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Todo pasa, la palabra queda

Mar 26, 2007 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Entrevista al escritor argentino Noé Jitrik
“Si un libro no cambia la vida, no sirve”

La dictadura y el exilio le movieron el piso, permitiéndole escribir de otro modo y no terminar de indagarse.

Por Pastor Virviescas Gómez
Noé Jitrik está vivo y tiene 79 años, porque la mano asesina de la organización criminal Triple A le permitió que con su mujer, la periodista y escritora Tununa Mercado, y sus hijos, abandonaran la Argentina que después se vería consumida por las dictaduras.

Jitrik alcanzó a escapar a México, de donde luego fue a Francia, para regresar a su país, sólo cuando la bota militar había caído del poder, mas no de la mente de sus víctimas.

En los nueve años de exilio fue un luchador incansable que no se amilanó en sus denuncias. Su nombre infunde respeto en el mundo de la literatura del continente, no sólo en su condición de crítico literario, sino como experto en semiótica, novelista y ensayista.

Invitado por la Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB, Jitrik habló con 15 sobre su cercanía con el Premio Nobel portugués José Saramago, de su pasión por las letras y de su vasto conocimiento de la literatura colombiana.

El marcapasos que tiene incrustado en su corazón le impide subir escaleras de forma rápida, pero no le frena tener la lucidez para decir que un escrito no está terminado si no ha pasado por la corrección, y si una vez publicado no cambia la vida de alguien, sencillamente no sirvió para nada.

Hoy Jitrik, Caballero de Artes y Letras de Francia, es el director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires y columnista del diario Reforma, de México. Tres de sus novelas son ‘Mares del sur’, ‘El evaluador’ y ‘Long Beach’.

¿De dónde le surge esa necesidad de escribir?
Es una forma de locura como cualquier otra, cosa que uno no controla, pero lo que sí es cierto es que cuando no escribo siento como que no estoy viviendo del todo. Esto es una manía porque la gente normal disfruta de otras cosas y no está concentrada en escribir.

¿Cómo llevar ese oficio de crítico literario y sobrevivir a protestas de los escritores?
No lo hago de ese modo. Incluso la palabra crítico me parece si no excesiva, por lo menos errada. Lo que hago es entramarme con un texto de un autor y eso me suscita cierta pasión por entenderlo y no pasa por la valoración. Nunca digo esto es horrible, esto no sirve, porque eso es taller; eso lo puedo hacer, pero lo que hago no es en el sentido de la crítica como se considera tradicionalmente.

¿Leer es una condición necesaria para escribir o hay iluminados a quienes les llegan las musas y listo?
Leer es indispensable; es la manera de establecer un continuo entre el ojo y el objeto que se ve. Por ejemplo, la gente que tiene mala ortografía no comprende, no saca de la palabra escrita la conclusión de que así debe ser y se equivoca siempre. Ahí hay también un vicio, así que leer, posar la mirada sobre algo, tratar de introducirse, de llegar a su esencia, es indispensable, porque si no escribir parecería una cosa caída del cielo, sin ninguna raíz.

Se dice que cuando Gabriel García Márquez llevó a su editor el libro ‘La Hojarasca’, le respondió que se dedicara a cualquier cosa menos a la novela. ¿Le ha ocurrido a usted que le rechacen un trabajo?
No tan crudamente, aunque me imagino que tampoco se lo dijeron de esa manera, pero los escritores después reinventan situaciones heroicas: el editor que le dijo ‘esto no sirve’ y sin embargo fue una gran obra. A mí cuando algo no les gusta o no entra dentro de sus parámetros es el silencio, o a lo sumo con cortesía dicen esto no está en la línea de la editorial. Lo cual indicaría que uno tiene que buscar la editorial adecuada.

En su obra llama la atención que ha hecho ensayos sobre Jorge Isaacs y ‘La María’. ¿Significa que para usted la literatura colombiana es más que García Márquez?
Por supuesto. García Márquez es un fenómeno literario legítimo, porque es un gran escritor y ha hecho es una cosa muy importante, pero pareciera tapar toda la literatura colombiana y creo que eso es una especie de abuso de quienes así lo ven. Es injusto hacerle eso a García Márquez, porque es como endiosarlo y hacer que los demás ni siquiera lleguen a ser ángeles. La literatura colombiana es una de las más fuertes en América Latina y hay escritores importantísimos que ni siquiera han sido oscurecidos por García Márquez. Simplemente hay que acercarse a ellos y encontrar cosas de un nivel muy alto.

¿Reconoce una nueva generación de escritores en estas latitudes?
Hay nuevas generaciones permanentemente y una especie de parricidio constante que se produce. Algunos atraviesan las generaciones y con suerte no son ‘asesinados’ por los que siguen; por ejemplo (Jorge Luis) Borges, que es tomado como referente por gente de su generación, de su edad, hasta los más jóvenes que ven en él una fuente. Con García Márquez pasa más o menos lo mismo, porque es una opción diferente de la de Borges y ven en él quizás una fuente que no es estrictamente lo más evidente de Gabo, el realismo mágico o esa fantasía desbordante, poética, sino otra cosa, que es la fuerza de la escritura.

¿Vivir en carne propia el azote de la dictadura ha marcado su obra?
Parte de mi obra sí, aunque ‘mi obra’ es una palabra grandiosa. Cuando pienso en la palabra obra, pienso en Miguel Ángel; estos son escarceos que uno está haciendo. La dictadura tuvo un efecto directo sobre mí, no porque la haya padecido en el cuerpo, porque tuve la suerte de salir del país un poco antes para trabajar en México.

¿Qué me significó? Por un lado una visión más descarnada de mi propio país, ago como el cuestionamiento de las raíces del conflicto, porque no era solamente lo epidérmico y la pura denuncia. De otro lado, me metí en el mundo mexicano, me impactó y me dio una enorme curiosidad, lo cual me hizo variar mi concepción de la literatura y empecé -espero que sí- a escribir de otro modo, a tener una experiencia de escritura que me movía el tapete y encontré una especie de camino, que es un ‘no camino’, porque es una perplejidad, cambio, indagación constante.

Trato de ser escritor y cuando tengo un libro me meto e intento contarlo, pero no el argumento, sino la índole misma del hecho literario. Pero cuando estoy soñando y a la mañana siguiente tengo una frase en la boca, pienso que esa frase puede dar lugar a una narración y escribo narraciones. O bien me dan la oportunidad de estar aquí con ustedes, lo cual daría para un poema que puedo improvisar ahora: ‘La cámara, junto a ella un abejorreo de niños que tratan de captar una imagen; la imagen es incierta’.

Usted se puede dar el lujo de codearse con José Saramago, quien le dijo que hay tres escritores fundamentales del siglo XX: Fernando Pessoa, Franz Kafka y Borges. ¿Por qué no le dieron el Nobel a su compatriota? ¿Se lo merecía o no?
Si uno se pone en la onda Premio Nobel, se lo merecía. Tampoco hay que ponerse en esa onda porque hay premios que francamente son impresentables y otros que en cambio son descubrimientos. En los últimos años, (Elías) Canetti fue una cosa buenísima y un favor que nos hicieron al darnos a  conocer un escritor extraordinario, pero también se lo dieron a Goldin, autor de ‘El señor de las moscas’, que no es un gran escritor ni un gran libro. ¿Por qué se lo dieron? No lo sé, pero ellos van eligiendo, tal sitio, tal otro, tal lengua, tal situación política. Cuando la Guerra Fría sacaron de la manga a un escritor polaco o a un ruso. No es que (Boris) Pasternak no fuera un gran escritor, pero lo eligieron porque era un resistente en la antigua Unión Soviética.

En ese mismo diálogo que sostuvo con Saramago, él le recomendaba que se partiera una pierna y se quedara 40 días en la casa leyendo a Pessoa. ¿Por qué escritor vale la pena realizar esa osadía?
Por Julio Verne vale la pena quedarse 40 días en la cama. Yo hice una experiencia de lectura así durante toda una Semana Santa en la que despaché toda la obra de Dostoievsky, me quedé fascinado en mi pieza. Es una idealización literaria y una metáfora de parte de Saramago. El fervor por la lectura es de una edad determinada, después se va haciendo más pragmático y uno va leyendo lo que necesita leer o lo que le imponen.

¿Qué libro no debe faltar en la mesa de noche de un terrícola?
Aunque no lo lea asiduamente, ‘El Quijote’. Claro que meterle el diente no resulta del todo sencillo, pero la presencia de un Quijote es protectora.
Pensemos en aquel muchacho que se resiste a caer en las garras de la televisión o del vallenato, recomiéndele un libro.
No puedo dejar de mencionar los libros de Saramago. Casi cualquier libro de él justifica no ver la telenovela o seguir haciendo zapping para ver qué otra porquería presenta la televisión. Saramago es denso, intenso y vale la pena encerrarse con él. Tengo la suerte de leerlo cada vez que termina un libro y me lo manda.

¿Qué le recomienda a los jóvenes que piensan en escribir el texto definitivo y no aceptan que nadie se los revise porque ese es ‘su estilo’?
La vieja consigna, del siglo XVIII, dice que el estilo es el hombre. En literatura eso es considerado como una peculiaridad en la manera de escribir. Ya la razón de que no se les puede tocar es una especie de vanidad e incapacidad de verse. El consejo que puedo dar es ponerse en la instancia de la corrección e imaginar que un escrito no está del todo terminado si no ha pasado por las aguas termales de la corrección. Pero esa corrección no debe ser sentida como un portarse bien gramatical, ni siquiera un portarse bien sintáctico, sino como un encuentro del que escribe consigo mismo.

¿En qué consiste el fenómeno literario?
Es la aproximación, la cercanía a un hecho de una densidad tal que al que se acerca lo levanta, lo baja, le cambia la vida. Si un texto no nos cambia la vida, no sirve para nada. No basta simplemente con escribir, estar orgulloso de los versitos que se hicieron y lograr la publicación a como de lugar, ya sea pagándose la edición o con un subsidio. No sirve de nada si sale el libro y no le cambia la vida a nadie, ni siquiera al que lo escribió.

En las letras
Las mujeres toman la palabra

Cuando se habla de la literatura, se piensa en una sola. Sin embargo, el protagonismo de hombres y mujeres es diferente y por eso, la escritora y periodista argentina Tununa Mercado, aprovechó el espacio de Ulibro 2007 para reflexionar sobre mujer y literatura.

Por Erika Juliana Martínez G.
emartínez6@unab.edu.co
Si usted escucha o ve los nombres de George Eliot, Aldebarán o Juan González Carvallo, posiblemente piense que se trate de hombres, pero no. Estos fueron algunos de los pseudónimos utilizados por escritoras como la británica Mary Ann Evans (Eliot), la colombiana Soledad Acosta de Samper (Aldebarán) y la argentina María Moreno ( González Carvallo), con el fin de publicar sus trabajos y asegurarse de que fueran tomados en serio. 

Para Rymel Serrano, director del programa de Literatura Virtual de la UNAB, “a comienzos del Siglo XX empieza a notarse una mayor participación de la mujer en la actividad literaria sobre todo en la creación. En la actualidad existen muchas mujeres que hacen buena literatura”.

De esta manera, los conocedores de la literatura o simplemente aquellos que gustan de los libros han visto cómo esa revolución femenina experimentada durante el siglo pasado está reflejándose en las obras y en el mismo lenguaje literario manejado por las escritoras.

“La literatura en los países latinoamericanos tiene una fuerte presencia femenina y esto no es una cuestión numérica, sino que uno siente que hay un mayor peso de opinión, de pensamiento y de claridad ideológica”, afirma Tununa Mercado, escritora, periodista y feminista argentina que estuvo presente en la quinta Feria del Libro, Ulibro 2007, realizada por la UNAB entre el 14 y el 18 de marzo.

“Sólo por medio de la escritura será más real la liberación de la mujer”, sostiene Mercado, como una de sus creencias más firmes, pues “la escritura es un estadio de crecimiento de la mujer” que busca igualdad en el ámbito literario.

La presencia de las mujeres en la literatura está en crecimiento y “poco a poco van ascendiendo en el –hasta hace algunos años- difícil mundo literario”. De acuerdo con la escritora argentina, las mujeres cada vez ganan más reconocimientos por sus trabajos y ya no tienen la necesidad de ocultar su identidad para que “su labor reciba los elogios o las críticas merecidas. Ahora nadie piensa si son periodistas o escritoras femeninas”.

En el caso del Premio Nobel de Literatura, encargado de reconocer las producciones literarias más destacadas, desde 1901 ha galardonado a 106 autores, aunque sólo ocho han sido mujeres, de las cuales una es latinoamericana: la chilena Lucila Godoy Alcayata, reconocida como Gabriela Mistral. Además, éste fue el primero de los cinco premios nobel concedidos a escritores latinoamericanos.

Pero a pesar de las diferencias de género, Mercado asegura con una notable convicción que “no hay más que una literatura, así como también hay un solo arte”. Y aunque reconoce que sí existe una literatura netamente masculina, “no se puede decir que un género u otro brinde aportes literarios más significativos. En la literatura lo que actualmente cuenta es el contenido, no el género”, agrega la escritora.

Habla el argentino Jorge Panesi
Erotismo y pasión, ingredientes para la crítica literaria

Este escritor y ensayista estuvo en Ulibro 2007 para referirse a la importancia de una crítica a la literatura. Es director del Departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires y ha publicado artículos sobre temas de crítica latinoamericana.

Por Silvia Juliana Sánchez
Ssanchez4@unab.edu.co
Jorge Panesi participó en el Primer Encuentro de Literaturas Regionales, así como en diálogos con los asistentes a la quinta Feria del Libro Ulibro 2007. En estos espacios tuvo la oportunidad de compartir sus experiencias como crítico literario, responder las dudas del público, hablar de los pasos que requiere hacer una crítica y discutir su papel como director del programa de Letras en la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Las corrientes que influenciaron a Panesi para inclinarse por la crítica literaria son el Estructuralismo, tendencia filosófica europea que cobró auge en la década de los 60 y el Psicoanálisis, disciplina que revela el inconsciente para dar explicación a enfermedades mentales. A pesar del gusto que siente por este tipo de lecturas, Panesi rechazó la crítica psicoanalista porque la considera difícil de sostener. “El psicoanálisis considera todo resuelto y por eso me resistí un poco a este tipo de crítica”.

Para un escritor como Panesi, es muy complicado dejar a un lado su espíritu crítico y convertirse en un lector normal. Su papel de crítico y lector se mezcla todo el tiempo. No existe la posibilidad de dejar alguna de las dos visiones de lado. En este caso “debería existir una mecánica de sospecha”, es decir, identificar los elementos que afectan a la lectura y los que la hacen llamativa para empezar a leer el texto.

La crítica literaria y la literatura en general, no comparten muchas características, pero lo que en realidad las diferencia, según lo expresó, es el poder de envejecimiento de la crítica.
 
Una obra literaria, sin importar su antigüedad, podrá ser leída según el contexto actual del lector, mientras que una crítica literaria va perdiendo vigencia e interés con el tiempo. “Un crítico literario debe estar dispuesto, un poco melancólicamente, a ver sus opiniones, sus afirmaciones, sus descubrimientos y a ver envejecer su crítica mucho más rápido que la literatura misma”, afirma este escritor argentino.

De la misma manera dice que en el momento de creación de la crítica literaria es importante leer el texto apartándose de todo tipo de prejuicios, poner en relación ese texto con otros para que la crítica pueda convertirse en literatura.

“Hay que pensar en un placer doble. El primero es el de la escritura, el trabajo global de descubrir, interrelacionar, fichar, de ratón de biblioteca. El segundo momento es que el texto debe llegar al lector, hacerle un llamado y desear ser leído por él”.

El erotismo y la pasión son otras características que debe tener la crítica literaria. Pero ellas están desapareciendo de la academia porque “existen una serie de protocolos a los que se ciñe quien hace crítica desde una institución que pretende una objetividad, que fácilmente no se consigue”. En su concepto, todo académico “refrena esa parte pasional, para tomar una actitud más serena que vaya acorde con la institución”.

En cuanto al tema de la pérdida de interés por la literatura, afirma que desde su papel como director del Departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires es más fácil incentivar esta pasión, porque “tengo rebeldes convencidos, que están interesados en la literatura.

Existe complicidad entre ellos y yo, porque formamos parte del mismo bando, de los amantes de las letras”. Reitera la importancia de la educación literaria desde el bachillerato, para que los jóvenes entiendan su importancia y descubran la pasión que tiene la literatura.

Entrevista a Jotamario Arbelaez
“El alma de los hombre sigue envenenada”

El poeta nadaísta estuvo en la Feria del Libro de la UNAB y aceptó hablar de vida, muerte, lectura, guerra, odio y amor.

Por Pastor Virviescas Gómez
pavirgom@unab.edu.co
Jotamario Arbelaez es uno de los sobrevivientes del Nadaísmo, movimiento cuyo mayor emblema es el desaparecido Gonzalo Arango.

Junto a él y otras figuras como Eduardo Escobar, Elmo Valencia, Darío Lemos y el santandereano Pablus Gallinazo, este Jotamario -no el comediante de la televisión- fundó una causa que 50 años después sigue dando de qué hablar. Ironía, mordacidad y autocrítica, son apenas algunos de sus ingredientes.

Arbelaez, nacido en Cali hace 67 años, ha escrito libros como ‘El cuerpo de ella’ y ‘La casa de la memoria’, como publicista ha asesorado campañas presidenciales (Belisario Betancur, por ejemplo) y afirma que nunca se ha prohibido nada.

Hace rato perdió la lista de cuántas mujeres han compartido su lecho, también de las sustancias que probó, y sin embargo conserva la lucidez para echarle un vistazo crítico a este mundo. Su aspiración es llegar al cielo y convertirlo en un paraíso a su estilo, pero antes, terminar su novela en la dejará testimonio de todo lo que le tocó vivir.

¿Tiempo de paz?, ¿de esperanza?, ¿de cortarnos las venas?, ¿tiempo de qué?
Tiempo de vivir, ante todo, y de buscar los momentos máximos para el placer del espíritu y para ello no creo que haya algo mejor que una feria del libro. Yo no gozo en ninguna otra circunstancia más que en una feria del libro porque sé que es como una especie de casa de citas con la inteligencia. De manera que estoy feliz de haber acudido a este llamado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

¿Usted es de esas personas que cuando toman un libro en sus manos llegan al clímax?
Sí, ese sí es el orgasmo perpetuo, desde la primera hasta la última línea, sobre todo cuando el libro es verdaderamente agarrador y estremecedor. Tengo la fortuna de haber trabajado durante muchos años en la publicidad y mediante eso lograr pensionarme, entonces actualmente estoy encerrado en mi biblioteca con jardín, completamente dedicado a leer de manera cruzada, de tal forma que un libro me manda a otro y ese a otro, y luego me siento a escribir las columnas de prensa, de las que estoy viviendo aparte de la pensión, y mi novela.

En estos tiempos de tanta televisión, MP3 e Internet, ¿para qué leer?
La lectura es un placer absoluto y una fuente de conocimiento, porque lo otro es vivir uno bajo la dictadura del rumor y el rumor siempre es sesgado, es algo visto desde la perspectiva desde otro tipo de mentalidades y pareceres. La lectura es maravillosa, no sólo de los libros, sino también revistas, periódicos, todo lo que se nos presente. No puedo pasar una hora de mi vida sin estar leyendo. Si estoy en la calle tengo que leer una valla, para tener los ojos ocupados; si me estoy lavando los dientes estoy leyendo la etiqueta del dentífrico, de modo que esa pasión que me dieron los ojos pues no la cambio por nada.

¿Insiste en que la palabra ‘palabra’ es la más bella del castellano?
La palabra ‘palabra’ me parece la más sugestiva, la más maravillosa. Esta afirmación ha dado sus vueltas y ya ha llegado hasta la Academia de la Lengua Española, que gracias a esa formulación ahora me ha invitado al homenaje de Gabo.

El Nadaísmo para usted es patria, bandera y religión, para otros es ironía, ¿Cómo resumiría esa causa?
En una de mis primeras oraciones nadaístas decía ‘bienaventurado aquel que hace del Nadaísmo su patria, su bandera, su religión’. En realidad era una profesión de fe. Se fundó este movimiento por Gonzalo Arango y por quienes mencionaste al principio hace 50 años y la gente decía que eso era un sarampión pasajero de la juventud; sin embargo, se nos convirtió en una cuestión de vida. Más que un movimiento literario, que es como está catalogado, creo que fue un movimiento social, porque además de cultivar la poesía, también le cantamos la tabla al establecimiento, al statu quo.

¿De qué más se perdió el país con la muerte prematura del profeta Gonzalo Arango?
Cuando el profeta murió, ya había cerrado en su alma su pasión destructiva, la parte tenaz y satánica del movimiento nadaísta, porque él decía que el movimiento le había sido inspirado por el Demonio. Tres años antes de su muerte se relacionó con una caminante que venía de Inglaterra y se encontró con Dios, con el amor y con la alucinación, entonces rompió con el Nadaísmo porque pensaba que él estaba llevando la juventud al desfiladero. Pero los otros nadaístas no podíamos quedar colgados de la brocha y seguíamos en una pasión destructiva, afiliados al anarquismo, a las prédicas de (Federico) Nietzsche en ‘Así hablaba Zaratustra’. De modo que hace 30 años murió Gonzalo y he aquí que hay todavía doce poetas nadaístas dando la batalla por lo que merece ser amado, pero también por lo que merece ser cuestionado.

‘Hacer el amor, no la guerra’, los pantalones botacampana, las melenas, todo lo que significó el hippismo, ¿todo eso volverá algún día o no queda más que la nostalgia?
Lástima que haya desaparecido como moda, pero de todas maneras en mucha gente sigue ese entusiasmo. Uno de los atributos del hippismo o de sus frutos principales, más que haberse ‘sollado’, fue haber colaborado en la extinción de la guerra de Vietnam. De modo que esa generación que apareció diez años después de la nuestra y que fue la generación anunciada por Gonzalo Arango como profeta, cumplió su labor en una instancia histórica importante. Los hippies no se acabaron, lo que se les acabó fue la ropa.

¿Qué poema de su pluma le ronda la cabeza?
Se llama ‘Después de la guerra’: ‘Un día después de la guerra, si hay guerra/, si después de la guerra hay un día, te tomaré en los brazos un día después de la guerra/, si hay guerra, si después de la guerra hay un día, si después de la guerra tengo brazos y te haré con amor el amor un día después de la guerra/, si hay guerra, si después de la guerra hay un día, si después de la guerra hay amor y si hay con qué hacer el amor’.

¿Qué libro no puede haber dejado de leer un ser humano?
He leído básicamente los libros sacros y no me perdí ni el Corán ni la Biblia, pero creo que el libro más estremecedor que leí es ‘Crimen y castigo’ de Dostoievsky, porque es el retrato del alma de un ser atormentado que termina asesinando a una pensionista para robarle una cosa minúscula, pero en realidad sí es la radiografía de las pasiones humanas.

Usted ha afirmado que nunca se ha privado de nada, ¿qué le falta por hacer?
He hecho de todo y lo bueno es que lo sigo haciendo, entonces no tengo ninguna carencia ni ninguna frustración. Lo que sí quisiera es dejar un testimonio de vida bien armonioso a través de la literatura y eso creo que lo lograré mediante la publicación de una obra que cierra el ciclo de la historia de la sastrería en Cali, durante los años 40 y 50, que se llamará ‘La casa de las agujas’. Allí daré testimonio de lo que pasé en esta vida tan iluminante.

¿Colombia es García Márquez y punto? ¿O hay alguien más que valga la pena leer?
Es García Márquez y puntos suspensivos esperando el qué vendrá.

¿Por qué razón aseguró que es un esperpento leer ‘La María’ de Jorge Isaacs, si recibió tantos elogios esa obra?
Me aburrí mucho de ver la estatua de La María en el Parque del Batallón Pichincha en Cali y entonces decidí escribir una carta al alcalde diciendo que la cambiara por el busto desnudo de Brigitte Bardot o la dinamitaríamos.

¿Y qué pasó?
No nos hizo caso, pero seguimos de todas maneras denigrando del libro. En estos días el poeta Eduardo Escobar reivindicó una figura que también la habíamos condenado a la hoguera, que era Tomás Carrasquilla (autor de ‘La Marquesa de Yolombó’) por considerarla una literatura folclórica y deplorable; sin embargo él dice que la leyó y encontró en ese autor una especie de Shakespeare.

El tango dice que el mundo fue una porquería en el 506 y en el 2000 también. ¿Nos merecemos esta ‘porquería’ de mundo?
El mundo va para peor pero en medio de ese lodazal de pronto encuentra su salida. Recuerdo que a mitad del siglo XX añorábamos la llegada del año 2000 porque creíamos que iba a ser la invasión de la maravillosa tecnología, y a pesar de que ha llegado a través de los computadores, de lo virtual, lo peor es que el alma de los hombres sigue igualmente envenenada.

¿Cuál es el mejor sarcasmo que usted ha escrito, leído o escuchado?
No creo que sea sarcasmo, fue un eslogan publicitario: ‘El cigarrillo produce cáncer y la marihuana locura”.

Que los dioses y los demonios lo conserven por largo rato.
Ojalá ellos te oigan.

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