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Sobreviviente en medio del olvido

Nov 1, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Diego Alejandro Olivares Jiménez
dolivares@unab.edu.co       
El primer impacto con la palabra Jordán puede ser imaginando el río en el que fue bautizado Jesús, salvador del mundo para católicos y cristianos.

Sin embargo, existe otro Jordán, a 80 kilómetros de Bucaramanga, viajando por la vía Piedecuesta-Los Santos y llegando luego a éste que es el municipio con menos habitantes en Santander, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).

Para llegar a Jordán Sube existen dos posibilidades, una de ellas por la carretera que de Bucaramanga conduce hasta Aratoca y tomar la vía que lleva hasta el pueblo, y la otra, descender a pie desde el municipio de Los Santos.

Por eso para algunos, la primera decisión es tomar la Flota Cáchira, único medio de transporte público para llegar allí.

A las 11 y 45 de un sábado, el bus está lleno de pasajeros que se acomodan con todo y víveres, gallinas y los insumos para los cultivos.

Cuando se comienza el ascenso a la Mesa de los Santos se observa presencia militar y señores vestidos de negro que  protegen la zona y a familias que tienen fincas en el sector.

Luego, no vuelve a verse a un uniformado de las fuerzas militares por esos contornos.
El cambio de clima es evidente a partir de Los Curos, luego de un calor asfixiante, poco a poco llega la brisa y un ligero viento frío, a pesar del sol picante.

Una cosa extraña al caminante, esos senderos reales construidos por el aventurero y empresario alemán, Geo von Lengerke y que están rodeados por árboles que brindan algo de sombra.

Desde los Santos hasta Jordán Sube hay una hora y media de camino, bordeando el Cañón del Chicamocha. Este es un terreno accidentado geográficamente y que hace parte del llamado Nudo de los Temblores, porque allí se producen todo el día.

Contacto con la memoria

Después de una agotadora caminata la única forma para llegar hasta el pueblo es pasar el puente colgante sobre el río Chicamocha, que data de principios del siglo pasado.

Entonces aparece Jordán Sube, un  lugar silencioso pero con vida oculta, que fue fundado en 1830.
El olvido departamental es visible por las dificultades viales. Esa impresión de abandono la confirma la ex alcaldesa del pueblo, Gloría Isabel Ferreira Fajardo, quien fuera elegida en dos oportunidades para ese cargo.

Ella se queja de que el pueblo no fue considerado dentro de los planes de desarrollo por la construcción del Parque Nacional del Chicamocha.

En la mitad del área urbana hay una pequeña plazoleta que se ha convertido en refugio para encuentros de los pocos jóvenes que se reúnen en las noches para hablar o a jugar micro-fútbol.

Al lado derecho, a la entrada del pueblo se encuentra una casona colonial, con las paredes descascaradas y con la madera de puertas y ventanales deteriorada por el paso del tiempo. En ella  funcionó la primera sede de la Compañía Colombiana de Tabaco.

Desde 1991 Jordán Sube no utiliza el cementerio, a pesar de contar con pocos habitantes. La razón es que ya todos los espacios para difuntos fueron copados.

El cura va los lunes cada 15 días y viaja desde Aratoca y a las misas  sólo pueden ir los niños de la escuela Nuestra Señora de Fátima, porque los demás moradores, a esa hora, están trabajando en el campo. La gente explica que en Jordán Sube no hay cura porque no es un pueblo productivo y no habría con qué sostener a un sacerdote.

Cosa distinta  ocurre en El Pozo, una vereda que cuenta con templo propio y a la que va cada 8 días un sacerdote. La gente de la región supone que El Pozo tiene templo porque los tabacaleros pagan cumplidamente diezmo, entre 180.000 y 200.000 por cada cosecha vendida.

En Jordán Sube no existe ni una sola discoteca, ni un prostíbulo y mucho menos un café internet. Su vida comercial se circunscribe a las 3 únicas tiendas existentes, cada una de ellas distribuidas en las tres calles empedradas de este municipio.

¿Y lo social?
En el pueblo la tranquilidad es pan de cada día, pareciera que Jordán estuviera estacionado en el tiempo y en la soledad. El casco urbano del municipio es tan pequeño que podría ser considerado como una cuadra de un barrio de Bucaramanga.

En él viven apenas 40 habitantes distribuidos en 14 casas. La vida está en el campo donde viven 1.600 habitantes, es decir, el 98% de la población total, distribuidos en 7 veredas: El Pozo, El Potrero, Hato viejo, Pomarroso, Morros, Subesito y Guasa.

Jordán sólo cuenta con una escuela que ofrece la primaria. El bachillerato deben hacerlo los jóvenes en municipios como Aratoca, San Gil o Los Santos a donde también van a buscar la salud, a pesar de que en el pueblo tengan un centro médico y puesto de salud, pero éste sólo sirve de albergue para cuatro policías, mientras los equipos médicos y quirúrgicos se subutilizan.

Como dice Juan Espinosa, un habitante de 85 años de los cuales 50 ha estado en la zona: “La vida en Jordán es la misma joda, por eso los policías lo único que hacen es resolver el robo de una gallina o un cabro y uno que otro borracho que se alborota”.

En la época de la feria, que se ha convertido en una forma de olvidarse de la soledad y descansar del trabajo, los policías procuran que la gente pueda dormir con las puertas abiertas, el mejor de los signos de la paz que se respira en ese lugar.

Jordán Sube está aislado del mundo por no contar con teléfonos fijos y, ni qué decir de la falta del servicio de internet. Los 720 millones por transferencias que le hace la Nación no son suficientes para lograr el desarrollo de esta zona.

Requiere del apoyo del Gobierno Departamental, al cual los vivientes reclaman para que los saque del aislamiento en el que se encuentran sumidos y que no sean utilizados sólo en época electoral como fortín político de algún parlamentario que luego olvida sus promesas ante una población que tiene necesidades básicas insatisfechas.

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