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Las algarabías de Convergencia

Feb 15, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Texto y foto Camilo E. Silvera Rueda
csilvera@unab.edu.co

Costumbre colombiana llegar tarde. El evento empezaba a las 3 p.m. en el Club Unión y a las 4 los buses todavía no paraban de llegar. De Zuratá, California, Mogotes, Zapatoca, Capitanejo… Eran variopintos de muchos rincones de Santander. Adentro la música ensordecía. Ahí la sorpresa fue grande: cuando se pensaba que la mayoría estaba afuera, el salón estaba atiborrado. Todos venían a ver y oír al “prócer”, como se le escuchó a alguien: Luis Alberto Gil Castillo, de 55 años y exmilitante del M-19, presidente de Convergencia Ciudadana, partido al que el presidente Uribe pidió investigar hace poco por la supuesta cantidad excesiva de dinero que maneja.

Él no llegó sino hasta las 5 pero en el lugar ya estaba la cabeza de lista a la Cámara, Alfonso Riaño, quien no dejó de saludar adeptos. Afuera un ejército de amarillos empapelaba a los visitantes a punta de propaganda.

Cuando Gil arribó en su Toyota Land Cruiser con vidrios polarizados, la multitud entró en un frenesí. Éste, a diferencia de Riaño, era asaltado por la multitud. Todos querían tocarle la punta del dedo (sus cuatro escoltas no permitían más).

¿Qué es lo atractivo de Gil que convoca tanta gente? ¿Su discurso? No. “Es más elocuente mi hijo que ese señor, ¿no lo ha escuchado?”, dijo un hombre que se escapó del torneo de tenis donde jugaba su hijo de 8 años al ver el alboroto. ¿Sus ideas? “Pero cuáles”, increpó el papá con tono seco y cortante. ¿La pinta? “Jajajaja”, no dijo más y se fue.

Ya dispuesto para el discurso, Gil saludó y agradeció a todos sus compañeros de mesa, a los periodistas y al público. Cada frase iba seguida de gritos y aplausos. “Los partidos que importaron en 1832 y 1833, el Liberal y Conservador respectivamente, de Europa, ya cumplieron su ciclo, ya dieron lo que pudieron dar: cosas buenas, cosas malas, cosas regulares”, afirmaba atrincherado en el atril, que a duras penas dejaba ver su cabeza.

Su intervención duró poco más de 20 minutos, tiempo en el cual no escatimó esfuerzos para desprestigiar a quien lo desprestigiaban: “Yo represento la clase media y las clases populares. Ellos representan las clases oligarcas”.

Al final entonó su himno e intentó bailarlo: “Suma, suma y suma, gana, gana y gana…”. La gente cantó con él. Aplausos y más aplausos. Parecía una estrella de la música saliendo de un concierto. Se retiró acompañado por la muchedumbre. Una joven le beso la mejilla y un acompañante suyo le dijo: “¡Ahora no se bañe el cachete en un año, ¿oyó?¡”

Después, otra escuadra de su ejército amarillo paseaba por Bucaramanga en una ‘avanzada’ (nombre con el que se conoce llevar propaganda a barrios que visitará el político).

“A mí me pagan 12 mil por día trabajado. Nos cancelan semanal y no está mal porque yo ahorita estoy desempleada y necesito plata. Acá no hago más que caminar y entregar propaganda”. “¡Propaganda no, tonta¡ -le increpa una compañera- ay verdad, se dice publicidad. ¡Publicidad tampoco, mensa¡ Se dice ‘voy a llevar un mensaje’, ¿no se acuerda lo de la inducción?” Recapacita entre carcajadas.

Como ella son más de 70 las personas que cada día salen a persuadir votantes. Llegó a ese trabajo porque un agente de la campaña que le había prometido un puesto la llamó para que repartiera volantes, banderas y, sobre todo, “para llevarle un mensaje constructivo a la gente”, como ella misma anota.

Cuando se le pregunta a Gil sobre su estrategia de campaña, responde: “Siendo pobres, vamos a competir con la décima parte de lo que ellos [liberales y conservadores] invierten en campañas”.

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