Seleccionar página

Rumba y trabajo, de la mano en la 33

Abr 9, 2007 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por: Henry Javier Acevedo Bautista
hacevedo2@unab.edu.co
Anochece en Bucaramanga y la carrera 33 entre calles 37 y 38 deja de ser sólo uno de los corredores viales más importantes de la ciudad para pasar a convertirse en el lugar de trabajo para cientos de personas cuyo sustento económico se deriva de la diversificada oferta de grupos musicales, bares, discotecas, transporte  para ‘serenateros’ y comidas rápidas, que incluye desde las conocidas papas fritas, pasa por los chorizos de cerdo y res, y llega hasta la rabadilla de pollo recalentada.

A las 6:30 de la tarde esta calle comienza a vestirse de con sus galas. Se adornar de sombreros, corbatones, botas, guitarras, violines, guitarrones, trompetas, acordiones y guacharachas que empiezan a afinarse en medio de plegarias y ruegos a Dios para que en esta nueva noche de trabajo, no les llueva y que hayan muchos que deseen pasar un rato en los bares o contratar una parranda vallenata, un trío o un mariachi para amenizar una fiesta.

Los puestos de ventas de chicles, cigarrillos, mentas y los carritos de comidas ambulantes  se estacionan cerca de las puertas de entrada de las discotecas del sector, encendiendo sus carbones para calentar o asar los pinchos y rellenando de otros alimentos las vitrinas portátiles que amarradas con cuerdas completan el improvisado restaurante.

De rumba ranchera
De martes a domingo y al finalizar la tarde los locales comerciales que ofrecen presentación diaria de mariachis enciende sus luces multicolores avisando que ya inicia la jornada laboral; en los camerinos de estos lugares, los hombres y mujeres de los grupos cambian los bluyin y camisetas por pantalones ajustados con brillantes decoraciones laterales, botas ‘texanas’, camisas al mejor estilo de los rancheros mexicanos y por supuesto corbatones y sombrero mariachi.

Mientras tanto las sillas de estas discotecas, dispuestas para parejas y grupos no mayores de seis personas, se van llenando y en compañía de un trago de licor, los clientes esperan el espectáculo central.  A las 10 de la noche es la primera tanda.  Los meseros encienden las luces, se apaga la música  y la voz del animador de lugar anuncia que se presentará el Mariachi Guadalajara con sus tres cantantes Sandra de Colombia, Fernando Fernández y Yesid Uribe. 

Los integrantes de las agrupaciones de mariachis que tocan en los bares del sector tienen asegurado un salario mínimo y los dueños de las discotecas les permiten realizar serenatas y promocionar sus trabajos discográficos, sólo con la condición de que cumplan religiosamente con el espectáculo de cada hora que dura 25 minutos.

Después del espectáculo Sandra de Colombia, ya no con la voz grave y fuerte con la que entona las rancheras, se acerca mesa por mesa: – “buenas noches, les presento mi primer trabajo discográfico, lo estoy promocionando y está muy bueno y bien baratico a sólo $10.000 pesitos”.

Estos trabajos discográficos no cuentan con el aval de Sayco (entidad colombiana que protege los derechos de autor), son editados en pequeños estudios de grabación y copiados en el paseo comercial San Bazar, sol de la alegría ubicado en el centro de la ciudad, como recopilaciones de los éxitos que entonan noche tras noche estos improvisados rancheros. 

Por otra parte, Yesid Uribe, un joven de 18 años de edad, de tez blanca, ojos verdes y cuerpo fornido; hijo de Fernando Uribe, quien se hace llamar Fernando Fernández, mata el tiempo que hay entre cada presentación jugando billar pool en el local situado al lado del sitio donde canta, “es un trabajo agradecido pues yo me puedo llegar a ganar de ochocientos a un millón de pesos mensuales, dependiendo de cuantas serenatas hagamos por mes, eso es lo que aumenta los ingresos”. 

Otras ofertas
Afuera de los establecimientos, que no cuentan con tanta suerte, pues no están contratados en ninguna de las discotecas del sector, prueban acercándose a los vehículos que frenan en la inmediaciones de esta calle o esperando a que alguna persona que esté de cumpleaños o quiera reconciliarse con su amado venga en su búsqueda.

Este es el caso de Danil Araque Flórez un hombre de tez oscura, sonrisa amplia, voz pausada y seria, integrante de un trío que lleva prestando sus servicios en la 33 con 37 desde hace seis años:“uno aproximadamente por noche se hace dos o tres serenatas, aunque hay días que son mejores y se puede uno llegar a hacer cuatro”, los precios de las serenatas oscilan entre los 90 y los 150 mil pesos que se distribuyen entre el pago del transporte y una cuota equitativa para cada uno de los miembros de la agrupación.

Algunos metros más adelante y con un apariencia más juvenil, pero ya no vestido como todo un señor de la ‘high’ sino como un llanero colombiano, armado de tiple y un vozarrón grave que pareciera desgarrarse cuando canta está Henry Bravo, un nativo de la ciudad de Cúcuta, pero enamorado de la cultura llanera que asegura que trabaja en esta calle hace un año y medio porque allí se gana para el sustento diario.

En la otra acera, un poco más desparpajados y bulliciosos se encuentran los grupos vallenatos que compuestos por caja, guacharaca, voz y acordeón, que entonan canciones al aire para que los transeúntes y conductores de vehículos que vienen en busca de parrandas conozcan de antemano sus virtudes musicales. Higuita, como cariñosamente llaman al vocalista de uno de los grupos, con un marcado acento guajiro afirma: “Aquí siempre nos va bien, porque en Bucaramanga gusta mucho el vallenato y sobre todo las conciones de la nueva ola, que son las que nosotros interpretamos”.

Un olor a carne asada y una espesa nube de humo negro envuelven a los transeuntes y hacen que se percaten de que en esta misma calle donde encuentra la música para amenizar fiestas también puede encontrar comida con mucha grasa para que el estómago no se recienta después consumir alcohol. “La gente que viene a bailar y a tomar en los locales que hay en este calle por lo general sale a comerse un pincho o un pedazo de pollo para amortiguar un poquito el trago que se toman” asegura uno de los vendedores.

Alrededor de estos pequeños puestos ambulantes de comida se concentra una romería de personas que buscan calmar su apetito o en el caso de los choferes de las busetas escolares, que son las limosinas para los grupos musicales, hacer que la noche sea más corta y llevadera, como asegura el conductor Manuel Ortiz.

Así mismo los vendedores de cigarrillos y caramelos, que particularmente son de avanzada edad, convierten este concurrido sector de la ciudad en un mezcla (collage, dirían algunos)de oficios, servicios, precios y diversión y según afirma Richard Auguso Ferrín, Disc Jockey de una de las discotecas del lugar, “aquí viene gente de todos los estratos porque en la 33 se encuentra de todo, al alcance de todos los bolsillos”.

Ir al contenido