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Retando a la muerte

Sep 15, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Retando a la muerte

Jhon Jairo* es un joven barranquillero de 22 años que reside en Bucaramanga desde hace 11.

Su vida se partió en dos cuando sus padres decidieron separarse debido a problemas económicos. Fue en ese momento cuando la mamá de Jhon, Clara, una comerciante de calzado, se marchó de la ciudad para buscar suerte en la capital santandereana.

Jhon estudió en un colegio privado. No fue el mejor estudiante, nunca se destacó por sacar buenas notas en matemáticas o biología, pero sí alcanzó varios logros en lo que realmente lo motivaba: la música.

Años más tarde salió de la institución porque su desempeño académico bajó notablemente. Jhon Jairo validó su bachillerato y se graduó cuando tenía 18 años.

Todo en su vida transcurría normalmente; novias, amigos, música, cerveza, sexo y, de vez en cuando, uno que otro cigarrillo de marihuana.

“Siempre fui una persona normal, no era ni alcohólico, ni drogadicto. Realmente no sé desde cuándo empecé a sentirme tan inútil, vivía deprimido y tampoco sabía por qué”.

A sus 20 años, sin estudio y sin trabajo, Jhon encontró una razón que lo motivaba a salir de las depresiones repentinas, su banda de rock.

“No era la mejor banda, pero lograba distraerme haciendo la música que me gustaba. Tuve algunas novias en ese tiempo pero me molestaba la idea de no conseguir una ‘nena’ que me enamorara en serio”.

Esa mujer apareció cuando Jhon llegó a sus 22 años.

Sus depresiones ya no se presentaban tanto, gracias a la compañía de Camila, una niña de 16 años, que conoció por intermedio de un amigo y que lo conquistó.  Sin embargo, ese sentimiento de inutilidad que se presentaba cada vez que su mamá le exigía que realizara alguna actividad laboral se fue manifestando con mayor frecuencia.

El tiempo lo pasaba caminando sin rumbo, desde tempranas horas de la mañana. El cigarrillo era su compañero frecuente hasta que comenzó a generar dependencia a la nicotina:

“Fumaba a cada rato, sobre todo cuando estaba triste”.  Sin trabajo, sin estudio, empezó a tener problemas con su novia y por eso, Jhon prefirió refugiarse en la calle. Sólo iba a su casa a dormir. Pasaba los días tratando de conseguir un trabajo.

“!Jhon, váyase de la casa, usted no aporta nada para los servicios¡, lo que tiene se lo gasta en su novia”, le replicaba su madre al verlo, según ella, desperdiciando el tiempo y el dinero que conseguía en regalos caros para Camila. 

“Escuchar a mi mamá diciendo eso fue lo peor. Para rematar, las cosas con Camila empeoraron: la empecé a celar por todo. Parecía un enfermo. Y la verdad sí creo que me enfermé porque quería que ella estuviera todo el día conmigo”, afirmó Jhon con voz entrecortada y la mirada directa al piso.

“Camila me terminó por lo intenso que era. Ahí se me arruinó la vida. Lloraba todos los días y a toda hora. Pensaba en ella como loco”.

Jhon decidió no salir de su casa por un buen tiempo. Llamaba al celular de Camila desesperadamente, pidiendo escuchar su voz, pero las pocas veces que contestó lo hizo por lástima. “Fueron como tres días los que me pasé llamándola. Iba hasta su apartamento, pero no respondía.

Por el alto estado de depresión, decidí una mañana buscar una de esas cuchillas Minora, me encerré en el baño, prendí un cigarrillo y me la enterré en la muñeca izquierda, no lo pensé más de cinco segundos”. Jhon se sentó en el inodoro, relajado, a esperar que la muerte hiciera lo suyo, a que le quitara todas sus angustias.

Pero, como asegura él: “En ese momento pensé muchas cosas: en mis hermanas, mi sobrino, mi banda, la posibilidad de regresar con Camila. Fue ahí cuando me di cuenta de la estupidez que había hecho. Me miré el brazo y era mucha sangre la que había perdido”.

Jhon cuenta que lanzó su cigarrillo al inodoro y salió de su casa:

“Estaba un poco mareado, no era jugando, en verdad me había cortado. Salí corriendo para una clínica que quedaba a la vuelta de mi casa. Llegué y dije que me había enterrado una cuchilla”.

Jhon fue atendido de inmediato cuando casualmente encontró a un médico de urgencias que conocía a su mamá.

“El doctor me vio la mano, me miró a los ojos y puso un gesto de decepción. Me cocieron rápido y me quedé ahí toda la mañana. Yo mismo decidí contarle todo a mi mamá. Mi novia también se enteró de eso.

Ahora todo está un poco mejor”.  De esta historia a Jhon sólo le queda su cicatriz en la muñeca y el arrepentimiento de haber tratado de dejar este mundo tan temprano.

*La identidad de esta persona ha sido protegida por petición propia.

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