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La Amazonía se está secando

Feb 1, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Si la cuenca del río Amazonas fuese un país, estaría en tercer lugar en el ranking mundial de disponibilidad de agua, detrás de la Guayana Francesa e Islandia.

La cuenca del río Amazonas presenta una disponibilidad de agua de 465,699 metros cúbicos por habitante al año, cifra que ayuda a explicar por qué Brasil tiene 13% de las reservas de agua del planeta. De allí el estupor causado en la opinión pública, nacional e internacional, cuando empezaron a revelarse las señales de lo que al iniciarse el siglo XXI parecía imposible: la Amazonía se está secando.

El período de estiaje [nivel más bajo o caudal mínimo que en ciertas épocas del año tienen las aguas de un río] que regularmente afecta el norte de Brasil entre agosto y diciembre, en 2005 —precisamente el año de apertura de la Década Internacional del Agua, Fuente de Vida, proclamada por las Naciones Unidas— se ha mostrado mucho más intenso y ya en septiembre muchos ríos estaban completamente secos o con el agua muy por debajo de su volumen normal. El resultado fue el pánico generalizado en una zona que depende esencialmente del equilibrio de sus recursos hídricos.

Algunos institutos de investigación creen que la sequía que ha afectado la Amazonía está relacionada con el mayor calentamiento del océano Atlántico. De todos modos, para muchos estudiosos y ambientalistas, existe una relación directa entre la escalada de la deforestación y la actual sequía.

Deforestación se acelera

Cerca de 20% de los 3.5 millones de kilómetros cuadrados del bosque amazónico ya ha sido destruido, a un ritmo que se ha acelerado en los últimos 15 años. Desde 1990, 28.8 millones de hectáreas de bosque han sido deforestadas, lo que representa la mitad de lo verificado desde el inicio de la colonización de la región, a mediados del siglo XVI.

Los enemigos del bosque son conocidos. Uno de ellos son las quemas; en la Amazonía se produce la inmensa mayoría de los 200.000 grandes focos anuales de incendios en territorio brasileño, detectados por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) y el servicio de monitoreo por satélite de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria. Las quemas se practican para la apertura de zonas destinadas a la ganadería intensiva, entre otras actividades. Se calcula que 11% del espacio amazónico ya ha sido transformado en área de pastoreo.

La tala para comercializar madera es otra gran fuente de dilapidación. El Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Renovables (Ibama) estima en 3.000 el número de aserraderos que operan en la Amazonía. Sólo en 2004, segundo año del gobierno del presidente Luis Inácio Lula da Silva, se dilapidaron 24.5 millones de metros cúbicos de árboles.

La continuidad de la devastación en la Amazonía ha sido, en efecto, una de las razones del gran descontento de científicos y ambientalistas con los rumbos tomados por el gobierno de Lula. Una declaración del presidente, al inicio de su mandato, en el sentido de que la Amazonía no podría ser vista como “intocable”, incitó aún más a la discusión.

Para el geógrafo Aziz Ab’Saber, ex presidente de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia y una de las personas más respetadas en elpaís por su conocimiento de la Amazonía, afirmaciones como esa “pueden poner en mayor riesgo todavía la integridad del bosque”.

Esfuerzo multidisciplinario

Ab’Saber defiende desde hace años la tesis de que la Amazonía, como todo Brasil, no cabe en un único proyecto, debido a la diversidad de ecosistemas y realidades sociales, culturales y étnicas, tanto en el bosque como en todo el territorio nacional. “No hay que hablar de un proyecto sin conocer la realidad y eso sólo como resultado de un esfuerzo multidisciplinario, integrando profesionales y estudiosos de distintas áreas”, afirma el geógrafo, quien lamenta que no haya habido tal esfuerzo en las últimas décadas, incluidos los casi tres años de gobierno del presidente Lula.

Sin embargo, el gobierno ha exhibido cifras que indicarían su empeño por proteger la Amazonía. Sólo en el 2004 y el 2005 el reducido contingente de fiscales de Ibama —menos de 700 personas en un territorio casi igual a Europa— consiguió decomisar casi 400.000 metros cúbicos de madera. Asimismo, más de 400 aserraderos fueron clausurados. También ha habido combate a la corrupción, y desde el 2003 se ha llevado a prisión a más de 600 funcionarios públicos involucrados en la tala ilegal.

Lamentablemente, los esfuerzos gubernamentales no han podido detener la fuerza de la destrucción, asociada a los intereses económicos en la exploración depredadora de la Amazonía.

“El poder público no ofrece la estructura necesaria para frenar la tala”, se lamenta el arquitecto Flávio Gordon, presidente de la organización no gubernamental Nuevo Encanto, que administra un bosque de caucho en los límites entre los estados de Amazonas y Acre, en Brasil.

Pocos bosques intactos

Un estudio del Instituto del Hombre y Medio Ambiente de la Amazonía reveló que solamente 41% de los bosques de la región puede ser considerado todavía totalmente intacto.

“La escala de destrucción del bosque amazónico casi no tiene parangón en la historia mundial”, afirma Ab’Saber.

El 2006, proclamado por las Naciones Unidas Año Internacional de la Desertificación, será clave para la discusión del futuro de la región, considerando además su importancia como absorbente de gas carbónico.

“La biodiversidad amazónica es muy grande, pero el suelo es frágil, muy sujeto a la desertificación”, comprueba Gordon. “Se necesita con urgencia definir una política de Estado para la Amazonía, permitiendo una ocupación ordenada, sustentable, sin perjudicar a la región”.

 

Tomado de Noticias Aliadas
Información desde América Latina
y el Caribe
www.noticiasaliadas.org

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