La radio anuncia que hoy amaneció a las 5:42 y el clima estará impredecible como siempre. Entro a la plaza de mercado y el ajetreo de los primeros compradores y vendedores me parece un desorden ordenado, como todo en el Centro.
Llegan las 6 y en los locales que ya abrieron se oye el himno nacional. El transporte público fluye rápidamente. Niños con uniforme de colegio se bajan en la 15 y toman la 37. A las 6:15 llegan los primeros tres vendedores ambulantes. A las 6.30 una mujer tiende un plástico en el andén y de un maletín saca dos bolsas negras llenas de linternas, tubos de crema dental y navajas. Tiene tanta parsimonia que le dan las 7 y no ha terminado de extender sus mercancías.
El Centro todavía no ha terminado de levantarse cuando la Virgen María sale a relucir en medio de un sermón mañanero. En la calle 35 con carrera 16, un creyente cristiano madruga a despotricar de la Iglesia Católica frente a unas 100 personas, que no lo oyen por gusto sino porque están esperando que los bancos y el Seguro Social abran sus puertas.
A las 8 el Paseo del Comercio está obstaculizado por la gente que hace las filas, las cuales alcanzan cuadra y media. Hombres y mujeres de trajes formales entran a sus oficinas luego de parquear sus carros. Al fin hay movimiento en los edificios y el ciclo se renueva.
Los vendedores ambulantes han llegado a sus lugares de siempre y casi todos los locales comerciales están abiertos. El ruido empieza a aumentar. El montón de gente en las calles empieza a crecer. De aquí en adelante todo vuelve a transcurrir a gran velocidad. Todos lucen dispuestos a dar la batalla un día más. Yo en cambio siento que no podré seguir mucho tiempo en pie. Tras 12 tintos de $200 y 5 lluvias, y con la ropa oliendo a perro mojado, tomo un bus para devolverme a mi casa. ?Esto es un mierdero?, le digo a la señora que va a mi lado mientras miro por la ventana a la gente luchando por moverse en los andenes.