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Pensar en uno mismo

Oct 1, 2006 | Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Por Ricardo Silva Romero *

Que este sea el número 100 de Periódico 15 prueba que por fin ha terminado, para bien, el asfixiante dominio de los medios masivos de comunicación.

No debe importarnos, ya, que nuestras palabras no le lleguen a cientos de miles de personas. Debe importarnos que le lleguen a alguien. Que le lleguen de verdad. Que comiencen un diálogo.

Los blogs, las pequeñas páginas de Internet dirigidas a fanáticos de cualquier tema y los boletines enviados por e-mail han convertido el viejo premio de consolación (la máxima “es suficiente con que lo que digo le llegue a una persona”) en el nuevo premio mayor:

hoy, como si se tratara de lanzar botellas al mar, como si se tratara de encontrar una respuesta a nuestras plegarias, es mucho más que suficiente que una sola persona reciba nuestras quejas, que una sola persona las respondas, que una sola persona nos demuestre que no estamos hablándole al vacío.

Periódico 15, que tiene sus lectores, que en verdad quiere decir lo que dice, puede ser mucho más influyente, en este punto, que un noticiero de televisión que llega a miles de hogares pero no llega a ningún oído.

Los medios masivos de comunicación no están en vías de extinción. No es eso. Las revistas gigantescas seguirán siendo las revistas gigantescas.

Los periódicos impresos no serán desbancados, al menos no por ahora, por los periódicos virtuales: tendrán durante mucho tiempo sus propios lectores. Puede salvarlos a todos, eso sí, pensar como si fueran medios alternativos, como si fueran poemas dirigidos a uno mismo.

Puede rescatarlos de la mediocridad pensar en sus propios gustos, en sus propios intereses, en sus propias ambiciones, en vez de pensar (gravísimo error) en qué temas atraerán a los lectores.

El primer ejemplo que encuentro en mi cabeza, el que me queda más fácil, es el ejemplo de la revista SoHo. Se trata de una revista extremadamente exitosa. Y yo creo saber cuál es el secreto de su éxito:

sus páginas no tienen la personalidad de una multinacional, no tienen el estilo antiséptico de un grupo de publicistas que tratan de llegarle al público como un pistolero trata de dar en el blanco, sino la forma de ser del periodista que la ha dirigido en los últimos cinco años. 

SoHo no le gusta a todo el mundo: los papás la esconden en los cajones del escritorio, las mamás se dan la bendición cuando se acercan a ella y las hijas, que se atreven a mirarla en las cajas de los supermercados, se sienten fascinadas, divertidas e incómodas ante sus páginas, pero ciertos lectores, adolescentes de todas las edades, seres no del todo cómodos con el mundo en el que viven, se pierden por ahí con el último ejemplar debajo del brazo, se ríen en voz alta de la valentía de sus artículos y reconocen que pocas publicaciones se la juegan toda como se la juega toda SoHo.

La prueba de que SoHo vale la pena es que no le gusta a la mitad de las personas, pero la otra mitad la reconoce como una publicación que viaja por ahí.

La prueba de que SoHo es una buena revista es que no le gusta a todo el mundo, pero le gusta a alguien al menos. Que es, decíamos, mucho más que suficiente.

Si Daniel Samper Ospina, su director, le hubiera apostado a la revista que le entregaron (que no era, si uno lo piensa, una mala revista), tendríamos en el planeta otra sofisticadísima revista de esas que hacen sentir a los hombres mucho más neoyorquinos de lo que en realidad son.

Cuando le ofrecieron dirigirla, me acuerdo, su preocupación principal era la siguiente: “¿Qué tengo que ver yo con una impecable revista para yuppies que ha convertido la palabra “soho” en un adjetivo calificativo?, ¿cómo puedo dirigir una revista que yo no estaría interesado en leer?”

Su primera reacción, soy testigo, fue negarse a trabajar en ella. Pero después, cuando le pidieron que reconsiderara su decisión, cayó en cuenta de una verdad que en un principio no se le había pasado por la cabeza: no era él quien tenía que acomodarse a SoHo, sino SoHo, la que tenía que acomodarse a él.

No era él el que tenía que pensar en el público, sino el público el que tenía que acostumbrarse a él.

Era, sin duda, una verdad aprendida en el mundo de la literatura. Quien escribe tiene dos caminos:

escribir para sí mismo o lanzarse en la incierta búsqueda de un texto que le interese a los lectores.

Y Samper Ospina, en ese entonces un profesor de literatura, eligió el primero. Armó un grupo de columnistas, articulistas, cronistas, reporteros y parodiadores (un grupo de todos los colores, las voces, los estilos: todos cupimos) porque le daba la gana leerlos.

Les pidió que escribieran con el tono que quisieran (nos pidió que escribiéramos con el tono que quisiéramos) los textos humorísticos, reveladores, provocadores que a él, personalmente, le interesaba tener en sus manos.

Y se atrevió a decirse que poco le interesaba ese erotismo mentiroso, ese semidesnudismo que deja “contento” a todo el mundo. No quería ser responsable de otro medio de comunicación que no le pusiera problemas a nadie.

No entendía cuál era el punto de sacar a la luz una publicación que les dijera a los ejecutivos jóvenes, sin asomos de sentido del humor, que eran los protagonistas de la película.

Hizo, en pocas palabras, lo que hacen el escritor de un blog, el editor de una página de Internet o el redactor de un boletín enviado por e-mail: no engañar a nadie.

Se dijo “que el que no quiera leerlo no lo lea”. Y así, poco a poco, fueron llegando los cientos de miles de lectores que su valentía se merece.

Por obvias razones, que tienen que ver con Verónica Orozco sin ropa, o Carla Giraldo confesándose a gritos en paños menores, no todos los medios alternativos alcanzarán las cifras que SoHo alcanza mes por mes: no nos digamos mentiras.

Si son fieles a sí mismos, si se la juegan por escribir lo que quieren leer, lograrán, eso sí, algo que no logran los medios masivos:

que nadie los compre por comprarlos, que ninguno se quede indiferente ante ellos, y que la gente, mucha o poca, en verdad los lea.

Por eso, Periódico 15 cumplirá 100 números más si sigue, al pie de la letra, lo que ha sido en sus primeros 100 números.

* Escritor y columnista de las revistas Semana, SOHO y Gatopardo

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