Por Pastor Virviescas Gómez
pavirgom@unab.edu.co
Aparte de la muerte de sus 15 hermanos y la de su esposa Abigail, hace dos años, el maestro Gustavo Gómez Ardila tuvo que ser testigo de otros dos momentos difíciles en sus 93 años de existencia que se apagaron el pasado 23 de mayo.
El primero, aquel día de 2004 cuando fue hasta la oficina de la secretaria a entregarle las llaves del recinto de la UIS en el que por 38 largos años dirigió y forjó generaciones de coristas de Bucaramanga y Santander. Lo forzaban a tomar esa decisión con el pretexto de que ?ya estaba demasiado viejo?.
El segundo, cuando hace pocas semanas le presionaron para que se deshiciera pronto de su caserón ubicado en el marco del parque principal de Zapatoca, al lado de la casa cural, y se fuera a vivir a un hogar de ancianos.
Dicen algunos allegados, que esta ?sugerencia? lo golpeó fuertemente y le confirmó hasta dónde puede llegar el afán material del ser humano. Sin embargo, ese muchacho que se inició en el coro de la iglesia de Jordán Sube, Santander y fue escalando hasta llegar a convertirse en el primero de su género en América Latina, creció y vivió para la música, arte que le deparó innumerables premios y satisfacciones.
El maestro Gómez Ardila, hombre de contextura media y carácter recio, autor de la música del himno de su pueblo, se formó en el Conservatorio de Música de Ibagué, al que llegó después de haber sido locutor en La Voz de Caldas.
Compuso más de 360 piezas, entre las que sobresalen ?Aires de mi tierra?, ?Lejos de mi madre? y Ni más ni menos?. También realizó una gran cantidad de arreglos y adaptaciones corales, sobresaliendo como uno de los compositores que dio vida a la escuela nacionalista del canto coral.
Su sólida trayectoria le mereció que en el año 2004 la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) le confiriera el Doctorado Honoris Causa en Música.
Los zapatocas se acostumbraron a ver al maestro Gómez Ardila al volante de un jeep Willys que recorría las calles de su pueblo, bien a dirigir al coro que fundó en esa población o rumbo a Bucaramanga a tomar un avión para representar a Colombia en los escenarios del mundo.
Ese mismo campero, ahora en otras manos, formó parte del cortejo fúnebre que el pasado 24 de mayo realizó de manera pausada el trayecto que devolvió a su tierra el cuerpo del maestro Gómez Ardila, entre los sollozos de sus coterráneos y las notas de las bandas musicales de dos colegios que llevaron a sus estudiantes a hacerle una calle de honor y darle el último adiós.
Luego de una breve estación en la sede del Concejo, sus despojos fueron llevados a la iglesia principal, donde un grupo de sus discípulos, bajo la batuta del maestro Rafael Suescún Mariño, director del Coro UNAB, le brindaron el mejor homenaje que le hubiesen podido regalar.
Los coristas entonaron obras que hicieron parte de la misa que él mismo enseñó a sus alumnos.
Las lágrimas brotaron de los cientos de asistentes cuando un joven corista le agradeció al maestro Gómez Ardila el haberle permitido incursionar en la actividad musical para hacer de la música la razón de su existencia. Se trataba de Eduardo Guevara, hoy director de coros en Madrid, España.
Luego vino la marcha final hasta el cementerio, encabezada por el óleo con el que el pueblo exaltó la memoria del gran músico. El miércoles los niños y los viejos de Zapatoca, y la música colombiana, se vistieron de luto.
Era un maestro que enseñaba con el alma
El maestro Gustavo Gómez Ardila deja en el corazón de sus cerca de 2.800 alumnos un vacío enorme, pero también una bella recordación porque para ellos significó un amigo, un maestro, además de que lo reconocen como un virtuoso de la música.
El director del Coro de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), Rafael Suescún, hizo una remembranza del Maestro Gómez Ardila, con ocasión de su muerte el 23 de mayo pasado:
?El maestro era una persona que con su carisma, con su compromiso y con ese deseo de sembrar el amor por la música en cada una de las personas que compartíamos con él espacios de trabajo, nos dejó una gran enseñanza.
La que él impartía era una formación de vida, no solamente musical, sino en muchos otros aspectos. Su disciplina, su exigencia por el trabajo bien ejecutado, pero su compromiso con el mundo de la música lo convirtieron en un maestro que realmente enseñaba con el alma.
Gómez Ardila nos enseñó a sus ?hijos como cariñosamente llamaba a todos sus alumnos, a soñar, a que los sueños se pueden hacer realidad, a que uno debe ponerse metas muy altas para cualificarse y para que cada vez alcance nuevos y mejores sueños?.
El Director del Coro de la UNAB recordó también que entre el grupo de ?ex coristas? que fueron alumnos del maestro Gómez Ardila, hay un ansia por el reencuentro y por eso, en estos días de tristeza, ante su muerte, se han reencontrado casi todos, incluso algunos desde el ciberespacio porque viven en España, Estados Unidos, El Líbano y otros países.
?A todos nos une ese sentimiento de amor por la música que tanto nos inculcó el Maestro?, agregó Suescún.