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El maestro Chucho Rey no se ha marchado

Ago 10, 2009 | Institucional

Por Pastor Virviescas Gómez

La muerte siempre llega sin tocar a la puerta, pero el prematuro fallecimiento el pasado 1 de agosto del maestro Jesús Alberto Rey Mariño ha causado desolación entre sus compañeros de labores y en general en toda la comunidad musical de Colombia.

Nadie lo podía creer y menos quienes como María Victoria Puyana, Jorge Raúl Serrano y Juan Carlos Hederich, entre otros, compartieron con el maestro ¿Chucho¿ Rey -decano de la Facultad de Música de la UNAB- una reunión que se prolongó más allá de la medianoche y en la que no escasearon el vino, las anécdotas y hasta un ramo de rosas amarillas que el muy galán le llevó a la anfitriona, Norma Cecilia Serrano.

Menos le pasó por la mente a su esposa, la profesora Diana Gabriela Echeverri, que algo trágico fuera a ocurrir esa madrugada, cuando ¿Chucho¿ llegó de buen ánimo -como lució en los más de nueve años que estuvo vinculado a la Universidad-, pensando en el viaje que a las pocas horas emprenderían a Zapatoca, donde en 2004 compraron una casita -bautizada ¿Atrapasueños¿- que con mucho esmero levantaron de las ruinas hasta convertirla en un castillo encantado frecuentado por musas y bohemios, artistas y almas errantes.

Había allegados como el profesor Silvio Martínez que sencillamente creían que era una equivocación, pero con el paso de los minutos todos en la UNAB se fueron despertando con la infausta noticia que les correspondió notificar a su secretaria, Isabel Villamizar y a su amiga Magnolia Sánchez.

El desconsuelo pronto se propagó por los corazones de quienes en sus 52 años de existencia siempre asociaron a Rey Mariño con la sencillez, la espontaneidad y la energía de un pamplonés que vino a este mundo para ser pianista y compositor, que gozaba contagiando con su alegría y su arte a un variopinto álbum de amistades entre quienes se contaba el niño desarrapado de la comuna de Medellín, el director de la banda de un pueblo perdido del sur de Bolívar o sus estudiosos colegas refugiados en conservatorios de España, Venezuela y Alemania, como el guitarrista clásico Andrés Villamil.

Por esas razones y en medio del dolor, el tributo que se le rindió a ¿Chucho¿ Rey estuvo cargado de belleza, porque resultó conmovedor ver frente a su ataúd en la funeraria San Pedro el desfile de alumnos, ex discípulos, padres de familia, compañeros de trabajo, directivos, amigos del colegio¿ en fin, cientos de personas que se volcaron a expresarle su solidaridad a Gaby, a sus hijas, a su señora madre, hermanos y demás parientes.

Pero si los bambucos y pasillos que en ese lugar y en esas circunstancias interpretaron los miembros de ¿Nocturnal Santandereano¿ y del ¿Barbero del Socorro¿ llegaron a las fibras más íntimas de todos y cada uno de los concurrentes, lo que se vio en la mañana del lunes 3 de agosto en el Auditorio Mayor de la UNAB fue apoteósico.

En el centro del recinto el cuerpo de Rey Mariño, rodeado de rosas blancas, dos sirios y decenas de personas que desde las ocho de la mañana hasta las 12 del mediodía no sólo oraron por su eterno descanso, sino que fueron testigos de la más bella despedida que se le puede brindar a un amigo.

Coordinados por Carlos Acosta De Lima y Vladimir Quezada, fueron sucediéndose agrupaciones que con el lenguaje de la música le expresaron a ¿Chucho¿ Rey todo el sentimiento de gratitud que en ellos despertó.

Lentamente subieron al escenario Ludwing Miranda, el estudiante que en el piano interpretó el pasillo ¿Itinerante¿ -que forma parte de las dos piezas andinas composición ganadora en el VI Encuentro de Compositores ¿Carlos Vieco¿-; el ensamble de cuerdas dirigido por la docente Irina Litvin y conformado por estudiantes de la Facultad y algunos miembros de Batuta; Alfonso Guerrero con su violín; de nuevo ¿Nocturnal Santandereano¿ y ¿El barbero del Socorro¿; luego Carlos Andrés Quintero -el joven requintista al que el decano Rey Mariño hacía pocos días le había gestionado una beca para estudiar en la UNAB-, quien con su versión de ¿Vuelamásqueelviento¿ le arrancó una lágrima a los asistentes.

Después vino ¿La trastienda¿, una agrupación experimental dirigida por ¿Chucho¿ Rey; más adelante su sobrina Giovana Parada quien cantó el tango ¿El día que me quieras¿ ¿de Carlos Gardel- y por último un coro dirigido por Luz Helena Peñaranda y reforzado por quienes como el vicerrector Administrativo y Financiero, Gilberto Ramírez Valbuena, decidieron acompañar la ceremonia religiosa oficiada por el padre José Guillermo Uribe Puyana.

Instantes en que el desconsuelo le daba paso a la esperanza, la angustia cedía terreno a la comprensión de que la vida es una ganancia que hay que aprovechar al máximo, como lo hizo ¿Chucho¿ Rey cada vez que componía, que enseñaba a un niño de escuela o a un joven universitario, que montaba conciertos, que lideraba a sus profesores, que cocinaba un goulash o daba tumbos tratando de seguir los pasos de su abuelo carpintero.

Emociones y sentimientos que alcanzaron la cúspide cuando los instrumentos acompañaron la voz de Luz Helena para que las notas de ¿Lunita clara¿ fueran y vinieran del más allá, mientras Gaby consolaba a sus hijas, sacando fuerzas de donde no las tenía para seguir la letra de una tonada compuesta por quien fuera su ¿compinche¿ durante estas tres últimas décadas.

Seguirían las palabras del flautista Santiago Sierra, de José Iván Hurtado -en representación de la UIS-, de Orlando Rey -hermano- y del rector Alberto Montoya Puyana, quien no pudo contener el llanto al tener que darle el adiós a su coequipero, ese decano que con su gracia se dio a querer por toda la familia UNAB.

Luego, bajo un sol canicular, el féretro fue cargado y llevado a lo ancho de la Plaza de los Fundadores a la carroza fúnebre que lo conduciría a la cremación en el Mausoleo La Esperanza, donde con una ráfaga de aire el maestro Jesús Alberto Rey se despidió de su cuerpo, dejando la energía que seguirá inspirando a las nuevas generaciones de músicos y arrancándonos una sonrisa al hacer memoria de su donaire.

  

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