como condición indispensable, podamos conocer
mejor a los demás.

Ese don de la lectura que utiliza todo el cerebro y toda la mente para asociar
y sintetizar los conocimientos por los que se indaga, y que lleva, indisociablemente,
a la creación de nuevas ideas, imágenes y, en consecuencia, un
nuevo conocimiento, sea este filosófico o científico, pues la
lectura es un juego con la mente en la que se desata una reacción en
cadena, mucho más poderosa que una reacción en cadena atómica,
en la que cerebro y mente actúan en su totalidad para comprender el pasado,
estar bien parado en el presente y anticipar el futuro, a partir de la información
que se adquiere, como quien dice las condiciones fundamentales de la supervivencia
humana y de la definición de lo qué se espera sea la verdadera
condición de ser humano.

La buena literatura tiene el poder de estimular las emociones de la mente,
tanto para querer alcanzar un mayor conocimiento como para juzgar, a través
de los asuntos sobre los que se narra, la naturaleza de las ideologías
y las actuaciones de los seres humanos aplicados tanto a la ciencia como a sus
demás actividades.

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