El Síndrome de la “Bicicleta estática”, en la sociedad del conocimiento, un microrelato
Estamos en la sociedad del conocimiento viviendo el síndrome de la “Bicicleta estática”. Madrugamos puntuales al trabajo, pedaleamos, pedaleamos y pedaleamos y seguimos clavados en el mismo sitio. Sudamos como caballos desbocados, nos hidratamos como camellos en el desierto, nos estresamos con los registros de los últimos segundos, nos secamos la frente con tollas higiénicas, nos duelen las rodillas, las piernas, la espalda, la cabeza, el coxis. Se llevan observaciones filmadas de la endiablada carrera de los indicadores, todo está almacenado en la nube, se verifica la tensión de los competidores, se llena los formatos en red y el índice de rendimiento se relaciona con las pulsaciones, se calcula los vacíos conceptuales, se formula bilingüismo, las instrucciones están en inglés, se sacan porcentajes, curvas y desviaciones, se huele el descarrilamiento del ritmo, los competidores jadeantes no podrán pulverizar el record, es necesario productos sintéticos, medicina alternativa, acupuntura y técnicas espirituales para encontrar el espíritu perdido de la mega, los patrocinadores anuncin en plataforma que van a sacar a los competidores, que menos corren pero que más comen. A veces pensamos en abandonar la carrera y la meta está ahí nomás, en las narices, -especulemos en los competidores que ni siquiera tiene “bicicletas estáticas”-, ahora pedaleamos moviendo el cuello para valorar a los otros competidores, tu luchas por ti y todos contra ti, la fuerza la tienes en las piernas y en las manos, la cabeza para colocarse un gorrito con código de barras, miramos alrededor de la oficina, y sonreímos, todo sigue igual, todos los competidores están en el mismo sitio, nada se ha movido, incluidos nosotros que continuamos montados en la “bicicleta estática” aferrados a la teoría de la inmovilidad, la ciudad bulle atrancada entre un barullo de sirenas de ambulancia que tratan de salir aullando en las calles taponadas, la noche se abalanza miserable sobre mis espaldas y solo espero llegar a mi apartamento modular de cincuenta metros cuadrados para montarme en la “bicicleta estática” de mis sueños.