La peluquería Sandra M está ubicada en San Alonso y por ella desfilan sin distingo bastantes vecinos del barrio para hacerse toda clase de arreglos estéticos, desde las uñas de los pies hasta el corte de pelo para el niño. Es un lugar pequeño en el que sólo hay una silla de peluquería, dos muebles para guardar implementos, una mesita y cuatro sillas de espera.
Son las dos de la tarde y hay cuatro personas, de las cuales tres se conocen y conversan sobre lo que ocurre en el barrio.
– Déjeme bien linda a la niña que tiene unos 15 esta noche
– Dice una mamá, mientras la jovencita está más concentrada en la televisión que está encendida.
Sandra Gómez es la propietaria del salón y teme que la ley la obligue al cierre pues la exigencia de baños le exigiría la reestructuración física del lugar, la cual ve complicada porque el dinero que le da el negocio tampoco da para tanto.
La clientela, acostumbrada al ritmo de trabajo de Sandra, espera con paciencia y no duda en calificar el sitio como bueno e importante para el barrio, tanto por tarifas como por la atención y la calidad del servicio.
Salas de belleza como ésta también podrían desaparecer si se exige con rigor el cumplimiento de la ley, reconocen personas que laboran en estos lugares.