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Un día dentro de cuatro muros

May 2, 2005 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Las jornadas entre semana inician a las 5 de la mañana. Las rejas de los tres módulos se abren para que las reclusas se bañen, desayunen y empiecen sus labores, alisten a sus hijos pequeños para la guardería o simplemente sigan durmiendo. Actualmente hay 9 niños desde los 2 meses hasta los 3 años, como lo permite la ley.

?Moralmente duele, pero vivimos bien. Mis labores empiezan pesando la harina y distribuyendo las tareas a las otras compañeras?, dice María Jacinta Calderón. Ella es madre de cinco hijos, separada y vive en Bucaramanga desde que decidió darle buena vida a su descendencia. ?Empecé a trabajar en el sur de Bolívar y conocí todo lo que implicaban las drogas. Busqué la manera y llegué a Bucaramanga durante 10 años?.

Esta mujer sólo lleva 14 meses en prisión y para quedar en libertad aún le faltan 8 años.

Son varias las reclusas que se encuentran detenidas por el mismo motivo: producción, fabricación, importación, distribución, comercio, uso o posesión de estupefacientes.

Atender la panadería es pesado, pero no tanto como trabajar en la cocina donde se preparan casi 330 almuerzos diarios para las internas y algunos guardias. ?Yo soy la jefe, la que digo qué hacer y cómo hacerlo. El trabajo me gusta porque me entretiene y me ayuda a olvidarme de que estoy presa. Lo más duro es acordarme de mis hijos?, expresa María Jacinta y sus ojos se humedecen. ?No me perdono haberlos dejado desamparados en la adolescencia, me necesitan terriblemente y es que las cartas que ellos me escriben… No, no quiero acordarme?.

Después de las tareas en la panadería, almuerza a las once de la mañana y en la tarde empieza la labor pesada de hacer el pan para todas sus compañeras, por lo que recibe un sueldo de 60 mil pesos mensuales.

Allí mismo, en la cárcel, Jacqueline Campos, profesora condenada por un delito que prefiere no decir, inicia sus clases en uno de los salones múltiples acondicionados para diferentes labores. El penal cuenta con una sala de 12 computadores, biblioteca con libros de literatura clásica, economía, sociología y otras colecciones donadas por el Gobierno o por la gente. También está el periódico 15.

Actualmente hay 152 internas vinculadas a programas educativos, 90 en primaria, 50 en informática básica y 12 más capacitadas por el Sena (Servicio Nacional de aprendizaje).La primera promoción de bachilleres fue en 2004 con 15 internas graduadas por el Colegio Santander. Otras pertenecen a la formación artística y cultural en las que se encuentran los cursos de pintura al óleo y guitarra.

?No tengo nada de qué arrepentirme, uno no puede morirse porque está en la cárcel. De todo se aprende y la experiencia en este lugar ha sido enriquecedora y donde yo estoy es una parte bonita, en otras hay más hacinamiento, aunque la gente sabe compartir?, expresa Jacqueline Campos, quien pide que no se divulgue su expediente.

En las tardes algunas reclusas que no están en ningún taller aprovechan el tiempo haciendo aseo, lavando, arreglando sus celdas o viendo novelas de televisión para distraerse y no perder el contacto con ese mundo que está tras un muro de cuatro metros.

Según el cabo Gualdrón, uno de los miembros de la vigilancia, ?aunque es un reclusorio de mujeres las peleas son pocas, sus discusiones no van más allá de jalarse el pelo o insultarse y no se han presentado casos de agresión sexual?. Quienes no tengan un comportamiento adecuado son enviadas a las celdas de aislamiento por unos días para que se calmen.

El día termina cuando a las 6 de la tarde se da la orden para entrar a las celdas y a las 8 dan la señal de silencio. Las mujeres del rancho (la cocina) terminan labores a las 10 u 11 de la noche. Así sin variación alguna todos los días, todas las semanas, todos los meses, todos los años para algunas.

La anhelada visita familiar

Los domingos son los días de visita y desde las 8 de la mañana el ritmo del reclusorio cambia porque empiezan a llegar los familiares, los niños que buscan a sus mamás, abuelas, tías, hermanas para compartir unas horas que son su mayor alegría. Claro que eso es para unas porque para otras el día es triste ya que nadie las visita.

Para el ingreso se debe hacer fila, las mujeres llevar falda, sandalias planas y comida porque no se puede llevar plata para comprar almuerzo. ?Los domingos vienen todos mis hijos, me traen de comer, hablamos, nos reímos, me cuentan cómo les fue en el colegio, en el trabajo y tengo siete horas para consentirlos y mimarlos?, dice María Jacinta, quien ya se acostumbró a que las guardianas revisen los regalos familiares.

En la tarde, cuando las familias ya se han ido, las mujeres piensan en el momento en que podrán salir por el portón grande, ése mismo por el que, otro día, la patrulla de Policía las trajo aquí.

El sol aún está fuerte cuando ese portón grande se abrió para mí.

-Muchas gracias, cabo.

-De nada señorita. ¿Cómo se sintió?

-Bien…sí señor. (Suspiro)Es duro, pero bien, gracias por su colaboración.

-Siga entonces para la reseña.

El mismo guardia moreno y robusto volvió a tomar mi mano derecha, puso mi dedo índice en el huellero, lo untó de tinta y lo llevó al libro rojo de visitas. Dominica, una perra entrenada para oler estupefacientes me olfateó y me dejó pasar. Me hicieron por décima vez la última requisa, buscando algo en mi cuerpo. No llevaba sino una grabadora, dos casetes, una libreta y un lapicero con los que ingresé a la cárcel un día cualquiera entre semana.

*Marina y *Ana, nombres cambiados por petición de las entrevistadas.

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