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Un pueblo dibujado con palabras

Jun 23, 2008 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Despu?s de viajar aproximadamente tres horas en carro por la v?a que de Bucaramanga conduce a Medell?n y luego de tomar un desv?o a la altura de El Cruce de Puerto Parra, por carretera destapada, se llega al "para?so terrenal" como llama a Las Montoyas C?sar Bedoya, un ganadero oriundo de Armenia y hacendado en la zona hace 28 a?os.

Un pueblecito hecho por colonizadores que llegaron a la regi?n del Carare-Op?n buscando fortuna, un lugar que no tiene historia oficial porque muchos se disputan su fundaci?n, y aunque a ciencia cierta no se sabe de qui?n es el m?rito y de d?nde sali? tan particular nombre, la mayor?a de quienes viven all? aman su pedacito de tierra, porque dicen que es el que les ha dado la comida; sin embargo, hay muchos otros como Rubiela Gonz?lez que aseguran habitar el poblado porque les toca, ya que "la envidia y el chisme son el pan de cada d?a" y remata la frase diciendo: "?Qu? cosa tan horrible, ?igame!".

Aunque Las Montoyas pertenece a Santander, ya que hace parte del Municipio de Puerto Parra, provincia de Mares, es un pueblo ?cosmopolita? con gran influencia paisa, quindiana y tolimense, por eso es que en la mesa nunca faltan las arepas de ma?z sin sal, preparadas por los ?areperos? de tradici?n, como Gabriela o Francisco Arango, dos antioque?os de pura sepa que hicieron patria en esta apartada regi?n hace ya m?s de 40 a?os, u otros que como Cecilia Rotavista, ?Chila?, que han visto en este oficio una forma de ganarse el sustento diario.

Es agradable llegar al pueblo, ?se en el que no hay direcciones, en el que todos se conocen con todos, el mismo en el que s?lo hay un hotel de seis habitaciones, al de casas de puertas abiertas, al lugar donde se puede respirar aire puro, donde se logra escuchar sin esfuerzo el trinar de las aves, el croar de los sapos, el sonido que producen los loros, los grillos o las guacamayas.

Todos los sentidos tienen algo que percibir, el calor abrasador, el olor a tierra, el sonido de la naturaleza, lo verde de la vegetaci?n, el sabor de tal o cual fruta que se puede arrancar de un ?rbol mientras se da una vuelta, que no dura m?s de 20 minutos, para conocerlo.

En Las Montoyas se siente paz, la gente vive sin mayores preocupaciones, las mujeres se dedican al hogar y los hombres a las labores del campo, ganader?a generalmente, la gente camina desprevenida, sin prisa, sin temores, "todo es mon?tono y rutinario", afirma Danilo Puerta, oriundo del lugar.

Nunca pasa nada, y llegar all? es desconectarse totalmente del mundo. Dif?cilmente entra la se?al de los celulares, no hay Internet, no se encuentra en ninguna tienda cigarrillos Kool o cerveza de otra marca que no sea ?guila. Pero lo que s? est? a la orden del d?a son las rancheras y m?sica norte?a que prenden la fiesta e incitan a los pobladores a tomarse unas cuantas "fr?as" en las calurosas noches.

Seg?n cuenta Margarita Arango, quien dice ser una de las fundadoras, "del pueblo que otrora fue un importante centro poblado, en el cual se sacrificaban 10 reses diarias, en el que se cultivaba arroz, ma?z, yuca y trigo, que ten?a plaza de mercado, del que se explotaban los recursos madereros y por el cual pasaba, por el medio de sus entra?as, el Expreso del Sol, un lujoso tren con camarotes que viajaba a Santa Marta, poco o nada queda". Quiz? por eso a alguien se le escuche decir: "Esto se parece a Macondo, el pueblo que describe Gabriel Garc?a M?rquez en su libro Cien a?os de soledad".

Tal vez sea cierto, tal vez la gloria de Las Montoyas pas?, ahora a duras penas matan una vaca los domingos, que son los d?as de mercado, no se consigue una yuca por ning?n lado, la verdura se compra en un carro que entra de Bucaramanga los jueves y que vende al precio que le da la gana, pues tiene el monopolio, y ahora, por la v?a f?rrea que le daba tanta vida al lugar, hoy precariamente pasa un carro-motor halando dos peque?os vagones.

En las Montoyas poco se muere la gente, y cuando alguien fallece todo el pueblo se pone de luto; en las ?cantinas? apostadas a lo largo de la calle principal, la m?s importante y casi la ?nica que hay, no se escucha ni una sola nota musical, y "c?mo no, si ac? a pesar de la envidia, todos nos conocen y a todos conocemos, entonces no se pone m?sica por respeto al difunto y su familia", comenta Gloria Baena, pobladora hace 30 a?os.

La ?nica que hace bulla es la ?Loca Chavela? que irrumpe con su canto la tranquilidad y monoton?a de un d?a que parece durar m?s de 24 horas, donde amanece a las 4 a.m. para quienes se levantan a trabajar. Las horas pasan lentamente mientras los abundantes ?rboles est?n casi que dibujados sobre el paisaje, pues sus hojas se mueven de vez en mes por el poco viento que corre. A las dos de la tarde no se ve ni un alma por las calles, es un pueblo "fantasma", s?lo se pueden observar las puertas abiertas de unas casas en ruinas, muchas a punto de caerse como si un terremoto las hubiera acabado de sacudir.

Pasan d?as y las campanas de la iglesia no suenan, no hay cura, la iglesia cat?lica ha abandonado a su reba?o. "Ya son contados en los dedos de las manos los que van a misa", asegura Carlina Puerta de Pareja, una feligr?s que ve con malos ojos la proliferaci?n de iglesias evang?licas. En Las Montoyas hay 4 de ?stas, para una poblaci?n que no supera los 800 habitantes, "queremos hacer de ?ste, un pueblo elegido", asevera Elkin Murillo, pastor de la iglesia cristiana Movimiento Misionero Mundial. Sin embargo, la cerveza y la rumba es la comuni?n de cada ocho d?as, tomar es la ?nica distracci?n que hay.

Todo es tan repetitivo como el repertorio de ?Chavela?: "Matemos envidia de tanto chismoso?", que canta tan fuerte como su voz y sus pulmones se lo permiten; quien la escucha cree que tiene un meg?fono, maldice a quienes la molestan o le dicen loca, y al visitante cuando lo ve llegar, se le acerca sutilmente y con una sonrisa que deja entrever sus enc?as desdentadas, empieza a hacerle conversa, le cuenta las historias de su vida, sus desgracias y adem?s lo pone al tanto de la vida de medio pueblo, de qui?nes est?n vivos, qui?nes han muerto, qu? pas? hace 20 a?os o hace unas cuentas horas; tal vez por eso ella afirma que "todos los del pueblo creen que estoy loca, pero m?s locos est?n ellos".

Ella, la loca, es quien irrumpe la parsimonia, la tranquilidad y la calma en la que viven los habitantes del peque?o poblado, de gente amable y pac?fica, de saludo c?lido, y de chismes que van y vienen y se escuchan en corrillos de amigos que fugazmente se encuentran en la caseta de ?scar Zapata, ?Zarapoy?. "All? se re?nen los ?patos?, as? les decimos porque no hacen m?s que rajar y chismosear, parece que fueran una manada de viejas, no les hacen falta sino las enaguas", afirma Adriana Vel?squez P?rez, natural y habitante del lugar hace 25 a?os.

A esto se suma una pintoresca mujer de pelo corto y cano, que lleva un mech?n rojo como la sangre, en la parte delantera de su cabello, es la apodada ?Mona Ricarda?, como llaman a Angelina Ortega, que con su marcado acento tolimense, de timbre de voz fuerte y agudo, de total irreverencia y jocosidad comenta sin medir reparos los chismes de uno y otro habitante del pueblo. "Ella es una de las se?oras m?s chismosas, no duerme ni de noche ni de d?a, nunca sale de su casa pero todo lo sabe, parece una bruja", dice Cleofe Mart?nez de L?pez, habitante del caser?o hace 55 a?os y quien se declara montoyuna de ?racamandaca?.

En ?Montoyitas?, como le dicen sus pobladores, todo el mundo sabe lo de todo el mundo, por ello se acomoda bien aquel refr?n popular que dice que ?pueblo peque?o infierno grande?; "pero es un infierno muy bueno, si uno no tiene que echar a la olla va donde el vecino y le pide prestado; aunque no parezca el pueblo es muy unido", no duda en decir Roc?o Salinas, quien vive ah? hace ya 29 a?os.

Despu?s de estar en la mira de todos y escuchar susurros, lo primero que har?n los anfitriones al recibir a su invitados ser? programar un paseo de olla al 59, la quebrada m?s popular, en la cual se pueden apreciar todav?a a las lavanderas con un tabaco que fuman al rev?s, con la punta encendida hacia adentro para que no le caiga ceniza a la ropa, y con un garrote d?ndole a la ropa para ablandar el mugre, seg?n comentan ellas al un?sono.

Y as? entre el canto de la ?Loca?, la rutina, la cerveza y el chisme transcurren los calurosos d?as en Montoyas, un infierno paradis?aco.

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