Seleccionar página

El domingo, la tecnocumbia sale a rumbear

Feb 15, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Yohanna Rozo
yrozob@unab.edu.co

¿Se acuerda de Laura en América, el programita peruano que todos criticaban pero que nadie se perdía? ¿Y de Rossy War con sus pantalones cortos de cuero, los guantes y el sombrero cantando ayayay me duele el corazón, ayayay me duele por tu amor? ¿O del grupo Aguabella y sus integrantes vestidos con plumas y taparrabos?

Si es así, entonces se acuerda de las tecnocumbias, esa mezcla entre la cumbia argentina y la ‘chicha’ del Perú pero con la tecnología de los instrumentos digitales. Lo especial es que no sólo la bailan los peruanos sino también muchos bumangueses y que, aunque no tienen de escenario las polladas peruanas, ha encontrado su propio sitio de rumba en la terraza de La Rosita todos los domingos.

El lugar no se compara con las discotecas fashion de la ciudad, no parece el sitio más apropiado para una fiesta. Al verlo cualquiera pensaría que es un parqueadero abandonado y no se equivocaría porque eso es. Pero, ¿a quién le importa bailar allí cuando de lo que se trata es de pasarla bien?

La terraza está llena de pedazos de rejas viejas, hierbas en el piso, paredes que eran blancas y se han convertido en negras por la lluvia y el descuido de años.

El sol cae directamente y sin embargo no se necesita aire acondicionado ni ventiladores porque la brisa siempre juega por ahí.

En el ambiente hay olor a cemento mojado, pero aún así éste es para los seguidores de la tecnocumbia un recinto sagrado.

Los señores de la tecnocumbia

Como en las piñatas infantiles, la fiesta está programada para las 3 de la tarde. A esa hora realmente no llega nadie, sólo los organizadores. Mauricio es uno de ellos y es conocido como Dj Sam, ‘el señor de las tecnocumbias’. Lo acompañan Mario Julio, más conocido como Mario ‘Cumbias’; Fernando y William Palomino, de Palomino Show.

También aparecen el equipo de seguridad, la cerveza, la señora que va a recoger las latas y por supuesto el fotógrafo que vive de tomarlas en la fiesta y vendérselas a los asistentes los domingos.

Todos hacen parte de Mundo Tropical, que es como se llama la fiesta de La Rosita y la productora con la que se graban las canciones de tecnocumbia del único cantante santandereano de este género: Javier Martínez.

Los hermanos Palomino se encargan de ambientar la terraza. Desde que conectan sus equipos, las canciones de Rossy War, el Grupo Niebla, Cielo Gris y Chacalón son la constante. Ellos son coleccionistas de tecnocumbias, su recopilación alcanza los 20 mil discos que conservan en cajas negras y no prestan para evitar que los pirateen.

A las 3 no hay mucho que hacer, los vigilantes dan vueltas, el fotógrafo se toma un par de cervezas calientes porque el hielo de los baldes todavía no ha surtido efecto. Y suena la guitarra eléctrica en una canción que puso Palomino: “ayyyyyyy dice mi corazón, cansado de esperar por esos besos dulces que pronto no me das, un sorbito de champagne contigo quiero brindar…”

¡Quítese los zapatos!

A las 5 de la tarde el sol ya no cae tan fuerte pero el ambiente en La Rosita empieza a ponerse caliente. Afuera, más de 50 jóvenes de los barrios Kennedy, La Juventud, Villabel y Bucaramanga esperan que se abra la reja.

La entrada cuesta 4 mil pesos “Cuando empezamos hace más de 4 años cobrábamos a 1.000 la boleta, alcanzamos a reunir hasta 2.000 personas, pero nos ha tocado subirle: es mejor que venga menos gente pero que estén seguros”, afirma Dj Sam.

Dieciséis vigilantes se distribuyen en 3 grupos a lo largo de la rampa que hay que subir para entrar a la terraza. La requisa empieza, no dejan pasar ni un espejo. Si lo encuentran lo parten así haya 7 años de mala suerte: es preferible eso a algún muerto en la fiesta.

Con el detector de metales se aseguran de que no entren armas, navajas o cuchillos, ya todos saben cómo es la ‘vaina’ en La Terraza. “No queremos que la Policía nos vuelva a sellar por algún problema”, explica uno de los vigilantes mientras que inspecciona y se va moviendo al ritmo de las tecnocumbias que se alcanzan a escuchar.

– ¡Quítese los zapatos!- ordena el de seguridad. Mete la mano en cada uno, los dobla.

– ¡Tome, no hay nada en sus chocatos!

– ¡Saque la billetera!- dice el vigilante. La abre, la esculca, la dobla y tampoco hay nada.

Hasta ahora la requisa va bien, nada de armas, pero… ¿y las drogas? “Hacemos lo posible por mantener el orden, pero es muy difícil cuando las mujeres son las que se meten esa vaina en la vagina”, dice Sam. Es innegable que mientras en la rampa la requisa continua, allá adentro la fiesta está prendida por la música y la marihuana que se huele en el ambiente, por toda la noche.

¡Que comience la fiesta!

Una canción de Javier Martínez suena con toda la potencia de la miniteca, los bafles parecen reventar mientras las luces azules, moradas, amarillas y verdes se pelean el espacio. A las 6 de la tarde hay 4 parejas bailando, mientras los demás sólo mueven los pies y los brazos en el puesto.

Las niñas vestidas de ombliguera caminan con su cerveza, hablan entre amigas del bobo que se levantaron, todas llevan descaderados o minifaldas camufladas, plataformas, tenis plateados, boinas, bragas, tatuajes y piercings. La delgadez y los abdómenes planos son envidiables, pues el único ejercicio que hacen es bailar tecnocumbias el domingo.

Los hombres van con gorra o se paran el cabello con gel, llevan jean, camiseta y un buen par de tenis. “Aquí ya quieren que uno venga con corbata y tales, ¡en serio!, ellos exigen mucho y no aguanta”, dice Edinson sobre los organizadores, un muchacho de 24 años que vive en el barrio La Trinidad, trabaja vendiendo electrodomésticos en un local de La Isla y va a La Rosita desde que se inventaron la fiesta.

“Siempre dicen que las cumbias son de ñeros, pero eso no es cierto, yo vengo aquí a bailar y a desestresarme, yo no soy un ñero, soy trabajador y no le hago daño a nadie”. A Edinson le indigna el concepto, que según él, tiene la gente sobre la tecnocumbia y de quienes la bailan. Por esta razón comenzar con las fiestas en La Rosita fue una tarea difícil para Mundo Tropical.

“Al principio la Policía nos consideraba alcahuetas porque según ellos esto era una reunión de ñeros y de vagos”, cuenta Mario ‘Cumbias’ y Dj Sam añade que “los muchachos tienen conflictos, pero no sólo los que escuchan tecnocumbias, hasta los que van a fiestas más puppis tienen problemas”.

El baile de ‘Pocillo’

Después de 4 ó 5 cervezas la temperatura de la fiesta sube, las requisas en la rampa no son muchas y la terraza está llena.

El calor empieza a poner los cuerpos pegajosos.

Las gotas de sudor bajan por la frente de los bailarines y las camisas se mojan por la transpiración.

Palomino suena una tecnocumbia suave: “…estoy solo y triste meditando en un rincón y me desespero y no encuentro solución porque sin tus besos yo moriréeee, basta ya, basta ya de mentiras…”

Los bailarines se abrazan por el cuello, pegan la frente y hacen trenzas sencillas, pero luego una canción de Javier Martínez hace de las suyas. Cuando comienza Amores Prohibidos, ‘Pocillo’, uno de los mejores bailarines de la terraza, apodado así por sus amigos porque le falta una oreja, se convierte en el centro de atención.

Se mueve como un bailarín profesional de tango mientras los demás lo rodean, lo aplauden y gritan:

– ¡Hágale Pocillo, suba esa vieja, haga el paso del avión!

Él los complace, hace una trenza simple, toma su pareja con fuerza, la alza hacia el costado derecho y luego por la izquierda la pone en la cabeza y empieza a girar. Los movimientos son muy rápidos, pero son 10 segundos de intensa emoción para los amigos de ‘Pocillo’.

Luego de haber bailado por más de dos horas, justo cuando la fiesta está más prendida y la canción de Rossy War va por la mitad “ayayay me duele el corazón, ayayay me duele por tu amor…” el Dj suspende la música.

– Vamos a ofrecer un minuto de silencio por Lina, una amiga de muchos de ustedes, que hoy se ha ido al cielo- dice el animador.

Los muchachos bajan la mirada, las gorras ya no están en sus cabezas y las manos con la lata de cerveza van hacia atrás. El minuto de silencio en las fiestas de tecnocumbias de La Rosita es una costumbre, casi todos los domingos hay un alma por la cual ofrecerlo. Pero es el único momento en el que la gente se calla.

– Ahora sí, sigamos con la fiesta porque esto va hasta las 10 -dice el agitador.

– ¡Vamos, vamos… Qué suene esa tecnocumbia!

– ¡Ehhhhh, bravo!- se escucha entre la multitud y se vuelve a prender el baile, las trenzas, el tornillo, el doble pegado y los demás pasos le dan forma a la tecnocumbia el resto de la noche.

Más que una rumba

Pero el animador tiene razón, faltando 10 minutos para las 10 la fiesta se da por terminada, las luces se prenden, los hombres de seguridad se alertan para que la noche termine sin problemas y la Defensa Civil hace parte del equipo. En este momento la venta de perros calientes y sándwiches es lo más exitoso, la cerveza está casi que agotada y los discos que produce Mundo Tropical en la casa de Dj Sam con un computador y un teclado tienen que venderse.

Para el próximo fin de semana se espera que Javier Martínez se presente con Tropical World, el grupo de tecnocumbias que desde hace 2 semanas ensaya con él en medio de los peluches, muñecas y platicos de plástico que hay regados por todo el salón comunal del barrio Antonia Santos.

Sam y Mario ‘Cumbias’ dicen que reunir este grupo es un esfuerzo muy grande. Sin embargo, ellos creen que es una buena inversión si se tiene en cuenta el espacio que la tecnocumbia y Javier Martínez se han ganado en la radio local durante los últimos meses.

En los próximos días Mundo Tropical espera tener mayor éxito con Javier Martínez y extender su música a toda la región. Por ahora se dedican a la fiesta en La Terraza y a amenizar las campañas políticas de algunos candidatos al Senado que han visto en la tecnocumbia una buena opción de convocatoria, como Iván Moreno Rojas que logró reunir a punta de tecnocumbias a más de 10 mil personas en el barrio Kennedy.

Mientras tanto, afuera de la Rosita, Edinson, ‘Pocillo’ y los demás negocian un taxi para ir a casa y esperar a que vuelva a ser domingo de rumba.

Ir al contenido