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Pambelé pelea con sus fantasmas

May 2, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

El día del Sermón de las Siete Palabras, la quinta tuvo mayor importancia para un hombre que, bajo el sol inclemente de Cartagena de Indias, andaba sin rumbo fijo en busca de una cerveza. Ese día, al igual que Jesucristo un Viernes Santo, él también tenía sed.

Luego de cruzar el Parque Centenario del barrio Getsemaní, este negro escuálido pero fibroso, de aspecto desagradable, desvariaba públicamente de todo y de nada al mismo tiempo, tal vez por el calor de los mil demonios que estaba haciendo o porque sencillamente la cultura costeña es así, que les gusta hablar de acera a acera.

Sus 62 kilos de peso vestían un bluyín sucio, recortado a las rodillas y una camiseta oficial de la Selección Colombia porque, según dijo luego, en vísperas del partido de eliminatorias al Mundial de Fútbol entre Colombia y Venezuela, "hay que apoyar el deporte nacional".

Era un día lleno de devoción para los fieles católicos que hacia las doce del medio día cumplían con la programación del Viacrucis y se atravesaban por el camino que tomaba Antonio Cervantes Reyes, "Kid Pambelé".

Se le veía cansado, como si su vida desordenada por la droga y el alcohol le cobrara diariamente su existencia volviéndolo un rehén de su pasado. Hace dos años lo encontré a la una de la madrugada durmiendo en un andén; igual que hoy, se comportó huraño e intimidante pero inofensivo.

Me acerqué dudando de su identidad y le dije:

– Disculpe, yo a usted lo conozco.

– !Qué me conoces ni que mondá!

– Respondió huyéndome.

En una esquina dos hombres mulatos y trabajadores ambulantes especulaban y disociaban de este personaje. Mientras uno se recostaba en una silla verde con un talonario de chance en la mano bajo una sombrilla multicolor, el otro partía un coco biche mientras ofrecía a los transeúntes agua de coco fría.

En forma confidencial le dijo a su compañero con acento cartagenero:

– !Míralo, ve! Ahí va.

– ¿Pero? ¿Sí es él? – Preguntó el chancero incrédulo.

– !Pero claro mi hermano, él no cambia! Te apuesto que se va a comprar una cerveza y en lata.

El hombre que vendía cocos lo conoce desde hace años. Es Rodrigo Meléndez, un viejo compañero de adolescencia que también comía el arroz y café que preparaba en casa doña Ceferina Reyes de Cervantes, madre del excampeón, el colombiano que ha estado en lo más alto de la fama del boxeo mundial.

Pambelé caminaba lentamente, siguió disvariando por la Plaza de los Coches y luego por la Plaza de la Aduana hasta que decidió adentrarse al Centro por una calle que lo llevó hasta la Gobernación del departamento, una esquina donde convergen entidades poderosas en Cartagena como la Iglesia, el Estado y el Concurso Nacional de Belleza.

Este hombre obnubilado por su propia gloria no tiene más en mente que sus 21 peleas por el título mundial, el día y la hora, los hoteles donde estuvo, los titulares de los periódicos: en unos segundos asistió varias combinaciones de golpes que respondió lanzando puñetazos al aire, acentuó su respiración, movió la cintura, echó la cabeza hacia atrás como esquivando una mosca y al final sacó un violento gancho de izquierda que con seguridad habría tumbado a su rival imaginario.

El excampeón levantó el puño derecho hacia el cielo y como agradeciendo al público ese 28 de octubre de 1972 en el Gimnasio Nuevo Panamá, cuando consiguió el título mundial de las 140 libras ante el panameño Alfonso "Peppermint" Frazzer, se acercó a un vendedor de cerveza quién le alcanzó una. No la abrió. Quiso buscar un lugar tranquilo y apacible para tomársela pero por el parque estaban esparcidos varios vendedores, limosneros, turistas y emboladores que se sientan en los escaños que adornan el lugar. "Kid Pambelé" no titubeó y, sin cruzar una palabra, sacó un billete de mil pesos que le dio a un muchacho para que le cediera el puesto y de inmediato llamó al embolador para que le lustrara las abarcas que traía. Con un celular en una mano y la cerveza en la otra, se recostó y mirándome con unos ojos que amenazan, presintió que iba a decirle algo.

– Pambe, ¿puedo tomarle una foto? – Dije.

Se demoró en responder y preguntó:

– ¿Y cuánto me vas a ?ligar??

En ese momento entendí que todo tiene un precio en la vida de Pambelé como él mismo recuerda: ?Yo peleaba por lo que quisieran apostar por mí, sólo para que me vieran, hasta que un día apostaron 300 pesos y comencé a entrenar pa "ser campeón".

En 1967 se fue a vivir a Venezuela donde entró a ser parte del grupo de boxeadores que manejaba Ramiro Machado. Se hizo campeón mundial y defendió exitosamente el título en 10 ocasiones.

Viajó, entre otros países, por Corea, Japón, Panamá, Estados Unidos, Cuba -donde avanzó su tratamiento contra la adicción a las drogas- y Puerto Rico, donde perdió el título que le duró tres años y ocho meses: Wilfredo Benítez aprovechó la llenura que le provocó al campeón el pescado que se comió en un restaurante español unas horas antes de la contienda y le arrebató el título.

Pero el hombre que estaba sentado en frente era otro. Pambelé disfruta de una insignificante pensión del gobierno y cuando está en buena hora vende libros para una pequeña editorial. Es un ser humano sensible y de buen humor, problemático de profesión por ser el mejor welter junior de la historia, que tiene sed de reconocimiento, tal vez porque los medios de comunicación lo han matado nueve veces o porque su delirio, su vida de campeón, lo lleva siempre consigo.

* Estudiante Facultad de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB)

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